Sociedad
Solidaridad en Catarroja: “¿Dónde están los que dicen que los jóvenes no hacen nada?”
Voluntarios llegados desde diferentes lugares de España y del extranjero ayudan para que las poblaciones afectadas por la DANA puedan recuperar la normalidad
Jóvenes con camisetas de la Universidad Católica de Murcia (UCAM) forman una cadena humana junto a militares para sacar barro del interior del instituto Berenguer Dalmau, de Catarroja. En el aulario provisional adjunto, un grupo llegado desde Barcelona formado por tres chicos y una chica echan una mano limpiando las instalaciones. «Vigilad la postura. Así os vais a hacer daño», advierte uno de ellos. A la entrada, un grupo de amigas procedentes de Castelló se toman un respiro antes de seguir con el trabajo. Las solidaridad, que durante los días inmediatamente posteriores a la tragedia provocada por la DANA en la provincia de Valencia tenía un acento eminentemente local, ha recibido un nuevo impulso procedente del resto de España e, incluso, del extranjero.
La actividad en el instituto Berenguer Dalmau es frenética. Decenas de personas trabajan sin descanso en su interior. «No llenéis tanto los cubos [de barro], por favor», pide una voluntaria situada en una cadena humana. La valla que rodea el edificio se ha venido abajo y la calle continúa siendo un lodazal, pero algunas de las aulas están ya despejadas gracias al trabajo de los voluntarios. El objetivo es reanudar las clases lo antes posible. El centro de mando de Catarroja y un puesto logístico de abastecimiento, que se ubicaban hasta ahora en el colegio Jaume I El Conqueridor, van a ser trasladados para dejar paso de nuevo a los estudiantes.
Un grupo de jóvenes de Ciudad Real descansa unos minutos en un banco de la avenida Ramón y Cajal. Las chicas lucen unas camisetas de un verde chillón del Daimiel Fútbol Femenino. Una de ellas jugaba en ese equipo, así que decidieron utilizarlas como signo de identificación. Han estado ayudando a un hombre a sacar barro de un garaje y ahora se dirigen a Massanassa, donde les han dicho que hacen falta brazos. Sandra Díaz, una de las integrantes del grupo, se ha levantado a las cinco de la mañana y ha dejado a su bebé con su madre para dedicar su día libre al voluntariado: «Sabía que tenía que hacer algo, porque, si no, me iba a arrepentir toda la vida». Es su primer, y de momento único, día en la zona damnificada, pero esperan volver en el futuro.
Un recorrido por las calles de Catarroja ofrece un resultado ambivalente: la mejoría con respecto a la semana anterior y la constatación del mucho trabajo que todavía queda por delante. No solo voluntarios, sino unidades de instituciones de toda España se han incorporado a los trabajos de limpieza. En Catarroja, por ejemplo, está actuando el Grupo de Intervención del Infoca de Andalucía, con turnos de 160 personas con el apoyo de camiones. En las afueras de la localidad han instalado su puesto de mando avanzado los efectivos procedentes de Aragón, en los que se integra personal de diferentes cuerpos de la comunidad autónoma.
La vida, poco a poco, regresa a la normalidad. Shazib Iqbal regenta la única tienda de comestibles frescos que está abierta en Catarroja. Asegura que en dos días tenía el local preparado para comenzar a vender: «La gente me pedía, por favor, que abriera. Había comida preparada y enlatada, pero faltaba fruta y verdura». Lola Gradolí es una de sus clientas: «Habéis sido unos valientes». Gradolí critica la mala organización del ayuntamiento y recuerda cómo el día de las inundaciones tuvo que dar refugio a cuarenta personas en el patio de su finca, ubicada en la zona más alta de la población y apenas afectada por el agua.
En la puerta del comercio de Iqbal se amontonan sobre la acera las bolsas con objetos donados. Mucha ropa, pero también pañales, comida para bebés y frascos con gel hidroalcohólico, entre otras cosas. Los puntos que ofrecen productos son abundantes. Casi enfrente de la tienda, a las puertas de la parroquia San Antonio de Padua, la ONG Remar tiene prácticamente de todo. El grupo procede de Benidorm: «Vamos a estar un año. Hemos alquilado locales y vamos a abrir una lavandería», explica el coordinador Juan Carlos García Carlín. Muy cerca, una furgoneta del Ayuntamiento de Sedaví, otro de los municipios afectados, entrega también ayuda. En el colegio Jaume I, una montaña de garrafas y botellas de agua recibe a las personas en la entrada. Un policía local indica a un mujer dónde se encuentran, entre las pilas de productos, los pañales por los que pregunta: «Allá, a la izquierda».
El estanco de Damián Alapont es otro de los escasos comercios que está abierto en Catarroja. Recibe a los clientes con música disco a todo volumen. «No, esta música no la tengo siempre. Es para animar», aclara. Alapont explica que está operativo casi desde el primer día. Fue a ver cómo estaba el negocio después de la inundación, vendió lo poco que pudo salvar y, a partir de entonces, ha mantenido la persiana abierta, gracias también a la ayuda que recibió para limpiar el local. El tabaco lo consigue en Castelló: tiene que ir andando hasta València (un paseo de más de cuatro kilómetros), donde un amigo le deja un coche para llegar hasta la capital de la Plana Alta (unos 70 km). “Macho, espabila, mira la cola que hay aquí”, protesta, medio en serio, media en broma, un cliente.
Uno de los que acaba de entrar en el estanco es Isaac Polvillo, que ha llegado a Catarroja desde Girona con su hermano y unos amigos. El grupo lo forman seis personas y pasan el fin de semana alojados en casa de una vecina de la localidad. «Hay algo común a todo el mundo: la humanidad. Tenemos que ayudarnos», razona Polvillo. “¿Dónde están los que dicen que los jóvenes no hacen nada, que somos una generación de cristal?”, protesta. El grupo coincide: «Aquí ves cosas que no te esperas». Alapont ha usado folios de colores para formar una peculiar senyera valenciana que ha pegado en el escaparate del estanco. Sobre la bandera, Polvillo ha escrito varios mensajes; entre ellos, uno de los más importantes: “Aquí tenemos cerveza”.
A mediodía, el pequeño parque situado a las puertas del ayuntamiento de Catarroja se convierte en un comedor comunitario que atiende gratuitamente a los voluntarios. Andalus Dolç ofrece tacos con carne, patatas y mozzarella. “Servimos 2.000 raciones diarias. También tenemos una opción vegetariana”, explica Ibrahim, el propietario. “Somos una pequeña empresa. Esta también es una forma de hacer ver todo lo que una gran multinacional podría hacer”, agrega. La competencia es fuerte. Unas mujeres de World Central Kitchen, la ONG del cocinero José Andrés, llegan con un carrito cargado de fiambreras con pasta y cajas de fruta. En otra cola, la firma Serratella ofrece café. A unos pocos metros, está aparcada una cocina móvil de la ONG italiana Progetto Arca.
Sofie Stenberg es sueca, pero lleva diez años afincada en Alicante. El martes estuvo ayudando por su cuenta y, después de informarse, decidió volver el fin de semana para sumarse a la ONG Remar. Stenberg destaca el ambiente de solidaridad: “Se ha sacado lo mejor de las personas”. Ella volverá. Y, con ella, decenas, cientos de personas. Desde Barcelona, Ciudad Real, Girona o Castelló.
Como siempre, el egoísmo del sistema capitalista lo paga el pueblo.
Se está tratando de remediar los efectos; pero como ni siquiera se van a cuestionar las causas, ni por los pueblos ni por los mandatarios, seguirán los desastres en los cinco continentes.
Y el capital, frotándose las manos.
La doctrina del shock, Naomi Klein.
SOCIALISMO o BARBARIE