Internacional | Opinión
Hablemos de la ‘eutopía’: en el espejo de Trump (y 2)
Reconocer las maquinaciones autocráticas europeas reflejadas en el espejo de Donald Trump significa también constatar que, en las últimas décadas, no solo nos hemos engañado sobre las políticas de las llamadas «grandes potencias» y sus herederos, sino también sobre nuestros propios actos como beneficiarios de esta neoautocracia.
Cuando se trataba del Sudeste asiático (Corea, Vietnam, Laos, etc.), Oriente Próximo (Irán, Irak, Siria, Palestina, etc.) o América Latina, supuestamente siempre hemos buscado fortalecer los «valores democráticos» y «la paz». Nosotros, los occidentales, estábamos encantados de dar fe de ellos ante los demás mientras cometíamos o encubríamos crímenes atroces.
El presidente estadounidense simplemente continúa con esta política. Esta vez, sin embargo, también nos afecta a nosotros, los europeos. Y, a veces, habla de ello sin rodeos. Tanto si nos gusta como si no, Canadá y Groenlandia son ejemplos de reliquias del colonialismo europeo sobre las que simplemente hemos hecho la vista gorda.
¿No es el Canadá actual un producto de las guerras imperiales de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, y de negocios turbios que devastaron los recursos humanos y la naturaleza, incluido el comercio de tierras y personas a escala gigantesca (Compañía de la Bahía de Hudson, Luisiana, Alaska, etc.)? Por no hablar del trato a las Primeras Naciones, al que podríamos referirnos como genocidio.
¿Y qué hay de Dinamarca? Este país supuestamente tranquilo y progresista se separó dolorosamente de Islandia y las Islas Feroe durante el siglo pasado, pero se aferra a Groenlandia, donde, no hace mucho, el gobierno esterilizaba a las mujeres inuit por la fuerza.
En este contexto, las fronteras existentes y los sistemas políticos y económicos del corazón de Occidente tienen una legitimidad social cuestionable, si es que la tienen. Nuestro mundo contemporáneo es principalmente el producto de dos siglos y medio sangrientos que han costado cientos de millones de vidas, hectolitros de sangre y un sinnúmero de existencias destruidas. ¿Merece la pena garantizar la seguridad con el elevado riesgo de una guerra para mantener una herencia tan problemática?
Creo que necesitamos algo totalmente diferente: la eutopía nos impulsa a esforzarnos para plantear, por fin, de un modo completamente nuevo, en qué consiste un mundo mejor y cómo lograrlo. Todo el mundo necesita urgentemente un cambio.
Agenda progresista
El ejemplo de Trump podría ser nuestra oportunidad para corregir los errores del pasado. Con la imposición de aranceles y el endurecimiento de la política migratoria, el presidente estadounidense intenta dificultar el flujo de personas y mercancías. A menos que se cree un espacio político y económico unificado (incluyendo a Canadá y Groenlandia como parte de Estados Unidos). Uno puede indignarse ante esto, claro, pero también puede recordarse que el panamericanismo fue el sueño de casi todos los movimientos anticoloniales del continente, desde Alaska a la Patagonia. Washington se beneficia del fracaso trágico de esos sueños. Un fracaso al que Europa contribuyó de manera esencial.
Por lo tanto, puedo percibir el proteccionismo de Trump como un mensaje que transmite lo siguiente: las materias primas y los bienes de consumo no deberían circular libremente entre países cuando a las personas no se les permite hacerlo. Desde la perspectiva de la eutopía, este es otro sueño robado. Después de todo, un mundo mejor es aquel en el que las personas pueden moverse con la misma libertad con la que circulan los productos de la economía global.
Si seguimos esta línea de pensamiento, podríamos recuperar nuestra propia influencia progresista: si el mundo entero se uniera a Estados Unidos, no habría aranceles ni fronteras. Contaríamos con un sistema fiscal único, un sistema sanitario común y recursos naturales ilimitados. Incluso estaríamos a salvo de la guerra. Y apuesto a que Donald Trump no ganaría las próximas elecciones presidenciales en los «Estados Unidos del Mundo».
Las utopías mexicanas y la ‘eutopía’
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, sí que es posible una política progresista a una escala similar. A principios de este año, pasé tres semanas en Ciudad de México. Allí llevé a cabo proyectos en torno a la eutopía, pero también observé las prácticas políticas de Claudia Sheinbaum, presidenta de México, y de Clara Brugada, jefa de Gobierno de la Ciudad de México y exalcaldesa de Iztapalapa, un distrito urbano muy complejo.
La política de México hacia Trump es, por supuesto, un tema para otra ocasión. Sin embargo, me impresionó mucho la reacción de Sheinbaum ante el primer anuncio de la introducción de aranceles a los automóviles importados de México a Estados Unidos. ¿Amenazó la presidenta con una guerra arancelaria? ¿Se sintió ofendida? No, su primer instinto fue invitar a los jefes de las empresas automovilísticas del mundo a una reunión. Propuso buscar juntos un compromiso que fuera en interés de todas las partes. En respuesta a la sombría distopía de un Estado autárquico con la que Trump intenta seducirnos, el mensaje de la presidenta mexicana se acerca al pensamiento eutópico: construyamos lazos y aprovechemos los recursos de la sabiduría colectiva.
Clara Brugada pertenece al mismo partido que Sheinbaum. Independientemente de la turbulenta situación mundial, sigue adelante con su espectacular política social. Su principal objetivo es mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. El proyecto emblemático de Brugada, ya desde su etapa en Iztapalapa, son las llamadas «Utopías».
Hoy en día, Utopías es un grupo de 16 centros comunitarios integrales que se construyeron desde cero. Quien no se sienta bien, tenga problemas en su vida o simplemente quiera pasar un buen rato, puede visitar una de estas Utopías. Las mujeres, por ejemplo, encontrarán allí una oferta especial para ellas. No solo pueden recibir fácilmente asesoramiento médico o psicológico, sino que también pueden dejar a sus hijos o familiares mayores en buenas manos mientras participan en actividades deportivas, educativas o incluso de spa.
El carácter eminentemente participativo de Utopías queda patente en sus talleres de cocina. Cualquiera puede participar y aprender a cocinar de una forma más sostenible, saludable y sabrosa. Para mantener un enfoque práctico y cercano a la vida cotidiana, los participantes deben llevar sus propios ingredientes. Un experto o una experta en nutrición dirige la clase y luego se llevan a casa los platos preparados. De esta manera, la familia descubre cosas nuevas sin alejarse demasiado de lo ya conocido. Además, la próxima vez se pueden compartir los aprendizajes y ajustar los siguientes pasos.
A nivel micro, el mensaje político de Clara Brugada va de la mano del de Sheinbaum. Demuestra que la autarquía es una quimera y que un buen Estado es aquel que ayuda a construir y valora los lazos sociales.
Esta experiencia me ha impresionado mucho. Me gustaría que los políticos europeos nos mostraran un respeto similar. Deberían abandonar la arrogancia de creer saberlo todo. Y acostumbrarse a aprovechar los recursos de la sabiduría colectiva. Deberían definir sus objetivos y acciones en constante comunicación con nosotros, con la ciudadanía, tanto a nivel local como global.
Trump, fiel a la historia europea
Trump habló de «cuerpos y balas» minutos antes de que estallara su famosa pelea con el presidente Zelenski en el Despacho Oval. Admitámoslo: es difícil no sentir repulsión ante aquella escena. No estamos acostumbrados a presenciar este tipo de conversaciones a un nivel político tan alto. Pero volvamos, una vez más, al espejo. ¿Quién de nosotros no ha utilizado un tono similar con sus propios padres, hijos o colegas de trabajo? ¿Y cómo fueron las conversaciones, por ejemplo, en Versalles, en 1919, cuando se confirmó la independencia de Polonia, pero no la de Ucrania? ¿O cuando en julio de 1945 se retiró el reconocimiento internacional al gobierno polaco en el exilio? La diferencia es que entonces no había cámaras.
¿Acaso alguien ha hablado con los millones de personas en Ucrania y Rusia enviadas a la guerra o condenadas a sufrirla porque un pequeño grupo de viejos funcionarios (presidentes, primeros ministros y oligarcas) y algunas pocas damas funcionarias decidieron que preferían la guerra en lugar de dialogar hasta caer rendidos? Esto me escandaliza especialmente. Porque incluso la conversación más impertinente es mejor que una matanza.
Permítanme recordarles lo que escribí en la primavera de 2022 en el diario polaco Rzeczpospolita: «No existe tal cosa como ‘una guerra justa’. La guerra no es una herramienta para resolver nada. Es un indicio de la bancarrota de las élites políticas, que son incapaces o que no quieren mantener la paz. Así que, antes de enviarnos a la guerra, deberían asumir la responsabilidad por su fracaso y marchar ellos mismos al frente».
Mientras tanto, en el espíritu de eutopía, les insto a no renunciar al lenguaje político de la empatía y los sueños. Incluso propongo que mostremos un mínimo de gratitud al presidente estadounidense –parece especialmente receptivo a ello–. Y mientras él disfruta de este aprecio, nosotros podríamos aprovechar el tiempo para crear las condiciones que hagan del mundo un lugar mejor y ponerlas en práctica.