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Javier López Alós: “Es utópico pensar que el capitalismo puede ser el espacio de felicidad de la gente”

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Cultura | Preguntas Humanas

Javier López Alós: “Es utópico pensar que el capitalismo puede ser el espacio de felicidad de la gente”

El doctor en filosofía y escritor publica junto a Vicent Botella i Soler el ensayo 'Por qué pensamos lo que pensamos' (Arpa, 2025).

El escritor Javier López Alós. Foto: M. Abesa
Azahara Palomeque
28 mayo 2025 Una lectura de 13 minutos
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Es bastante común que, cuando se juntan personas afines, surjan proyectos interesantes. El caso de este libro lo demuestra. Por qué pensamos lo que pensamos. Cómo razonamos los humanos, por qué nos equivocamos tanto y qué podemos hacer al respecto (Arpa, 2025) acaba de ser publicado de la mano de dos autores que se conocieron por casualidad y terminaron hermanados laboralmente en torno a las mismas preguntas. Uno es Vicent Botella i Soler, escritor y doctor en Física, y el otro es Javier López Alós, doctor en Filosofía y también escritor. Para esta entrevista, hemos hablado con el segundo, quien ha publicado ensayos anteriores como Crítica de la razón precaria (2019) y El intelectual plebeyo (2021). Concretamente, se trató de una conversación de dos horas durante las cuales abordamos casi todas las claves del nuevo libro, corto (menos de 200 páginas), pero enjundioso. 

¿Cómo surge este libro?

    El germen del libro tiene que ver con el azar. Vicent y yo nos conocimos de forma casual, en un viaje en Blablacar. Empezamos a hablar, descubrimos que teníamos ciertos intereses en común, un pasado académico en el extranjero, y que ambos habíamos regresado a España recientemente. Entonces quedamos en volver a vernos: “A ver si un día nos tomamos un café”, se suele decir. Y, efectivamente, quedamos para almorzar, para un café, y nos fuimos haciendo amigos.

    Él viene de una formación científica dura; es doctor en física y se dedicaba a la neurociencia. Entonces, nos dimos cuenta de que determinados problemas cada uno los enfocaba desde su perspectiva disciplinaria, pero acababan siendo complementarias las miradas. Bueno, pues en una de esas conversaciones, Vicent dijo: “Estas cosas son muy interesantes y la mayoría de la gente no las conoce, deberíamos comunicarlas de alguna forma”.

    Casualmente, unos meses después surgió la posibilidad de hacer un curso juntos. Entonces lo montamos, y ese curso funcionó muy bien. Además, en ese curso había muchos profesores de secundaria que nos dijeron: “Deberíais llevar esto a institutos”. Hicimos una versión para institutos, luego hicimos una versión para el público general con ayuntamientos; la cosa siguió funcionando muy bien y… la gente nos preguntó por qué no sacábamos un libro. Así que, al final, lo acabamos escribiendo. Como ves, este libro procede de muchas conversaciones y diálogos anteriores. Eso nos facilitó mucho la escritura, que se volvió muy orgánica.

    La mente es un mecanismo vago: se deja influenciar por el contexto, elige soluciones fáciles a los problemas porque pensar requiere esfuerzo, y tiene multitud de sesgos: ¿por qué nos llamamos homo sapiens?

      No es injusto pensar que el ser humano es un ser racional con una inteligencia muy desarrollada. El malentendido viene cuando se considera que la razón funciona siempre y de la misma manera, infaliblemente. Lo que tenemos que asumir es que, efectivamente, somos racionales, pero la racionalidad humana también incluye el fallo, e incluye un montón de imprecisiones, sesgos, etc. De hecho, nuestra inteligencia es limitada.

      «Lo que tenemos que asumir es que, efectivamente, somos racionales, pero la racionalidad humana también incluye el fallo, e incluye un montón de imprecisiones, sesgos, etc. De hecho, nuestra inteligencia es limitada«

      Pero es lo que nos ha mantenido vivos: no saltamos o corremos mucho, no tenemos unas mandíbulas para pelear contra grandes animales. Es decir, nuestra ventaja competitiva ha sido justamente la inteligencia. Ahora, hacer de eso algo completamente ilimitado, o llevarnos las manos a la cabeza cada vez que descubrimos que no lo comprendemos todo o que hacemos tonterías, pues revela cierta ingenuidad con respecto a nuestras propias posibilidades. 

      ¿No crees que, desde el punto de vista evolutivo, ahora probablemente seamos menos inteligentes? Por otra parte, la inteligencia ha ido perdiendo valor en la sociedad y no somos capaces de resolver grandes problemas como el cambio climático, a pesar de que el conocimiento exista –pero no la aplicabilidad–. 

        Hay dos partes. Por un lado, sí parece, según varios estudios, que en los últimos años ha habido una reducción en la inteligencia humana, y esto parece difícil no asociarlo a la dependencia de los aparatos tecnológicos, que, de alguna forma, suplen nuestra actividad de cálculo, de memoria, etc. Entonces, a base de no ejercitar esas capacidades, se van atrofiando. Sí que hay por primera vez en la inteligencia mediciones que dicen que esta va a menos. 

        Luego está la paradoja de la ignorancia, que es bastante antigua. Ahora bien, una cosa es que sepamos mucho en tanto especie, pero la especie no tiene agencia en sí. Entonces, la paradoja de la ignorancia es que conocemos como especie más cosas, pero individualmente somos más ignorantes respecto al conjunto; es decir, respecto al repertorio de cosas a conocer. En otras palabras, cuanto más conocimiento acumulado hay, más ignorantes somos, porque el conjunto es mayor.

        Esto quizá lo investigue en el próximo libro:  la información disponible aumenta cada día de forma exponencial, pero ¡nuestras capacidades no! Nuestras capacidades se mantienen más o menos estables o tienden a disminuir. Esto es importante para contextualizar esa sensación: cómo es posible que seamos tan ignorantes teniendo más conocimiento.

        «La información disponible aumenta cada día de forma exponencial, pero ¡nuestras capacidades no! Una de las formas de fabricar ignorancia y confusión –y eso lo vemos en los medios de comunicación de masas– es la sobreinformación».

        Una de las cosas que ocurre, en el caso del cambio climático, por ejemplo, es que hay información disponible, pero, ¿en qué condiciones estamos de procesarla? De hecho, una de las formas de fabricar ignorancia y confusión –y eso lo vemos en los medios de comunicación de masas– es la sobreinformación. Justamente porque me estás bombardeando con mucha información, no me estás informando. 

        Este es un libro del que pueden aprender políticos, publicistas en busca de claves sobre la psicología del consumidor, o gentes que buscan perfilar sus cabezas en un mundo de posverdad. ¿Quién es vuestro público objetivo?

          La idea fundamental, en un sentido más político, es que el libro pueda interesar a cualquiera, porque habla de cosas que nos ocurren a todos. Y esos públicos potenciales que has nombrado también nos afectan a cualquiera. Es decir, conocer los mecanismos por los cuales se rige la psicología de consumo, o la publicidad, o el mundo de las aplicaciones, o la propaganda política es algo cuyas consecuencias exceden a los profesionales de dichos campos. Nosotros hablamos de “alfabetización cognitiva”.

          Vicent siempre dice: de la misma manera que para mucha gente se ha vuelto común cierto lenguaje relacionado con la salud –alguien te puede decir que tiene una contractura, o que tiene que tomar más hidratos de carbono, o más vitamina D–, en términos cognitivos, la mayoría de la gente desconoce cómo pensamos. Evidentemente saber no te protege totalmente, pero no saber te expone mucho más. Entonces, la idea es llegar a la mayor cantidad de gente posible, pero no totalmente buscando la aplicabilidad, no como un manual. 

          Tampoco podría ser un manual, porque el mismo libro afirma que, aun sabiendo cómo funciona la mente, no vamos a dejar de cometer errores. Entonces, ¿para qué lo queremos saber?

            Para estas más vigilantes y tener la capacidad de arbitrar ciertas correcciones. Hay cosas que yo no puedo evitar que me ocurran, pero sí puedo reducir su incidencia o mitigar las consecuencias. Pensemos en la percepción: si un efecto óptico me engaña, pero yo sé que el palo no se ha doblado, que el palo está recto, o que ha sido gol, entonces reacciono de una determinada forma, independientemente de lo que digan mis ojos. Eso lo podemos aplicar a determinados procesos cognitivos.

            Por ejemplo: si yo sé que la fatiga es un elemento que condiciona las decisiones que se toman, sería razonable que la OIT [Organización Internacional del Trabajo] lo tuviera en cuenta para la distribución de tareas y en los horarios. Y no tener la expectativa de que el trabajador o trabajadora va a tener un rendimiento constante durante toda su jornada, de lunes a viernes, independientemente de la tarea que le asignes. Es decir, hay consecuencias prácticas.

            Justamente tenía una pregunta sobre este tema. Lo mencionas cuando hablas de los jueces que, dependiendo de a qué hora estén trabajando y lo descansados que se encuentren, conceden más permisos de libertad condicional o menos. Deberíamos poder eliminar el cansancio, que es uno de los mayores condicionantes del rendimiento cognitivo, con consecuencias gravísimas. 

              Por eso es tan importante la lucha por liberar tiempo, por trabajar menos y trabajar mejor. Trabajar lo necesario para poder tener una vida en condiciones. Porque no sólo es una cuestión de fatiga; es que, además, hay una relación entre la fatiga y la tendencia a posturas conservadoras, es decir, al mantenimiento del statu quo.

              Este ejemplo se verifica con los tratamientos médicos: es difícil que, al final de la jornada, tu médica vaya a cambiártelo. Si tú sigues estando viva, entonces para qué se va a parar a pensar, si además no está en condiciones de elaborar demasiado. Se tiende a lo seguro. La fatiga tiende a la conservación del statu quo porque el cambio implica siempre un gasto de energía y un elemento de incertidumbre. Esto nos podría llevar lejos en la reflexión general política. No sólo es el estrés o el miedo, sino que el cansancio nos vuelve más proclives a ser víctimas del estrés, del miedo, por instinto de defensa y conservación.

              Así que nos hace mucho más pacatos y mucho menos audaces a la hora de pensar que es posible una realidad distinta a aquélla que nos está fastidiando la vida. Y es una cosa que, a nivel personal, cualquiera puede ver. Esa frase que dice: “Estoy tan cansado que no puedo ni pensar” es cierta. Imagínate: quiero cambiar de vida, de trabajo, estoy atrapado en una situación tremenda, pero estoy tan reventado que no me da para pensar por dónde salir. Es muy complicado pensar que esto no tiene una dimensión a nivel político. 

              «Por eso es tan importante la lucha por liberar tiempo, por trabajar menos y trabajar mejor. Trabajar lo necesario para poder tener una vida en condiciones«.

              Por eso yo creo que, políticamente, es imperativa la lucha por la liberación de tiempo, que además está relacionada con la participación democrática, porque la implicación política tiene que ver con la disponibilidad de tiempo. Y de un tiempo en condiciones. Si no, cómo vas a leer, cómo vas a entender las cosas. Cuando decimos: “Es que la gente no se informa…” Pero, ¿cómo se van a informar? O cuando se critica el uso de redes, o el consumo de televisión de baja calidad… Bueno, si quieres a las 10 de la noche, cuando lleguen de trabajar, se hacen un seminario de Dostoievski mientras acuestan a los niños [Risas]. Es muy difícil que la vida no sea un “virgencita, que me quede como estoy”.

              Me interesa el caso del violinista de renombre que toca en el metro y nadie lo escucha, porque le falta contexto. ¿Podría ocurrir que un músico mediocre actuara en los mejores auditorios, respaldado por la crítica, y luego tocase mal? En otras palabras, ¿el contexto favorece, o el contexto lo es todo? 

                No lo es todo, pero es mucho. A este violinista casi nadie le hizo caso, pero hubo algunas personas que sí. Gente con una sensibilidad musical especial que sí apreciaron que allí estaba pasando algo. Lo que planteas es, en cierto modo, la denuncia de Duchamp [con Fuente -el urinario–, 1917]: cómo la institución monta un marco a partir del cual lo que sucede allí ya es arte.

                Sin embargo, eso sirve para mucha gente, pero no para todo el mundo. Es decir, es difícil que en un auditorio importante se le tome el pelo a todo el público, porque en ese público hay gente formada. Luego es verdad que hay elementos de prestigio, muchas veces de esnobismo, según lo cual yo tengo mucha sensibilidad artística porque voy a ciertos teatros o museos, aunque no entienda nada de lo que está pasando allí. Bueno… sí, hay un prestigio de los lugares y eso condiciona favorablemente la percepción. 

                Leyendo tu libro me acordaba del concepto “campo de producción cultural”, de Bourdieu; y, respecto a lo literario, específicamente, de cómo algunos elementos legitiman tu obra: las reseñas, también los lugares donde la presentas, las editoriales. En la era del marketing, a veces resulta complicado pensar que detrás de la fachada hay una casa. 

                  El marketing es muchísimo, pero no podemos decir que sea todo. Por ejemplo, cuando se adultera un paquete de alimentos de cierta calidad, se puede mezclar con otras cosas, pero tiene que ser en la dosis justa como para que no le cambie el sabor a todo el conjunto. 

                  El “exceso de alternativas”, afirmas, demuestra que tomar decisiones se vuelve imposible, nos bloqueamos. Además, es una falacia: el “puedes ser lo que quieras” paraliza. Bourdieu hablaría de las probabilidades del espacio social, que están marcadas por la clase. ¿Crees que deberíamos decirles a los niños que sus posibilidades son limitadas?

                    Siendo un poco más radical, creo que deberíamos decirles: “Tienes derecho a intentar ser lo que quieras”. La paradoja de la elección tiene que ver con el aumento de dificultad para elegir a medida que aumentan las posibilidades de elección. Ese es el mundo de las aplicaciones de citas, una de las bases de su funcionamiento, también a la hora de generar la insatisfacción para que pienses que la siguiente elección será la buena.

                    Pero a los niños no siempre se les da esa paradoja cuando les decimos “puedes ser lo que tú quieras”, porque no todos tienen un abanico enorme de posibilidades. Lo asocio más a la idea de “si quieres, puedes”; o “podrás conseguir todo lo que te propongas”. Sí es verdad que aquellos que tienen más posibilidades tienen más dificultades para escoger. Y otros tienen menos posibilidades, porque la clase social les estrecha el margen. Eso es cierto.

                    «La paradoja de la elección tiene que ver con el aumento de dificultad para elegir a medida que aumentan las posibilidades de elección. Ese es el mundo de las aplicaciones de citas, una de las bases de su funcionamiento, también a la hora de generar la insatisfacción para que pienses que la siguiente elección será la buena«.

                    Te voy a pedir disculpas por mencionar tanto a Bourdieu, pero algunas de las situaciones que mencionáis tengo la sensación de haberlas leído antes desde otras disciplinas que no son la psicología, porque en el libro la psicología es el campo fundamental, ¿verdad?

                      Sí. Lo que nosotros intentábamos ahí es, a partir de investigaciones publicadas, hacer una interpretación. Lo original de nuestro libro es la interpretación, y una interpretación con una dimensión filosófica y política. También está la idea de divulgación crítica: no es sólo contar cosas curiosas, sino hacerlo con un cuestionamiento y una dirección. Y hay una pregunta: ¿hacia dónde quiere conducir este ensayo?

                      Es decir, estamos viendo a lo largo del libro que los seres humanos constantemente nos damos de bruces con la idea de cómo estamos hechos, y de cómo pensamos, y eso nos produce problemas, porque la sociedad está montada precisamente sobre la presunción de que somos siempre racionales. Por ejemplo; el homo economicus, la teoría de la decisión racional, etc.

                      Entonces, la pregunta es: ¿hasta qué punto la forma social actual, moderna y capitalista, es coherente con cómo somos? Porque, si no lo es –y ya sabemos que no lo es desde otros lugares, como el psicoanálisis–, y encima desde el punto de vista del homo economicus y la racionalidad estamos exigiéndonos cosas que es imposible que podamos cumplir, entonces, en realidad, podría decirse que la utopía, que lo que es utópico en el sentido peyorativo del término es pensar que una sociedad con una antropología de este estilo puede funcionar.

                      O sea, es utópico pensar que el capitalismo puede funcionar, y que puede ser el espacio de la felicidad de la gente. Esto es una promesa que no se corresponde ni con la historia, ni con ninguna posibilidad de ningún tipo, y desde luego no con la forma en que funcionamos, y la manera en que nuestra constitución física, biológica, y nuestro cerebro están hechos. 

                      Es verdad que muchas de estas cosas son conocidas, como dices, desde la psicología. El problema es que no salen de la psicología. Quedan como un conocimiento aislado, que funciona como una ciencia aparte. La cuestión es sacar el conocimiento de sus establos disciplinares y llevarlo a la plaza. 

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