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‘Si yo pudiera hibernar’ es un clásico instantáneo

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Cultura

‘Si yo pudiera hibernar’ es un clásico instantáneo

La película de Zoljargal Purevdash es muchas cosas y todas buenas: un canto al amor fraternal, la reivindicación de la educación accesible para todos y todas y una crítica a un determinado ecologismo que vive despegado de la realidad social.

Battsooj Uurtsaikh, protagonista de 'Si yo pudiera hibernar'. SURTSEY FILMS
Manuel Ligero
06 junio 2025 Una lectura de 6 minutos
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Hay un cine experimental, vanguardista, áspero que debe existir siempre por lo que significa en la evolución del arte. Aunque incómodo para el gran público, es un cine necesario. Y también hay, por contra, un cine clásico que se sigue filmando hoy, un cine clásico-contemporáneo (no es un oxímoron, aunque lo parezca) que abraza los cánones y que, precisamente, a partir de esa premisa que podríamos llamar «conservadora» sigue produciendo la misma emoción hoy que hace 100 años. Y si se hace bien es absolutamente imbatible. Si yo pudiera hibernar pertenece a esta segunda categoría.

Cuando uno ve la película de Zoljargal Purevdash, y sobre todo cuando la repiensa horas o días después, se da cuenta de por qué ha sufrido y ha gozado tanto con sus imágenes. La cineasta mongola ha rodado una historia que está directamente emparentada con los grandes clásicos del neorrealismo, con Vittorio De Sica, con Roberto Rossellini; y por su humanismo y su vocación local/universal, con Jean Renoir; y por su abrumadora delicadeza, con Yasujiro Ozu; y por su retrato de la adolescencia, con François Truffaut . Y así podríamos seguir horas y horas. De alguna manera ya habíamos visto Si yo pudiera hibernar porque antes hemos visto El limpiabotas (1946) o Ladrón de bicicletas (1948) o Alemania, año cero (1948) o Los 400 golpes (1959).

Purevdash cuenta la historia de un chico llamado Ulzii (interpretado con enorme carisma por Battsooj Uurtsaikh) con una mente privilegiada para la física. Su profesor quiere que se presente al campeonato nacional para conseguir una beca con la que ir a la universidad en el extranjero, pero tiene un gran problema: es pobre. Lo que significa ser pobre va mucho más allá de la simple ausencia de dinero. Si tienes que trabajar no tienes tiempo de estudiar. Si tu vivienda es un austero habitáculo (en el caso de Ulzii, una yurta, la tienda de campaña tradicional mongola, instalada en la periferia de Ulán Bator) y lo compartes con otros tres hermanos, no tienes la tranquilidad necesaria para centrarte en los estudios. Y si debes dedicar buena parte del día a buscar carbón (o madera, o cartones, o cualquier cosa que arda) con el que calentar ese espacio (allí, en invierno, es habitual llegar a los -30 ºC), es poco probable que tus notas estén en consonancia con tus capacidades.

Planteada así, someramente, la sinopsis de Si yo pudiera hibernar, es fácil comprender por qué la historia de este chico mongol se convierte en algo universal. Renoir tenía una especie de ‘teoría de la humanidad’ que no llegó a formular explícitamente pero que podría resumirse así: las personas de todas las clases sociales tienen más en común que las personas dentro de las naciones. Esta visión profundamente humanista y empática está también en la mirada de Zoljargal Purevdash.

Según reveló en un encuentro por videoconferencia con el público del cine Embajadores Río, en Madrid, la idea de su película nació al ver una manifestación en Ulán Bator en la que se culpaba a las personas más pobres de la ciudad de ser los responsables de la contaminación. La capital mongola es, efectivamente, la más contaminada del mundo y se debe a la combustión del carbón en las casas de los barrios menos favorecidos. «Aquella manifestación tuvo lugar en 2017 y fue enorme. La gente pobre quema carbón para sobrevivir al invierno, pero esto enfada muchísimo a las personas que viven en las zonas de apartamentos porque la ciudad está cubierta por una espesa capa de humo y se hace realmente muy difícil respirar. Aquella protesta fue especialmente agresiva. Gritaban cosas como: ‘¡Nómadas, volveos al campo!’ o ‘¡Nos estáis envenenando!’. Y yo, como persona que creció en esos barrios de la periferia, me sentí muy, muy ofendida», explicó Purevdash.

Casi la mitad de la población de un territorio enorme como el mongol (tres veces España) vive en la capital. «Las zonas suburbanas están habitadas sobre todo por nómadas que han emigrado a la ciudad –ilustra Purevdash–, y Ulán Bator no es muy grande. Eso, inevitablemente, causa problemas. Uno de ellos es la pobreza y la educación es la única salida para los niños que viven en estos suburbios».

La directora tiene muchas cosas en común con su protagonista: también ella vivió en los márgenes, amaba la física y participó en campeonatos nacionales para obtener una beca. «Pero nunca conseguí la medalla de oro. Siempre quedaba entre el quinto y el séptimo puesto», confiesa. Eso sí, como preparación para esas pruebas entró en un colegio muy prestigioso que, a la postre, le abriría las puertas de la educación superior. Purevdash pudo estudiar cine en Japón durante cuatro años. «Muchos de mis amigos no tuvieron la misma suerte. No pudieron romper ese ciclo de la pobreza. Es algo que considero tan injusto, tan horrible que decidí hacer esta película como una especie de grito con el que pedir una educación igualitaria para todos y cada uno de los niños, especialmente para los niños que viven en una situación vulnerable».

‘Si yo pudiera hibernar’ es un clásico instantáneo
De arriba abajo, Tuguldur Batsaikhan, Battsooj Uurtsaikh y Nominjiguur Tsend, que interpretan a los hermanos de ‘Si yo pudiera hibernar’. SURTSEY FILMS

Purevdash es muy sensible al desprecio que la población urbana dirige a esas familias migrantes que se desparraman por miles en la periferia de la capital: «Me entristece mucho pensar que la mitad de la ciudad no entiende la raíz del problema de la contaminación. La raíz es la pobreza. Hice esta película para explicarlo y para ayudar a poner paz entre esos dos mundos. Simplemente siguiendo a este chico en su búsqueda de un saco de carbón, entendiendo lo importante y lo caro que es para él y para sus hermanos conseguir ese saco, creo que puedo ayudar a esa reconciliación. Quería mostrárselo a la gente de las zonas residenciales, esa que está tan enfadada y que vive tan alejada de la realidad».

También en torno a las películas hay muchos prejuicios. A todos nosotros, ciudadanos del imperio, nos han incrustado eso que podríamos llamar «el ojo americano». Con él observamos otras cinematografías (en general, otras culturas) por encima del hombro. Si alguien no saca una pistola o se inicia una persecución decimos de ese cine que es como «ver crecer la hierba». En realidad, esa postura no demuestra más que nuestro desconocimiento y pereza. Un ejemplo paradigmático podría ser el cine iraní, tantas veces caricaturizado, pero cuando uno se sienta a ver, por ejemplo, ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987) no puede apartar la mirada de ese niño que corre arriba y abajo por el pueblo, desesperado, para devolverle el cuaderno extraviado a su compañero de clase. Pasa lo mismo con el saco de carbón del que hablaba Zoljargal Purevdash. No hace falta mucho más para hacer un peliculón. Bueno, sí, hace falta talento, y aquí lo hay.

Por culpa de nuestro maldito «ojo americano» puede parecer una broma recomendar una película de Mongolia. No lo es. De ninguna manera. No encontrarán en la cartelera, ahora mismo, muchas películas mejores que Si yo pudiera hibernar.


‘Si yo pudiera hibernar’, de Zoljargal Purevdash, se estrenó en cines el pasado 30 de mayo.

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