Sociedad
“La IA está idiotizando a la gente”
Además de los factores éticos y sociales, lectores y lectoras reflexionan sobre la estandarización de la escritura y el pensamiento.
En El cuento de nunca acabar, Carmen Martín Gaite explica de manera maravillosa por qué la literatura funciona. No hay truco. Tras las palabras que se escriben, decía ella, está el pensamiento. Y, sobre esa idea, destaca otra cuestión fundamental: la necesidad de escuchar a los demás, de ver no sólo lo que dicen sino cómo lo dicen. Los elementos extraverbales que siempre hemos estudiado en las clases de Lengua y su relevancia en la función comunicativa.
Todo esto está cambiando no por la IA, sino por el uso que hacemos de ella. «Nuestra forma de escribir se volverá más simple, menos interesante y más homogénea», afirma en una entrevista en El País la lingüista Naomi Baron, que lleva cuatro décadas estudiando cómo cambia la comunicación humana con la irrupción de las máquinas.
Ella misma admite las modificaciones que ha supuesto en su propia escritura: «Empiezo a escribir un correo y la sugerencia de palabras y el autorrelleno me dicen cuáles serán mis próximas tres palabras. Cuando le estoy escribiendo a un amigo digo ‘no, tengo maneras más interesantes o personales de decir esto y, porque es mi amigo, merece el tiempo que me tome para escribirle’. Sé que estoy poniendo menos esfuerzo en mis correos porque los programas están mejorando y hacen cada vez más lo que yo haría. Preocupa porque gran parte de la comunicación con la gente que nos importa ya se hace por escrito, y si ahora ni siquiera soy yo la que escribe, mis conexiones personales se deterioran».
En la explicación, cita también una de las herramientas de Microsoft, que permite responder un correo electrónico sin haberlo leído, porque la IA lo revisa y responde por la persona. ¿Supone esta uniformidad un problema? Baron advierte: «La razón por la que algunos libros se siguen leyendo 200 años después es porque justamente hay algo muy personal, muy humano en ellos».
Entre los lectores y lectoras de La Marea, hay quienes comparten la misma visión, incluso profesiones que, podríamos pensar, están más cerca de la IA. Javier Fernández, ingeniero informático, marca una diferencia fundamental en este punto: no es lo mismo la IA generativa, como ChatGPT, que cualquier otra clase de IA. «Si bien estoy completamente en contra de la primera por aspectos medioambientales y éticos, entre otros, la segunda creo que sí que puede ser de ayuda». El ejemplo más visible es el efecto de esta tecnología en los hospitales. En su opinión, la IA generativa «está idiotizando a la gente». «Hay gente que ya no sabe hacer la o con un canuto. Esto lo he visto en el grado de Ingeniería Informática, donde ya no saben ni hacer lo más básico sin recurrir a la ayuda».
Daniel Cotillas, comunicador social, es también un caso excepcional. Se dedica profesionalmente a la creación de herramientas digitales pero «con una extraña salvedad»: que apenas usa redes sociales y, por el momento, tampoco IA. «Bueno, al menos no de forma asidua o intencional. Al fin y al cabo ya estamos usando IA sólo por el hecho de estar conectados a Internet», aclara.
Además de la escritura, a él le preocupa también la estandarización del pensamiento. «He visto con amigos que la usan el tipo de respuesta que les otorga ante preguntas de comparación en el pensamiento de autores, o respecto a temáticas complejas y, siendo una tecnología que simplemente consulta grandes cantidades de datos a gran velocidad, el resultado acaba siendo una amalgama de grises sobre la que no siento nada dentro de la epidermis».
En su análisis, pone también sobre la mesa ese «asombramiento» al que asistimos ante lo que hace la máquina y que, básicamente, tiene que ver con la rapidez: «Encontramos la metáfora perfecta con la comida rápida: no es buena, no está rica y da dolor de estómago, pero no dejamos de asombrarnos de la capacidad de tener algo comestible en la mesa 10 minutos después de haberlo pedido».
Y tiene un mensaje para quienes afirman que la IA ha venido para quedarse: «Es una herramienta, sin duda, y como tal tendremos que ver ahora qué uso le damos (o eso o le reventamos el martillo de Heidegger en la CPU); pero ante la manida e insidiosa frase que esgrimen aquellos que viven obnubilados por estas novedades de “la IA ha venido para quedarse así que lo mejor es adaptarse” yo diría que “la IA ha venido para quedarse así que lo mejor es que la coloquemos en el lugar que le corresponde”. Y ese lugar, para mí, sería barriendo la casa, para que yo pueda irme al parque a jugar un rato».
Como mucha otra gente, Álvaro Urdániz probó la IA con ChatGPT por curiosidad y se sorprendió de lo que podía hacer. Más tarde, en cambio, afirma que vio los problemas éticos que conlleva. Y los enumera así: robo de propiedad intelectual, consumo desaforado de recursos hídricos, desinformación, privacidad, pérdida de puestos de trabajo…
«Cuanto más veía, más disparatado e injustificable me parecía, así que decidí evitar la IA generativa en todo lo que está en mi mano, ya sea buscadores de Internet, diferentes apps, redes sociales… Ya no la utilizo e intento evitar aquellos servicios que hacen uso de ella. Creo que, ahora mismo, no hay justificación ética para el uso de la IA generativa y no considero que se trate de rechazar el progreso, sino de hacer un uso responsable y moral de la tecnología».
La ha idiotizado ya.
Si observamos, la gente no se mueve y en lugar de luchar se escora a la ultraderecha desde que la inteligencia artificial se ha ido imponiendo.
Yo no tengo ninguna duda. Está pensada con muy mala intención, con la intención de tenernos más sometidos y dominados y el inmaduro e incauto del ser humano siempre muerde el anzuelo.