Un momento para respirar
Su destino está a la izquierda
«A la elite los pobres humildes siempre les han gustado mucho, no esos soberbios que se creen con derecho a sentarse a su mesa, ni siquiera en el comedor universitario», escribe Ovejero en su diario a propósito de las disparatadas declaraciones de una política del PP.
2 de junio
Vamos Edurne y yo a la concentración para conmemorar las muertes bajo los protocolos de la vergüenza. El Ayuntamiento ha concedido a los organizadores la plaza Juan Goytisolo, una plaza de cemento que está delante del Museo Reina Sofía. A las doce del mediodía el sol levanta ampollas. No sé si lo habrán hecho con mala intención; no me sorprendería.
Hay más gente de la que esperaba y menos de la que debiera. Por supuesto, en la concentración hay familiares de víctimas; sus testimonios son desoladores. A ratos estoy conmovido, a ratos asqueado por la irresponsabilidad criminal y la falta de escrúpulos que mostró el gobierno de la Comunidad de Madrid durante las primeras semanas de la pandemia, también las que les habían llevado ya antes a reducir empleos y a recortar el número de camas en la sanidad pública.
No sé si acabarán siendo condenados quienes impusieron los protocolos de la vergüenza, pero al menos la acción de las asociaciones que llevan años intentando llevarlos ante la justicia podrían conseguir aquello que deseaba Cioran: evitar que quienes tienen buena conciencia vivan y mueran en paz.
7 de junio
«Su destino está a la izquierda», anuncia la voz femenina del GPS –a la que hemos bautizado como ‘Puri’–. «Ojalá», le respondo. Ojalá el destino que nos alcance sea uno de izquierdas. No es que las santifique: el sueño del ideal revolucionario ha engendrado todo tipo de monstruos. Pero me parece infinitamente más probable alcanzar una sociedad vivible para la mayoría con un Gobierno de izquierdas que con uno de derechas. La derecha nunca ha dejado de promover programas para los privilegiados, aunque tengan que sacrificar a una parte de la población.
Estos últimos días se me han juntado los ejemplos de esa derecha egoísta que desprecia a quienes no pertenecen a la elite. El recuerdo durante la concentración de hace unos días de una Ayuso que permite salir de las residencias a los ancianos que tienen seguro privado y no a los que dependen de la sanidad pública, aunque había camas libres en los hospitales privados y concertados. Esperanza Aguirre afirmando que no cree que el Estado deba hacerse cargo de la sanidad de todos. Y también el relato que me hizo un amigo de una comida en la que una política del PP de apellidos aristocráticos afirmó que iba demasiada gente a la universidad.
Por supuesto la noble de títulos pero no de corazón piensa que sus hijos sí deben ir a la universidad, son los de las clases bajas los que deben quedarse fuera; al fin y al cabo, los ricos necesitan fontaneros y electricistas, y no van a ser sus propios hijos quienes se dediquen a tareas propias del servicio.
Lo que me recuerda una vez más a Ayuso –qué maldición– diciendo en Perú que ella quiere para España lo que encuentra allí, porque la gente en Perú es muy pobre pero está contenta y es humilde. A la elite los pobres humildes siempre les han gustado mucho, no esos soberbios que se creen con derecho a sentarse a su mesa, ni siquiera en el comedor universitario.
Así que sí, a pesar de todas las corruptelas y las iniquidades en las que ha caído muchas veces, la única esperanza que veo está ahí, en un destino a la izquierda.
He leído que el 47% de los ciudadanos de Israel está de acuerdo con el exterminio de los palestinos. No voy a esforzarme en comentar esta información. Para qué.
Me sorprendió leer críticas tan virulentas contra la serie Andor. No es que me parezca excepcional, ni mucho menos, pero después de verla tengo claro que la inquina se debe sobre todo a sus resonancias políticas. Todas esas alusiones a un imperio opresor que usa las noticias falsas para enmascarar la represión y que agrede a quienes estorban su política económica hace pensar inmediatamente en el hombrecillo de la Casa Blanca.
Descubro también en los comentarios a Andor a espectadores enfadados porque «otra vez» tienen que aparecer lesbianas en una película. Hemos visto durante décadas a mujeres sexualizadas y medio tontas en el cine mainstream –y no solo en él– pero eso al parecer era más fácil de digerir.
He leído estos días a Joyce Johnson y Hettie Jones, dos escritoras participantes de la generación beat. Aprendo en la autobiografía de Jones, casada con un músico y artista negro, que las leyes contra las relaciones sexuales entre negros y blancos no fueron declaradas anticonstitucionales en Estados Unidos hasta 1967 y que muchos estados se negaron a adaptar sus leyes durante décadas; el último en hacerlo fue Alabama en 2000. Y luego nos sorprende que Trump gane las elecciones con su discurso racista.
Busco en Internet y descubro que este jueves, como todos los 12 de junio, se celebra el «Loving Day», que no tiene nada que ver con el amor –o sí, en cierta manera–: el matrimonio de Mildred y Richard Loving, él blanco y ella de color según las distinciones de la época, denunciaron al Estado de Virginia después de que la policía allanara su casa con el fin de descubrirles manteniendo relaciones sexuales y de que un juez los condenara por estar casados y cohabitar, lo que era contrario a las leyes de Virginia; su primera apelación contra la condena no tuvo éxito: el juez consideró que Dios había separado las razas por continentes y regiones del mundo, por lo que debía suponerse que su voluntad había sido mantenerlas separadas, así que la ley era acorde a la voluntad divina, aunque probablemente el juez no estaba haciendo una crítica al esclavismo y al colonialismo. Es interesante que se considerara más grave mantener relaciones sexuales interraciales dentro del matrimonio que fuera de él.
Luego el caso llegó al Tribunal Supremo, que falló en contra de las leyes antimestizaje por ser contrarias a la Constitución.
Sí, a veces parece que la humanidad avanza, pero nunca hacia la derecha.