Opinión
Vacante
Ana Carrasco-Conde recuerda que la «insidiosa y arraigada» creencia de que el cuerpo de la mujer es un «receptáculo» se ha presentado de distintas maneras a lo largo de la historia. «Lo nuevo es que, cosificado el cuerpo y con la lógica neoliberal que convierte todo en recurso de explotación, ese hueco puede ser alquilado».
Este artículo se publicó originalmente en #LaMarea105, cuyo dossier principal está dedicado a la industria de los vientres de alquiler. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.
Hueco, concavidad, oquedad, receptáculo, espacio susceptible de acoger o recibir. En su interior la mujer ha sido considerada desde antiguo como «hueca» en el sentido más literal de la palabra porque en ella se encontraba un lugar vacío, lo que la convertía en continente de algo ajeno a sí misma. Ella es vasija que puede ser llenada: llena de mal, llena de dioses, llena de bendiciones, llena de pecado. Su contenido nunca fue tan importante como la potencialidad de ser recipiente de lo que en ella se quisiera depositar, como si su función y valor se redujeran a acoger algo distinto que ella misma. La mujer es receptiva, la mujer es acogedora, la mujer es entregada, lo que significa que se entrega, y la mejor de entre todas ellas es la que lo hace voluntariamente.
La otra cara del hueco es la cara externa, la vasija a veces convertida en florero, deleite de los ojos para ser mirada y admirada por un otro. Hueca por dentro, su labor es cuidar su apariencia y ser deseable. Tal concepción de la mujer incomoda hoy incluso a personas no feministas, pero este aspecto de receptáculo se resiste a ser pensado y cuestionado.
En un pasaje memorable –no en el buen sentido– de Las Euménides del trágico Esquilo, Apolo trata de convencer al corifeo de que si Orestes asesina a aquella que lo engendró y le dio a luz, no por ello comete matricidio porque en realidad ella no es su madre. El argumento del dios no se debe a que la esposa de Agamenón no sea la madre biológica del susodicho, como si en el siglo V a.C. existiera ya la gestación subrogada, sino a que la mujer no pone nada suyo en el niño al reducirse su función a la de una hueca vasija: «No es la que llaman madre la que engendra al hijo, sino sólo la nodriza del embrión recién sembrado. Engendra el que fecunda, mientras que la mujer solo conserva el brote». Al matar a Clitemnestra, Orestes no cometería matricidio porque en realidad ella es solo un «vientre». La escena termina con esta afirmación: «Puede haber padre sin que haya madre». En estos versos se niega la noción misma de «maternidad».
Si está vacante, se puede alquilar
Lo mismo sostuvo después Aristóteles, para el cual el hombre aporta esperma y la mujer sangre, lo que la convierte en un hueco nutricio y no procreador. Claro que sabemos que esta idea no es aceptada sin críticas en el mundo antiguo y que en Las Euménides, las divinidades que castigan los crímenes de sangre perseguirán al matricida, pero me parece importante rescatar esta idea de la mujer como hueco porque, aunque se ha hablado a menudo de la mercantilización y la cosificación del cuerpo de la mujer como objeto sexualizado de deseo, quizá falta pensar en las implicaciones de un cuerpo entendido como una «nodriza» no sexualizada, aunque igualmente mercantilizada y convertida en un lugar de depósito y engendramiento. Si lo femenino es receptáculo y éste no está ocupado por nada (o por nadie) entonces es un espacio «vacante» que si no se usa por parte de su dueña, puede ser alquilado «libremente».
La creencia arraigada de que el cuerpo de la mujer tiene la función de un receptáculo se ha presentado de distintas maneras en función de la tradición y la superstición. Como cuerpo a poseer de sibilas y adivinas que, inspiradas por las divinidades, hacían de ella una caja de resonancia; como receptáculo de espíritus de otro mundo que ocupaban su cuerpo temporalmente para hablar con los vivos; como lugar de posesión demoníaca; como aquellas bendecidas para acoger las visiones de un Dios que vela por los hombres; o como la señalada para su mayor gloria para recibir la simiente divina. Lo que siempre se ha mantenido es la idea de que el cuerpo biológico de la mujer tiene como una de sus funciones albergar la semilla del varón y engendrar su fruto. Lo que tienen en común todas estas formas es la idea del receptáculo. Lo que es nuevo en nuestro tiempo es que, cosificado el cuerpo y con la lógica neoliberal que convierte todo en recurso de explotación, ese hueco, vacante, puede ser alquilado. Su cuerpo ya no es del todo suyo. Está disponible para otros y por eso puede alquilarse como objeto de deseo o como lugar de depósito. En lugar del cuerpo que se usa, la vacante que se ocupa.
Este continente, como bien inextirpable, es ahora utilizado por terceros, generando además todo un mercado y una línea de negocio. Quien alquila su «hueco», pasa controles, se le prohíben ciertos derechos para que lleve a cabo su función, se administra y gestiona a cambio de algún tipo de indemnización o reconocimiento social para usar un espacio privado para alquilar, donde el inmueble es el propio cuerpo. El útero, como afirma Preciado, queda reducido política y económicamente a un órgano-trabajo de producción de riqueza biopolítica, dado que en él se produce lo esencial para todo sistema: los seres humanos. Se dirá que no todo vientre de alquiler se debe a la necesidad de llegar a fin de mes y a la explotación en caso de personas que no tienen otra fuente de recursos, que hay quien lo hace por generosidad y ayuda, pero si lo pensamos bien aquí vuelve a activarse la idea de que la mujer es lugar de recepción y acogida y que la buena mujer, e incluso la buena persona, lo hace por altruismo. Sin embargo, es preocupante que las características y bondades biológicas del cuerpo de mujer se identifiquen no con lo que ella es como contenido en sí mismo, sino con el espacio vacío del continente de su cuerpo. Y que sobre eso se levante un negocio. No es extraño con esta insidiosa y arraigada creencia de que lo hueco está vacante y, por tanto, lo vacante está disponible. Ahora bien, el cuerpo no es «algo» que esté disponible, sino más bien es alguien valioso por sí mismo, sin huecos ni vacantes, más allá del precio económico o moral que se le quiera dar.