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Muy lejos, una mirada para encontrarnos
“Molt lluny” (Muy lejos) es la ópera prima de Gerard Oms, premiada en Málaga y protagonizada por un impresionante Mario Casas. No va de la migración, ni la identidad sexual ni de buscar oportunidades, pero todos estos elementos la configuran y la hacen una de las obras del año.
“Molt lluny” (Muy lejos) es la ópera prima de Gerard Oms, premiada en Málaga y protagonizada por un impresionante Mario Casas. Lejos, muy lejos queda esa imagen superficial que se le ha querido construir al actor para introducirse en personajes íntimos, con matices y que apelan a las contradicciones humanas, convirtiéndose en uno de los mejores actores del país. “Molt lluny” no va de la migración, ni la identidad sexual ni de buscar oportunidades, pero todos estos elementos la configuran y la hacen una de las obras del año. La película apela a nuestra memoria y a nuestra identidad. Por un lado, a la individual que todos buscamos en algún momento y, por otro, a la colectiva, porque nos pone ante el espejo de los prejuicios hacia los demás y nos iguala si pensamos en la clase social.
El largometraje muestra lo que no se dice con palabras, habla de lo que hacemos y nos pasa en un contexto y momento concreto, muchas veces sin mencionarlo. Situada en la crisis del 2008, cuando muchos jóvenes con o sin estudios se fueron a Europa, América o Asia, de nuevo, para buscar un mejor futuro, Oms nos explica una historia con tintes autobiográficos de una forma muy emocional y cargada de ternura y respeto. Sergio (Mario Casas), un joven seguidor del Espanyol de Barcelona, no tiene trabajo y aprovecha una escapada para ver a su equipo en Utrecht (Países Bajos) y se queda, impulsado por la ansiedad, ese movimiento de incomodidad interno. El protagonista es de un barrio trabajador y está viviendo una crisis generacional, la económica y la individual-emocional. Esa huida, lejos, viene movida por una búsqueda de respuestas a lo qué es y le gusta realmente y piensa encontrarlo en un país que no entiende. Para sobrevivir y aguantar, encuentra un trabajo precario gracias a Yusuf (Ilyass El Ouahdani), un joven de origen marroquí y un hombre latinoamericano que trabajan en B. Es aceptado a la primera, gracias a su impulso de supervivencia y es ese encuentro entre trabajadores que los hace iguales, generando un vínculo de apoyo. Esta igualdad socio-económica, que existe, está jerarquizada por la edad, la etnia, pero también por el pasaporte, que da unas u otras ventajas. Aunque generan piña, como cualquier grupo de migrantes en otro país, también acaban apareciendo las tensiones del roce entre humanos y salen los prejuicios existentes.
La masculinidad de Sergio está construida bajo unos parámetros concretos, físicos y emocionales, y los prejuicios salen sin querer. Esto crea malestar, especialmente si te hacen confrontar con la verdad material y social de las vivencias y el vínculo generado con los demás. El joven barcelonés ha de afrontar también el obstáculo de la lengua, debe aprender esta herramienta si quiere formar parte de esta nueva sociedad. Así, esta decisión lo pone frente al espejo de una realidad que no sólo viven en este país centroeuropeo, sino que nos apela al día a día de nuestro país: comprender la dificultad de muchos migrantes ya sea por idioma, papeles, momentos vitales o condiciones laborales. Como mozo de mudanzas o limpiaplatos es despersonalizado de su nombre e identidad, le llaman “spanish” (o marroquí). Aquí comprendemos que hasta que no hable la lengua o forme parte del sistema, no será aceptado, no tendrá las herramientas completas o no tendrá acceso pleno a todos los derechos (el techo, uno de ellos). Estos golpes nos resuenan y podemos mirar para otro lado o podemos empatizar con ese proceso que es la migración que ha sido la cuestión natural de nuestra especie durante toda la historia de la humanidad. Compartimos con este ejemplo, desde el fondo más humano, la búsqueda de una vida emocional y económicamente mejor.
Formar parte del grupo es otro rasgo importante para una especie como la nuestra. Sergio forma parte de una cuadrilla de trabajadores precarios, junto con marroquíes y otras nacionalidades, aunque en este mundo globalizado todo es más complejo. Como catalán, también busca conectar con quien comparte, en principio, un imaginario colectivo. Conoce en la clase de holandés a Manel (David Verdaguer), un chico de una Barcelona más acomodada, algo más sobrado, profesional liberal, su antihéroe en la historia. Más lejos de la precariedad, Manel también cumple su papel, ya sea para proyectar esa mirada más incómoda y prejuiciosa, donde el privilegio de los ingresos moldean también la relación con la realidad. Sin embargo, el aspecto cultural también marca y se genera el vínculo deseado de pertenencia, de ahí el papel de espacios como el Cervantes, el grupo de catalanes o españoles en otros países o los espacios de migrantes en nuestro país. Aun así, cuando lo material es lo que determina, si no compartes las mismas preocupaciones vitales (lo de comer y vivir), el vínculo generado es más superficial por más que se hable el mismo idioma. Pero qué sería de los humanos sin sus sombras, qué sería de los personajes sin sus contradicciones para humanizarlos y sentirnos interpelados.
Para quienes migramos, en este caso de España a un país Europeo, contextualizando en los años posteriores a la crisis, esta película nos resuena. Ya sea porque buscamos otras oportunidades o huímos para intentar encontrarnos a nosotros mismos. Cada apelación toca teclas internas a nivel generacional, a nivel emocional y a nivel de clase social. Entre ellas, sin dudas, vemos la solidaridad que encontramos en esas personas que nos dieron la mano en su día, esas madres, hermanos o amigas que jugaron un papel importante en esos procesos de vernos en un país sin entender el idioma, sin entender su funcionamiento y que fueron un abrazo o un soplo de aire de esperanza que ayudaron nuestra fortaleza interna para seguir, pese a todo. Esas Conchas, Anas, Evers, Manuels, Sergis, Pablos, Carlos, Volkers,… Sergio encontró a los suyos en esta imprescindible, tierna y emocionante película.
“Molt lluny” es ese retrato generacional, emocional y de identidad que nos recuerda la fragilidad humana cuando buscamos formar parte del grupo, pero que, a la vez, nos pone en frente de nuestros prejuicios y contradicciones individuales mientras buscamos nuestros propios caminos. Además, nos hace refrescar la memoria para no olvidar que nuestra especie y nuestro camino individual recorrido, para acercarnos a nuestra identidad, en gran medida, está marcada también por lo material, por la clase social. Lo material, lo de comer nos ayuda a construir nuestra libertad e identidad individual y colectiva, pero con la humildad de reconocer que somos el resultado de la suma del conocimiento y de los cuidados y, aunque nosotros hacemos las cosas, somos el resultado también de quienes nos han ayudado y con quienes hemos compartido, con nuestros iguales, nuestros aliados y diversos trabajadores y trabajadoras. Que no se nos olvide.