lamarea.com
  • La Marea
  • Kiosco
  • Climática
DONA SUSCRÍBETE
SUSCRÍBETE
Iniciar sesión
  • Internacional
  • Cultura
  • Política
  • Sociedad
  • Opinión
  • Medio ambiente
  • Economía
  • Revista
  • Internacional
  • Cultura
  • Política
  • Sociedad
  • Opinión
  • Medio ambiente
  • Economía
  • Revista
ANTERIOR

Los nuevos palestinos

SIGUIENTE
SUSCRÍBETE DESDE 17€. Además, si verificas que eres humano con el código HUMANA, te llevas un 10% de descuento en tu suscripción a la revista

Internacional

Los nuevos palestinos

"Lo que explotó en Beirut fue la incompetencia, la desidia y la irresponsabilidad de unos dirigentes acomodados en su impunidad y en la protección internacional", reflexiona Mónica G. Prieto en una nueva #Mirada.

Un hombre trabaja dentro de una escuela dañada por la explosión del verano. REUTERS / MOHAMED AZAKIR
Mónica G. Prieto
14 octubre 2020 Una lectura de 4 minutos
Telegram Linkedin Url

Durante su conflicto civil (1975-1989), Beirut fue un sinónimo de horror. La guerra condenó a la bella ciudad fenicia a la categoría de cliché, un símil recurrente para describir devastaciones, explosiones y catástrofes variadas. La destrucción de la ciudad fue tan masiva que la frase “parecía Beirut” quedó grabada en la memoria colectiva mundial, consagrándose así como paradigma del desastre.

La población libanesa se debatía entre dos sentimientos: el orgullo de haber sobrevivido a tamaña locura y ser una referencia mundial en términos de espanto, y la irritación por ser relegados a símbolo de muerte y destrucción, hasta el punto de que un bloguero libanés, Jad Aoun, dedicó su tiempo a buscar toda referencia en la prensa internacional y a emitir certificados de “Parecía Beirut” que eran enviados a los medios de comunicación para hacerles reparar en la injusticia y disuadirles de perpetuar un estereotipo aborrecible por los libaneses, que asociaban su ciudad al cosmopolitismo, la calidad de vida y la convivencia. 

Porque, hasta hace poco más de un año, Beirut era la envidia de ese mundo árabe despedazado por las guerras y rehén de dictaduras e intereses. Su libertad resulta inédita, pero también la voluntad emprendedora de una población capaz de superar años de desgobierno y caos interno a fuerza de iniciativa privada. Hoy, sin embargo, Beirut parece aquella Beirut tópica de carcasas de edificios calcinados, montañas de escombros y de gente derrotada. La devastadora explosión del puerto del 4 de agosto, donde la irresponsabilidad criminal de las autoridades albergaba 2.750 toneladas de nitrato de amonio, alteró drásticamente la fisonomía de la ciudad pero, sobre todo, convulsionó el ánimo de un pueblo con una resiliencia poco común que ha superado todo tipo de reveses en las últimas cinco décadas. 

Aquella explosión, que dejó 200 muertos, 6.500 heridos y a un cuarto de millón de personas sin hogar, fue la gota que colmó un vaso que parecía inabarcable y que ya amenazaba con estallar en las manifestaciones masivas populares que agitaron el Líbano antes de que la pandemia las pusiera en cuarentena. En los últimos meses, comer carne era un milagro y los productos esenciales se habían convertido en bienes escasos. Apenas había suministro eléctrico y se había regresado, como durante la guerra, a estudiar a la luz de las velas. La corrupción ha devorado la boyante economía del país, derivando en una devaluación de la moneda local del 80% y a una inflación del 60% que redujo los sueldos a limosnas.

Lo que explotó en Beirut fue la incompetencia, la desidia y la irresponsabilidad de unos dirigentes acomodados en su impunidad y en la protección internacional. Los libaneses pueden reconstruir una vez más, a mano ante el desamparo institucional que padecen, pero ya no tienen fuerzas para hacerlo sabiendo que el país, rehén de un sistema político sectario corrupto hasta la médula, solo es susceptible de empeorar. Para desmayo de todos los que conocen el bello país mediterráneo, parecen destinados a convertirse en los nuevos sirios, que sustituyeron en la década pasada a los iraquíes que, en los años 2000, habían tomado el lugar de los exiliados palestinos. Amenazan con transformarse en un pueblo de refugiados que, a diferencia de sus predecesores, no huyen de la maquinaria militar o la persecución política o religiosa, sino de una incertidumbre política y económica y una desidia institucional que resulta igualmente criminal.

Ahora, una vez que todos los que se lo podían permitir se marcharon del país, los más desesperados malvenden sus pertenencias para pagar a los contrabandistas del puerto de Trípoli por una plaza en una balsa que recorra los 160 kilómetros que les separan de Chipre, con la esperanza de llegar a Europa y optar a una vida digna. ACNUR pudo constatar una veintena de embarcaciones entre agosto y septiembre (en todo 2019 solo se detectaron 17 naves), semanas después de la gran explosión, que salían de la paupérrima ciudad de Trípoli rumbo a la vecina Chipre, donde la presencia de turistas libaneses siempre ha sido habitual.

En esta ocasión, sin embargo, los libaneses que llegan en patera han dejado de ser bienvenidos. Según Human Rights Watch, al menos 230 personas fueron repelidas por guardacostas griegos y turcos en aguas territoriales chipriotas solo entre el 6 y el 8 de septiembre, sin que tuvieran oportunidad de solicitar asilo. Algunos tripulantes denunciaron que llegaron a ser golpeados y obligados a dar la vuelta por los agentes.

“El hecho de que ciudadanos libaneses se unan ahora a refugiados sirios en barcos para huir del Líbano y buscar asilo en la UE es una señal de la gravedad de la crisis que enfrenta ese país”, afirmó Bill Frelick, director de derechos de refugiados y migrantes de Human Rights Watch. «Chipre debe considerar sus solicitudes de protección de manera completa y justa y tratarlos de manera segura y con dignidad en lugar de ignorar las obligaciones de los botes de rescate en peligro y no participar en expulsiones colectivas», denunció el responsable. 

Lo más irónico y lo más doloroso es que Líbano, por empatía y geografía, lleva acogiendo refugiados desde mediados del siglo pasado. Su diminuto territorio, fronterizo con Israel y Siria, ha dado hogar a quien huía por su vida, aliviando así el peso que tenía que asumir Europa en las guerras regionales –muchas de ellas, teñidas de componentes heredados del colonialismo– de las que escapan. Sus comunidades de desplazados son tan grandes que ocupan barrios enteros, casi ciudades. Ningún otro país acogió –en porcentaje de población– a tantos palestinos, iraquíes y sirios como ellos, hasta el punto de multiplicar sus habitantes durante cada gran conflicto regional, pese a su endémica crisis económica y su eterna crisis política. Ahora que la fortuna se vuelve en contra del país del Cedro –si es que algún día estuvo a favor– es el turno de Europa de asumir el papel de protector que ellos ejercieron.

Telegram Linkedin Url

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

€
  • #Líbano

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Suscríbete dona
Comentarios

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Lo más leído

  • Pedro Sánchez pide perdón a la ciudadanía y descarta elecciones: "Hasta esta misma mañana yo estaba convencido de la integridad de Santos Cerdán"
  • Jeff Sharlet: "Hace muchos años que en Estados Unidos la izquierda secular ocupa el margen"
  • Lo de Santos Cerdán (parece que) no es lo de Begoña Gómez
  • Más de un millar de resoluciones del Consejo de Transparencia han sido ignoradas desde 2016
  • Ni reyes ni césares: al desplegar a las Fuerzas Armadas para sofocar la disidencia, Trump ha cruzado el Rubicón

Actualidad

  • Internacional
  • Cultura
  • Política
  • Clima
  • Sociedad

Conócenos

  • La Marea
  • Cooperativistas
  • Transparencia
  • Política de cookies
  • Política de privacidad

Kiosco

  • Suscripciones
  • Revistas
  • Libros
  • Cursos
  • Descuentos
  • Contacto

Síguenos

Apúntate a nuestra newsletter

Apúntate
La Marea

La Marea es un medio editado por la cooperativa Más Público. Sin accionistas detrás. Sin publirreportajes. Colabora con una suscripción o una donación

MásPúblico sociedad cooperativa. Licencia CC BY-SA 3.0.

Compartir a través de

Este portal web únicamente utiliza cookies propias con finalidad técnica y necesarias para el funcionamiento de la web, no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios sin su conocimiento. Sin embargo, contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas a la de LaMarea que usted podrá decidir si acepta o no cuando acceda a ellos. Leer más

AceptarResumen de privacidad
Política de Cookies

Resumen de privacidad

Este portal web únicamente utiliza cookies propias con finalidad técnica y necesarias para el funcionamiento de la web, no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios sin su conocimiento. Sin embargo, contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas a la de LaMarea que usted podrá decidir si acepta o no cuando acceda a ellos.
Funcionales
Siempre habilitado

Las cookies funcionales son esenciales para garantizar el correcto funcionamiento de nuestro sitio web, ya que proporcionan funcionalidades necesarias. Desactivarlas podría afectar negativamente a la experiencia de navegación y a la operatividad del sitio.

Guardar y aceptar