Un momento para respirar
Turistas e inmigrantes
En Lavapiés, señala José Ovejero, la «gran sustitución», tan temida por la extrema derecha, no la han efectuado los inmigrantes sino los turistas: «Me propongo usar este discurso cuando algún facha me hable de los peligros de la inmigración y esas mierdas».
12 de junio
Ayer participé en una conversación con Juan Vilá moderada por Daniel Blanco en la Feria del Libro de Madrid. Lluvia torrencial aporreando el techo del pabellón hasta apagar nuestras voces. Hablábamos de la gran ciudad en la literatura, en particular de Nueva York. Y hablamos de cómo se han transformado las ciudades, llevando a que la visión que tenemos de Nueva York, transmitida por el cine y la literatura, haya quedado obsoleta.
El día anterior estuve pensando en la transformación de Lavapiés durante las últimas décadas (he asistido a una parte, tanto a finales de los setenta como en los años diez de este siglo). Barrio obrero desde el inicio, absorbió población inmigrante del campo ya antes del éxodo rural masivo –mi abuela llegó allí ya en los años treinta–; inmigración marroquí en los ochenta. En seguida, inmigración china –menos numerosa–; latinoamericana después, centroafricana más tarde. No voy a decir que todos esos movimientos de población sucediesen sin tensiones. Tampoco hubo auténtica convivencia. Más bien deberíamos hablar de coexistencia. Los grupos se mezclaron poco, pero compartían las calles, las escuelas, los supermercados. Ningún grupo expulsó a otro.
No tuvo lugar la temida «gran sustitución». Esa solo la provoca el turismo de masas. Porque lo que no hicieron los inmigrantes durante décadas lo ha logrado en pocos años la turistificación del barrio: expulsar a los antiguos vecinos y vecinas al provocar una drástica subida de precios. Si cada vez vive menos población autóctona en esas calles no es porque los hayan desplazado los inmigrantes, sino porque se han apoderado de ellas los turistas y gente de poder adquisitivo más elevado.
Me propongo usar este discurso cuando algún facha me hable de los peligros de la inmigración y esas mierdas. Y si mencionan el atentado contra nuestros valores, recordar que la ciudad máquina de consumo carece de ellos. Vale lo que vende, nada más.
13 de junio
En Estados Unidos crecen los comportamientos dictatoriales y la brutalidad contra los ciudadanos. El comportamiento de las llamadas fuerzas de seguridad es cada vez más violento. El quebrantamiento de la ley impulsado por el Gobierno y sus agencias se ha convertido en normal.
Y lo que sucede allí comienza a replicarse en otros países: criminalización de las protestas ciudadanas, aumento del acoso y las agresiones a inmigrantes, deportaciones ilegales, violencia homófoba; todo ello entra poco a poco en la normalidad.
Israel ataca Irán. El genocidio en Gaza y las agresiones a Líbano eran solo el comienzo de un plan más vasto que aún no conocemos. Y que conoceremos demasiado tarde.
Hoy se ha publicado mi artículo sobre la exposición de Veronese. La vida es esto: una mezcla de lo histórico y de lo cotidiano, de lo significativo y de lo banal. A pesar de todas mis preocupaciones políticas y sociales, me alegra un minúsculo acontecimiento como este; han sido tres meses de trabajo apasionante y me ha hecho ilusión verlo ahora publicado. Cuando Francia declara la guerra a Alemania, todos, en algún momento, nos vamos a nadar. No podríamos vivir de otra forma.
17 de junio
El domingo terminó la Feria del Libro. Sensaciones encontradas. Las cifras revelan un aumento de las ventas. Muchos libreros con los que hablo, sin embargo, no están contentos. Es demasiado fácil acudir al cliché de que los libreros siempre se quejan. Pero quizá el problema se volvería más claro si nos fijásemos en que la de Madrid es una feria del libro, no de la literatura. Es decir, esas librerías que no llevan a firmar –ni tienen expuestos sus libros– a Blue Jeans ni a Ana Rosa tienen sin duda cifras de venta inferiores.
¿Cómo sería una feria del libro de la literatura? En seguida saldrán los apóstoles de las cifras y los porcentajes, de la industria del libro, de la salud del sector y de todos esos eufemismos que reflejan más interés por el PIB que por la cultura, y dirán que si fuese por exquisitos como yo se hundirían las librerías. Y dejarán caer la frase odiosa de que lo importante es que la gente lea, da igual qué. O que empiezas por Ana Rosa Quintana y acabas leyendo a Walter Benjamin. Todo es empezar.
Y faltaría el argumento definitivo: ¿Quién va a a decidir lo que es literatura y lo que no? ¿Tú?
Claro que no hay un criterio objetivo para separar lo literario de lo que no lo es. También hay perros que se parecen mucho a un lobo pero, salvo en algunos casos que caen en la zona gris, en general sueles saber qué tienes delante. No se trata de encontrar la distinción perfecta, sino de saber cuál es tu prioridad.
Como últimamente me ha dado por encontrar soluciones geniales para todo, añado una a las últimas: llevar la Feria del Libro a Ifema y montar en el Retiro una Feria de la Literatura. Así no se degradaría el Retiro, porque no habría masas de paseantes los fines de semana y porque habría muchas menos casetas –todos sabemos qué librerías y editoriales no acudirían–; no sería necesario bajarse los pantalones ante Netflix ni ante otras empresas que solo muy de refilón o nada tienen que ver con la literatura, y tendríamos una fiesta de la cultura que quizá no contribuiría tanto al PIB ni generaría tanto negocio, pero a cambio veríamos libreras y libreros felices –estoy convencido de que existen– y un público lector que por fin tendría la sensación de no tener que vadear entre la basura para encontrar un tesoro. Todos y todas contentos. ¿A que es fácil?