Sociedad
Eva Morell: “Tenemos tanta necesidad de desconectar que no sabemos cómo hacerlo”
Tras el éxito de su 'newsletter' sobre cabañas, Morell presenta su libro 'Refugio' como un abrazo, un cobijo en mitad del ruido y el desasosiego.
Leer a Eva Morell es como escucharla a ella. Con un lenguaje cercano, su libro, como su voz, te transporta a lugares en los que te encuentras: tu maestra de EGB, un fin de semana entero revisitando Doctor en Alaska, la casita del árbol de los dibujos animados que siempre quisiste tener, la cabaña con la que sueñas en retirarte ahora. Refugio, surgido tras el éxito de su newsletter sobre cabañas, te llega como un abrazo, un cobijo en mitad del ruido y el desasosiego.
Dice que la primera vez que se enamoró no fue de una persona, sino de una cabaña, esa ‘casa de los enanitos’ que vio siendo niña subiendo a Sierra Nevada. ¿Cómo le ha acompañado esa imagen a lo largo de su vida?
Lo que me pasó con esa cabaña en concreto es muy guay porque yo la sigo viendo, sigo subiendo a Sierra Nevada. Y es como esos amores buenos que se cuidan, que van durando, que se siguen alimentando. Vas descubriendo más y más cosas, y cada vez te va gustando más esa persona. Pues igual, pero con la cabaña. Estuve hace unas semanas por allí, con un día horrible, con niebla y lluvia, y fíjate, la vi incluso más bonita que otras veces. Es un enamoramiento que me sigue acompañando, sabes que no te va a traicionar, sabes que lo que estás mirando es algo que te protege.
La pandemia renovó los lazos con la naturaleza. Pero, y esto es una crítica constante en el libro, esos lazos se han mercantilizado cada vez más. Pagamos por el silencio, por ejemplo. ¿Cómo los tentáculos del capitalismo llegan a lugares tan íntimos?
Me da mucha pena porque, además, es algo de lo que no somos conscientes. Llevamos muchos años, sobre todo en los últimos 15, en los que hemos tenido una explosión de lo digital, con los teléfonos inteligentes, las redes sociales, etc. Hemos transformado nuestra sociedad muy rápido y, como seres humanos, necesitamos tiempo para asimilar esos cambios. Ahora hemos llegado a un momento en el que estamos tan saturados de esa parte digital, de esa parte urbana, del ruido de la ciudad, del tráfico, de los semáforos, de la contaminación, de todo el conjunto general de civilización en la que existimos, que tenemos tanta necesidad de desconectar que no sabemos cómo hacerlo.
«En un restaurante podemos pagar un plus por meter nuestro teléfono en una cajita y poder tener una conversación de sobremesa, que es algo que debería ser básico».
Necesitamos más cabañas que nunca pero ¿nos cuesta verlas?
Sí, tenemos esa especie de FOMO (fear of missing out), de miedo a la desconexión, y hay gente muy lista y empresas muy listas que lo saben utilizar. ¿Para qué? Para sacar dinero. Madrid, Barcelona y muchas ciudades europeas tienen habitaciones de silencio que están totalmente aisladas, donde tú entras y pagas por usarlas por horas. Pagamos por un retiro de wellness o de yoga en una casita; en un restaurante podemos pagar un plus por meter nuestro teléfono en una cajita y poder tener una conversación de sobremesa, que es algo que debería ser básico. Es decir, creo que no tenemos muy interiorizado que todo ese tipo de acciones son cosas que por defecto las tenemos como seres humanos y las tenemos en nuestra sociedad de manera gratuita.
¿Alardeamos de privilegio?
Claro, puede que sintamos también que el hecho de pagar por estas cosas las convierte en algo diferente, porque al final es una experiencia –con lo que odio yo la palabra experiencia tal y como se está utilizando últimamente–. Porque al final dices: «He estado en un retiro de silencio tres días, he desconectado, he estado entre bosques escuchando los árboles”. Pero luego estás con tu teléfono y vuelves otra vez a esa rutina y vuelves otra vez a eso. Cuando es muy fácil salir a la calle, ponerte los auriculares, ponerte una melodía o ponerte el canto de los propios pájaros y caminar sin sentido. Simplemente pasear. Pero seguimos sin ser conscientes de ello, tenemos necesidad de pagar por todo aquello que nos rompa esa rutina.
El ‘glampling’ es un ejemplo que cita, y que vale ya casi como un hotel.
Exacto. Es una barbaridad.
«Ahora mismo mi refugio es el ‘vagón silencio’ del AVE».
Siguiendo la terminología de esta época, dice que uno de sus mejores momentos de desconexión es el avión, el modo avión. O, incluso, el pasillo de un supermercado. ¿Cuál es su refugio ahora mismo? Porque los refugios van cambiando, ¿no?
Me encuentro en un momento un poco caótico de horarios, viajes y demás, mucho lío de trabajo. Y ahora mismo mi refugio es el ‘vagón silencio’ del AVE. Tal cual te lo digo, porque son, además, las únicas tres horas en las que no me molesta absolutamente nadie, tampoco tienes demasiada cobertura, tampoco puedes hablar por teléfono. Yo el móvil siempre lo tengo en modo ‘no molestar’ desde hace muchísimos años, y si no lo miro no veo lo que hay. Y son tres horas en las que puedo leer, puedo hacer tareas, puedo escribir. Es brutal.
Y en una ciudad como Málaga, donde vive, ¿dónde está su refugio?
Mi propia casa es mi refugio. La tengo decorada como yo quiero y ahí están mi gato, mi luz, mis rincones, mis plantas. Eso me hace sentir muy a gusto, pero sí que es verdad que viviendo en un centro urbano es muy difícil encontrar ese equilibrio. En mi caso, necesito encontrar esas desconexiones en lo más rutinario y por eso me sirven también los pasillos del súper. Yo no puedo permitirme el lujo precisamente de irme a una cabaña cuando quiera ni de desconectar cuando quiera. Entonces, tengo esos espacios. Ayer mismo volví de un viaje, tuve dos aviones y estuve dos horas en cada uno. Y en ese tiempo me leí un libro que tenía pendiente desde hacía meses. Para mí, eso es refugio, leer ese libro, esas desconexiones.
Porque parece que cada vez es más difícil encontrar silencio…
Y, de hecho, y esto es algo que no ha salido en el libro, para mí la búsqueda del silencio es algo muy personal, estoy muy empecinada, porque me diagnosticaron acúfenos en 2018 debido al estrés cuando vivía en Madrid y yo vivo con un ruido constante en mis dos oídos 24 horas / 7 días. Me he ido acostumbrando poco a poco a que los pitidos formen parte de mí y de mi vida y de mi rutina. Por eso para mí, la búsqueda de silencio o la búsqueda de la desconexión del ruido es un asunto de primer orden.
Su idea de cabaña también nos lleva a la felicidad. ¿Hay que replantear ese término de una vez? Cita en el libro el caso de la periodista Beatriz Montañez, la choza primitiva de la que hablaba Rousseau.
Sí, rotundamente. Tenemos que cambiar ese concepto porque la felicidad no es igual para todos. Viviendo en la sociedad en la que vivimos, el concepto de felicidad lo tenemos muy estandarizado en una definición. Y de repente es fascinante poder cambiar y poder decir: «Tío, es que estoy en un trabajo que me fascina, ganando dinero, que además eso siempre ha sido como el culmen de la felicidad, pero me he dado cuenta de que no estoy satisfecho”.
«Habría que reubicar el concepto de felicidad en cada uno de nosotros porque, de repente, a lo mejor necesitas irte al campo y sembrar patatas o estás en el campo sembrando patatas y te tienes que volver a la ciudad»
Beatriz tenía todas esas papeletas para, entre comillas, ser feliz, y al final encontró la felicidad en una soledad voluntaria. Tenemos que reubicar ese concepto en cada uno de nosotros, porque a lo mejor ese trabajo no te hace feliz, pero hay otras cosas que sí. De repente, estás en un momento de tu vida en el que necesitas irte al campo y plantar patatas o estás en el campo plantando patatas y te tienes que volver a la ciudad. No sé si te diría reinventarlo dentro de las circunstancias que hay en la vida ahora mismo, para encontrar ese equilibrio y no decir que el dinero da la felicidad.
En el recorrido histórico que hace en el libro, destaca las mujeres como las primeras arquitectas de los poblados. De alguna manera, las mujeres también son o simbolizan ellas mismas un refugio. ¿Qué opina de ello?
Sí, creo que es algo muy primitivo, muy básico. La mujer es el primer refugio de su propio hijo. No tengo hijos ni voy a tenerlos, pero cuando un bebé está dentro de de su madre, ese es su primer refugio, incluso ya en edad adulta, tu refugio seguro. Y entre todas las mujeres, siempre hacemos refugio, no sé si es por una sensibilidad especial, no tengo ni idea, pero sí que es verdad que creamos más esa sensación de refugio a nivel metafórico que un hombre tal vez. Al investigar observé que las mujeres fueron las primeras arquitectas de la historia y no se habla mucho de ello. Ellas son las creadoras de ese refugio. Ya no solo a nivel físico, sino a nivel metafórico.
Dedica el libro a su familia, a su cabaña. Y es curioso cómo el concepto de refugio puede cambiar tanto de una persona a otra. La familia puede ser un refugio, pero también lo contrario. ¿Hay tantos refugios como personas?
Totalmente. Es como la felicidad. Para mí, mi familia es refugio, pero también son mis amigas, que son mi familia, o el mismo concepto de familia, porque tienes la familia de sangre y la familia elegida, que para mí es mi familia también. Hay tantos refugios como personas en el mundo, por supuesto, depende de la necesidad que tengas y del momento en el que te encuentres o de lo que necesites. Puedes encontrar el refugio que necesitas en un vagón de AVE, en una persona…
O en una serie de de televisión.
Sí. Esto viene mucho del concepto de comfort food, de esta comida gustosita que nos recuerda a la casa, a la abuela, que al final es refugio también. Nos encontramos muy a gusto viendo una serie o películas que ya hemos visto muchísimas veces.
«Creo que con la escuela y la educación también creamos refugio».
Vincula la figura del profesor con el mito de la caverna de Platón, es decir, cómo un docente puede sacarte de la oscuridad. ¿En qué medida la escuela es hoy un refugio para los chavales?
He hecho una reflexión a posteriori y lo he comentado con amigas mías que son profesoras. Cuando somos niños, vemos la figura del profesor como algo inalcanzable,. Como alguien que te está prestando el conocimiento y te está llevando a ese camino fuera de la cueva. Son mentores. Y cuando ya eres adulto te das cuenta de que hay muchas cosas. Yo me sigo acordando de mi profesor de Latín y de Filosofía, y de un par de profesores de Periodismo, y me acuerdo de mi profesora de EGB, de tercero, que murió. Su entierro estuvo lleno de antiguas alumnas. Creo que con la escuela y la educación también creamos refugio.