Opinión
La esperanza se construye sin legados coloniales
"Estos días en Sevilla, miles de organizaciones sociales de todo el mundo recordarán a sus representantes políticos que dinero hay, ahora solo falta voluntad política", reflexiona Maite Serrano, directora de La Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo.
Soy toda la sobra de lo que se robaron.
Latinoamérica. Calle 13
El sistema económico mundial se aferra a una dinámica depredadora que bloquea cualquier intento serio de construir algo menos injusto, menos suicida. Se ponen trabas a cualquier intento de repartir de manera justa la riqueza frente al lucro obsceno y sin límites de unos pocos. Se bloquea toda propuesta que signifique poner freno a beneficios económicos que se multiplican a costa de derechos, a costa de acabar con bosques y ríos, a costa de la vida.
El PIB no ayuda a ello porque nunca habló de ti ni de mí, de la gente, de sus necesidades, de sus carencias, de sus condiciones de vida. ¿Cómo puede hablar de ello un indicador que crece si aumenta la industria militar, pero no tiene en cuenta el aumento de la contaminación o la desigualdad? Hay otras formas de medir la realidad que son mucho más adecuadas y, sobre todo, urgentes.
Estos días los focos mediáticos apuntan a la OTAN y a Sevilla. El discurso militarista se impone y, con él, las medidas que aumentan de forma preocupante, los gastos militares. La deriva belicista nos lleva a un abismo colectivo aterrador. Mientras tanto, Sevilla acoge estos días la IV Conferencia de Financiación para el Desarrollo. Una cita crucial para decidir si damos un giro urgente al sistema económico o continuamos con las mismas recetas que nos llevaron al atolladero. No olvidemos que el futuro no se hereda, el futuro se construye aprendiendo del pasado. En este momento, eludir responsabilidades es tan incauto como insostenible.
La economía no es una disciplina dura o inaccesible. No requiere una alta expertise, lo que necesita es más humanidad y participación de la gente. Hablar de dinero significa hablar de quién decide a dónde va, cómo y dónde se invierte y qué consecuencias tiene ese manejo en los derechos de las personas, en la posibilidad misma de la vida en el planeta.
De nada servirán las palabras huecas a favor del “desarrollo sostenible” mientras las políticas fiscales, comerciales y financieras ponen palos en rueda al bienestar planetario. Coherencia, se llama. Se trata de hacer realidad esos discursos que defienden la equidad, la paz, el respeto a los derechos humanos y la protección del planeta.
Un mundo profundamente injusto
Es tremendamente injusto que quienes menos han contribuido a la crisis ambiental, a la destrucción de nuestra casa común, son quienes más sufren sus consecuencias. Sobre todo, países del Sur global a quienes les pedimos un más difícil todavía: hasta 3.300 millones de personas (el 40% de la población mundial) viven en países que destinan más al pago de intereses por deudas externas que en sanidad o educación. Que tienen que elegir entre pagar deudas –en su mayoría ilegítimas– o hacer frente a la crisis climática y mantener a su población. ¿Quién debe a quién?
Esa incoherencia se muestra también cuando comparamos los fondos para cooperación internacional (212.100 millones de dólares) con el pago de la deuda externa por los países de ingresos bajos y medios (443.500 millones). ¿Quién ayuda a quién? 50 años después del compromiso de los países ricos de destinar el 0,7% de su riqueza a evitar que la brecha entre países ricos y emprobrecidos siguiera aumentando (¡ni un 1%!), lejos de cumplirse, en 2024 ha bajado por primera vez desde 2017. Las prioridades son ahora armarse hasta los dientes (con propuestas delirantes de aumentar el gasto militar hasta el 5% del PIB), como si las guerras no estuvieran hechas de armas, destrozos y muertes, como si la paz no resultara de procesos de diálogo y de reparación de violencias.
Y así, mujeres que cuidan, pueblos indígenas que protegen la tierra, niñas que no van al colegio, pagan el precio de una economía que, aún hoy, conserva la lógica colonial porque, en realidad, nunca se deshizo de ella. La transición ecológica de la que alardea el Norte global necesita minerales que se extraen con violencia del Sur –más del 80% de los proyectos de extracción de litio se llevan a cabo en territorios indígenas–. A menudo, con ejércitos privados que alimentan el crecimiento de los conflictos y una militarización que es todo menos verde. Otra paradoja: muy ecológicos dentro de nuestras fronteras, pero arrasando fuera de ellas. Luxemburgo es un ejemplo claro de ello: a la cabeza de la transición ecológica, pero con un impacto fuera de sus fronteras descomunal.
Mirar más allá
Queda claro, por tanto, que construir propuestas de nuevos futuros exige mirar en aquellos rincones a los que no llega la luz, alumbrar donde las vidas importan. INDICO (el Índice de Coherencia) viene para sumar en esa dirección. Una herramienta que anima a cambiar la mirada para cambiar el mundo. A superar el enfoque del puro crecimiento económico como signo de desarrollo. A mostrar de manera clara que los regímenes fiscales, de deuda, comerciales y de cooperación imperantes siguen desconectados los objetivos de desarrollo o están activamente en contradicción con ellos.
La coherencia no es un lujo, es una necesidad. Y la financiación justa, su condición indispensable. Estos días en Sevilla, miles de organizaciones sociales de todo el mundo recordarán a sus representantes políticos que dinero hay, ahora solo falta voluntad política. No se trata de caridad, se trata de poner freno a quienes usan la pobreza como mercancía. Poner límites y exigir reparación a un sistema colonialista y depredador que atenta contra la vida. Propuestas nos sobran para hacer desde hoy un futuro de esperanza.
Maite Serrano Oñate. Directora de La Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo.