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Agathe Riedinger: “La telerrealidad está basada en el desprecio de clase”

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Cultura

Agathe Riedinger: “La telerrealidad está basada en el desprecio de clase”

La directora francesa estrena ‘Diamante en bruto’, una historia sobre el combustible que mueve los ‘reality shows’: el clasismo. Su mirada, a la vez crítica y empática con su protagonista, no pretende dar lecciones a nadie.

La cineasta francesa Agathe Riedinger, directora de ‘Diamante en bruto’. MATTEO NARDONE / SIPA / REUTERS
Manuel Ligero
18 julio 2025 Una lectura de 8 minutos
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Liane es un torbellino. Vive con su madre y su hermana pequeña en la periferia de Fréjus, al sur de Francia. Roba artículos de lujo para revenderlos y poder comprarse ropa. Tiene frecuentes ataques de ira. La impaciencia la consume: quiere escapar cuanto antes de ese entorno miserable y convertirse en una celebridad televisiva. Su objetivo es participar en un reality show llamado La isla de los milagros. Para conseguirlo está firmemente decidida a cambiar su cuerpo: ya se ha hecho los pechos y espera ahorrar lo suficiente para ponerse implantes en los glúteos. Nadie podrá pararla en la persecución de su sueño. Liane (interpretada por una arrolladora Malou Khebizi) es la protagonista de Diamante en bruto, el primer largometraje de Agathe Riedinger. Con él participó en la sección oficial del festival de Cannes, algo verdaderamente inusual para una debutante. El comité de selección, sin duda, se vio atrapado por una historia crudísima, sin concesiones, que su directora no ha querido presentar como un cuento moral. Esa alergia aleccionadora convierte su película en algo quizás más incómodo, pero también mucho más interesante.

¿Hasta qué punto era esencial para usted hacer el retrato de Liane sin ridiculizarla?

Era esencial. Lo supe ya durante el proceso de escritura del guion, que fue muy largo. Una de las razones por las que el guion se extendió tanto fue que yo no acababa de darme cuenta de que Liane no resultaba simpática fácilmente. Siento un amor incondicional e infinito por Liane y por las chicas como ella, pero me costaba mucho traducir ese amor porque sabía que el público la miraría sistemáticamente desde el lado equivocado. El reto principal era, precisamente, empatizar con ella al máximo y no caer nunca en la caricatura ni en el ridículo. Pero eso no es fácil porque Liane, por definición, es un personaje que puede terminar siendo caricaturesco y que, en el fondo, tiene bastante de cliché. Partía de esa base: «Todo el mundo va a juzgarla. Al principio no va a caer bien por todas las etiquetas que le van a poner». La apuesta era que el espectador cambiara su mirada y conectara emocionalmente con ella para poder entenderla de verdad. Ese trabajo de deshacer esas etiquetas, de romper todas esas cadenas, esos cerrojos internos fue muy interesante. Era un desafío difícil, pero también muy hermoso.

Hemos visto muchas películas en las que un chico o una chica de origen humilde, con esfuerzo y tenacidad, consigue ir a la universidad, convertirse en bailarín o ejercer una profesión considerada como más noble o culturalmente más elevada. El enfoque de Diamante en bruto es muy interesante porque Liane comparte esa misma determinación, pero su objetivo es completamente diferente. ¿Podríamos decir que estamos ante una película que trata, fundamentalmente, del desprecio clasista?

Por supuesto que sí. Y el principal eje del clasismo es precisamente la telerrealidad, que está basada en el desprecio de clase. En estos reality shows sólo se elige a candidatos con orígenes complicados. Todos han sufrido alguna fractura familiar y diferentes tipos de abandono: escolar, social, regional… Los productores buscan a estos candidatos porque saben que están dispuestos a todo y que pueden extraer de ellos este desprecio de clase. Es un juego de explotación de la miseria y es un ingrediente muy importante en la fabricación de la telerrealidad. Liane no es consciente de esto. Sí se da cuenta de cierta estigmatización debida a su historia social y familiar. Así que, efectivamente, es una historia sobre el clasismo, sobre la lucha de clases, y sobre cómo Liane intenta liberarse de ello mientras, sin querer, alimenta otro tipo de desprecio de clase. También es una película sobre la dignidad, el amor propio y el respeto por una misma a través de la mirada social.

Creo que uno de los reality shows más famosos de Francia se llama Les Marseillais. En España hay también un cierto desprecio por los acentos del sur. ¿Ocurre lo mismo en Francia?

Pues sí. Los dos grandes realities de Francia son Les Marseillais, localizado en el extremo sur del país, y Les Ch’tis, en el extremo norte. Existe la voluntad de buscar territorios con un dialecto propio o un acento muy fuerte o una forma particular de expresarse para burlarse de ellos. Esa es una prueba de desprecio de clase muy evidente. Hacen reír al burgués como si fueran al zoo y descubrieran para él una especie exótica. Buscar este tipo de acentos extremos es algo absolutamente premeditado.

¿Cuánto tiempo le llevó encontrar una actriz tan excepcional como Malou Khebizi para interpretar a Liane?

Aproximadamente ocho meses. Durante el casting yo quería encontrar a una persona que fuera lo más auténtica y creíble posible, es decir, trabajar con alguien que viviera en el sur de Francia y que jamás hubiera actuado. Era muy importante que la actriz no manejara los códigos del juego interpretativo y que no fuera una cara conocida. Malou fue de las primeras en llegar, pero tardé bastante en decidirme por ella. Tardé mucho en proponerle encarnar a Liane porque necesitaba verla regularmente, tanto para asegurarme de que realmente comprendía al personaje, de que comprendía todo el texto y el subtexto, como para estar segura de que podía mantener la suficiente distancia emocional e intelectual para no verse dañada por la historia y por toda la violencia que hay en ella. Hubiera lamentado mucho trabajar con una chica que pudiera verse dañada o que pudiera quebrarse con la experiencia de un rodaje agotador, porque se trata de un papel muy, muy físico. Pero, además de ella, se presentaron muchas chicas al casting, vimos muchísimas candidatas. Fue una selección complicada, tan complicada como buscar realmente un diamante.

Agathe Riedinger: «La telerrealidad está basada en el desprecio de clase»
Malou Khebizi en una escena de Diamante en bruto. CARAMEL FILMS

Usted ha contado en muchas entrevistas que es una gran consumidora de programas de telerrealidad. ¿Qué es lo que encuentra fascinante en ellos?

Es un fenómeno de atracción y de repulsión. Hay muchas cosas que considero… asombrosas. Una de las cosas que no comprendo y que siempre me ha interpelado es cómo es posible que tanta violencia, tanto clasismo, tanta cultura de la competición acaben convergiendo en el cuerpo de la mujer y cómo se representa este cuerpo. ¿Cómo es posible mostrar todo eso sin que se denuncie, se estudie, se debata? Ese fue un motor de escritura muy importante para mí. Porque se trata de un espectáculo que pertenece a la cultura popular, que está destinado a un público muy joven y que se emite en horario de máxima audiencia, justo cuando los chavales salen de la escuela. Esos concursantes se convertirán, por tanto, en un modelo a seguir y hay una responsabilidad que todos deberíamos tener con respecto a lo que ven nuestros hijos, porque toda la violencia que hay en esos programas se esparce libremente.

Por otra parte, me fascina la representación del cuerpo de las mujeres porque es degradante y patriarcal pero, al mismo tiempo, también es muy emancipadora por la forma en la que ellas se presentan al mundo. Estas mujeres asumen preceptos patriarcales muy antiguos que les exigen ser extremadamente femeninas y extremadamente sexis para ser valoradas, pero también se muestran como guerreras, como amazonas, y utilizan su belleza precisamente para hacerse ver y, al final, para derribar todos esos preceptos. Todos estos matices acaban generando muchas preguntas muy interesantes.

También encuentro muy interesante ver cómo todos estos jóvenes se apoderan de estos programas para superar su condición social, para emanciparse, y me gusta observar cómo fabrican esa emancipación. Y finalmente qué harán con ella. Por eso también sigo mucho a estos concursantes en las redes sociales.

En resumen, ver realities es como ver un accidente de coche. No quieres mirar, pero al final, inevitablemente, miras un poquito.

Aparte de este enfoque intelectual, ¿qué sentimientos despiertan en usted las chicas que participan en estos programas? ¿Ternura? ¿Simpatía? ¿Compasión?

Siento más ternura, simpatía y admiración por ellas que compasión. La telerrealidad ha evolucionado mucho desde sus inicios y hoy hay una mayor consciencia en relación a dónde se meten. Y también respecto a cómo utilizar su imagen y su cuerpo. Depende de la concursante, claro, pero normalmente siento por ellas más admiración que otra cosa. Porque todos sabemos que los programas están muy guionizados y muy trucados. Cuando hay una chica que se ve obligada a formar pareja con otro concursante, sé que no forma parte de su propia voluntad y me pregunto cómo saldrá de esa situación. Pero ya digo que depende mucho del perfil de la concursante. A veces mi juicio es más negativo, más ácido, porque no estoy de acuerdo con su forma de comportarse, por alguna falta de cortesía o de respeto, pero en general tengo una mirada hacia los concursantes que es muy tierna y llena de admiración, en contraste con la visión mucho más crítica que tengo sobre la fabricación de estos programas y el sistema de la televisión. De hecho, mi mirada sobre una cosa y la otra son diametralmente opuestas.

Liane, en la ficción, también pasa por una audición para entrar en el reality y la directora de casting pronuncia una frase muy contundente: «La ira mueve el mundo».

¡Me alegra mucho que se fijara precisamente en esa frase!

¿Pero cómo no me iba a fijar? Al oír esa frase pensé: «Ya está, eso lo resume… TODO». Digo «todo» en el sentido más amplio, en el sentido político, en el sentido social… Creo que explica perfectamente el contexto histórico en el que vivimos hoy en día. ¿Qué opina usted, personalmente, sobre esa frase?

Creo que ese personaje dice algo absolutamente real. A pesar de que esta directora de casting es una persona bastante pérfida, bastante tóxica, está diciendo la verdad. Y es, además, una verdad absoluta que proviene de la noche de los tiempos. La ira ha sido siempre el elemento que ha insuflado las revoluciones y los grandes cambios sociales.

Visto así, sí. Pero a veces la ira no es necesariamente buena…

Cierto, pero al final es la voz del pueblo. La rebelión permite la expresión de un cambio, que por supuesto no tiene por qué ser siempre bueno. Pero también es cierto que sin cambio no hay evolución, no hay progreso. Históricamente, nuestras voces se escuchan porque estamos enfadados.

‘Diamante en bruto’, de Agathe Riedinger, se estrena en cines el viernes 18 de julio.

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