Sociedad
“La IA es otro invento del capitalismo para producir más”
Mayor inmediatez, mayor productividad y mayores beneficios para las empresas. La IA como herramienta al servicio del capitalismo es la idea que más repiten los lectores de ‘La Marea’ consultados.
El sol entra por la ventanilla del autobús. Es el número 6, el que pasa por el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla y el campus universitario de Reina Mercedes, de carreras científicas y tecnológicas. El autobús va, por eso, cargado de jóvenes y personas mayores, a partes más o menos iguales. Son las diez y media de la mañana, un día laborable. Sentados, en los lugares previstos para quien necesita ayuda, una señora de pelo frondoso blanco, con un pañuelo colorido al cuello, conversa con un señor que aparenta su misma edad, entre los setenta y los ochenta años.
«Son una pandilla. Son unos cuantos. El Putin, el Trump, el otro y el otro. Una pandilla», dice ella, con sus manos retorcidas por el efecto de la artrosis. «Porque hay que ver lo que hemos trabajao, eh. La de aceitunas que he cogido yo. Y el hambre. Por eso yo ahora le hago de comer a mis nietos lo que me pidan. Que uno quiere una cosa, se la hago. Que otro quiere otra, se la hago también. Bastante hemos pasado», continúa en una conversación que describe sin florituras la generación que fue joven en el siglo pasado. Se gira y avisa a la chica que está a su lado, de pie, con auriculares, agarrada a la barra que cuelga del techo: «Hija, que me estás dando con la mochila». El hombre, que asiente ante todo lo que dice la mujer, añade: «Es que el dinero tenía que ser como los ajos, que al año se pudren».
La IA como una herramienta al servicio del capitalismo es la idea que más repiten los lectores y lectoras de La Marea consultados. Rafa Poverello cita una obra histórica para expresar su rechazo: Elogio de la ociosidad, un ensayo escrito en 1932 por el Nobel de Literatura Bertrand Russell. En su inicio, como explica Poverello, enunciaba con un ejemplo comprensible la esencia del capitalismo y de la mano de obra asalariada pos Revolución Industrial: un número de personas trabaja en una fábrica de alfileres ocho horas al día haciendo todos los que el mundo necesita. Otra persona inventa una máquina con la que el mismo número de personas puede duplicar el número de alfileres, aunque el mundo no lo necesite.
«En un mundo sensato, termina diciendo Russell, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real (…) los hombres (sic) aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres».
Y eso es justo la IA para este lector: «Un invento apropiado por el capitalismo para producir más, no para facilitar la conciliación, el descanso y el ocio. Lo mismo que significó la máquina de vapor de Watt para la eclosión de la Revolución Industrial. Haría falta ahora, en pleno siglo XXI, un moderno movimiento ludita que hackeara sin ambages cualquier BigTech que creara una nueva posibilidad de trabajar menos en una cosa para así poder trabajar más en otra».
De ‘Sapiens’ a ‘Nexus’
A su alrededor, la gente que emplea la inteligencia artificial generativa lo hace por comodidad, no para poder dedicar ese tiempo que ahorra en los cuidados, el apoyo mutuo o invertirlo en placeres terrenales: «Cuanto más ChatGPT, más tiempo libre para el scroll». Santi C. Salso, profesor en Secundaria, lo analiza también en ese sentido: «Toda tecnología nace con el fin de liberar tiempo. La cuestión es para qué se emplea ese tiempo: si para poder acelerar las 40 horas (o 37 y media) y den para producir más, o para dedicar ese adelanto productivo para adelantar la vida misma». Es, en resumen, lo que el historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de Sapiens, analiza ahora en Nexus. Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA. En esta obra aventura un posible desarrollo de una inteligencia artificial todopoderosa que podría otorgar a los tiranos un control absoluto de la humanidad.
En un artículo en The Conversation, el catedrático del Área de Ingeniería Telemática de la Universidade de Vigo Francisco Javier González Castaño sintetiza algunas ideas del libro de este modo: «Harari compara así el despliegue de las primeras líneas de ferrocarril al comienzo de la Revolución Industrial con el milenio actual y la revolución tecnológica que supuso Internet. En ambas épocas, la iniciativa privada asumió el riesgo tecnológico, guiada por consideraciones de mercado, como en nuestro tiempo han hecho Google, Facebook, Amazon, etc. Llegado el momento, los Estados tomaron el control de los ferrocarriles, al comprender su potencial estratégico. Hoy, en el desarrollo de algoritmos e IA estatales, China lleva la delantera».
El lector Víctor Vicente Palacios comenzó en el mundo de la IA con una tesis doctoral, allá por el año 2014; y, desde entonces, asegura que ha trabajado en empresas que aplican inteligencia artificial en medicina. Según cuenta, está muy desencantado con todo lo que ha ido sucediendo: «El hype que nos venden sobre la IA está basado en investigaciones antiguas y lo único que ha cambiado es que unos ricachones nos siguen vendiendo la necesidad de construir mastodontes de chips para poder crear modelos más y más grandes, en vez de intentar avanzar en hacerlo de forma más eficiente. ¿Por qué? Por el modelo de crecimiento capitalista que siguen las empresas».
Entre los títulos que recomiendan otros lectores destaca Trabajos de mierda, de David Graeber. En él, el profesor de la London School of Economics, antropólogo y activista estadounidense recoge cómo millones de personas permanecen atrapadas en jornadas infinitas desempeñando tareas inútiles. «Las tecnologías en general, pese a que son creadas –nos dicen siempre– con las mejores intenciones de hacernos mejores seres humanos y acabar con todos nuestros problemas, al final, como todo pasa en el sistema capitalista, éste lo compra o directamente lo arrebata, dándole la vuelta a las supuestas bondades que traen consigo, para volvernos, como muchos estudios académicos ya han sentenciado, más individualistas, deshumanizados, egoístas, y reducir todas nuestras capacidades cognitivas para acabar como meros seres pasivos distantes de la realidad y la experiencia vivible», reflexiona el lector Víctor C.B.
Hablar con los muertos
Para él, como para muchos de nuestros lectores y lectoras, la llegada de la IA no deja de ser una «mejora» de lo que «ya sufríamos con el mastodonte Google y sus primos hermanos». Y añade: «Encarna el máximo exponente, hasta la fecha, de ese aparato de manipulación social/conductual que se inició, por sus características compartidas, con la televisión (sin obviar el ingente desembolso que lleva invertido en mil frentes EEUU con el inicio de la Guerra Fría)».
Para este lector, la inteligencia artificial nos lleva, no obstante, a un estadio más elevado de apropiación de la creatividad y la sobreexplotación humanas: «Incrementa la inmediatez que este sistema precisa para elevar la productividad y los beneficios hasta el infinito, y nos mantiene así enganchados y ausentes».
En los últimos años, de hecho, se han multiplicado las aplicaciones de IA que sustituyen a personas muertas, como un supuesto remedio a la soledad o al duelo, un proceso que tanto nos identifica como humanos. Replika, Anima, Butterflies, Dot y Kuki son algunas de las que permiten hablar con la recreación de la persona fallecida. Hay otra gente que la usa como si fuera su psicólogo.
«El panorama que se nos brinda es aterrador: todo lo que hasta este momento supuestamente precisaba de la calma y el toque humano ahora se aleja de las relaciones sociales para que un ente abstracto pueda tomar decisiones autómatas políticas y militares, realice trabajos académicos, sustituya a las relaciones personales y de afectividad o hasta las terapias psicológicas, desarrollo tecnificado de la industria y las futuras tecnologías», concluye Víctor.
Enhorabuena Olivia, tus planteamientos me hacen recuperar ilusión en el futuro, porque veo que todavía existe el periodismo crítico.