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Mirada mestiza

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Cultura

Mirada mestiza

"Las palabras de Maria Campbell y su mirada mestiza me ayudan a mirar a nuestras propias vidas desechables y a quienes se creen con el poder de decidir sobre nuestras muertes", reflexiona Edurne Portela.

Un hombre camina por la Gran Vía de Madrid. REUTERS
Edurne Portela
06 octubre 2020 Una lectura de 5 minutos
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Por mucho que los contextos sean diferentes, por mucho que los grados de desposesión y pobreza varíen, por mucho que la persecución sea más o menos visible, hay cierto terreno común en las vidas «desechables», es decir, aquellas que no merecen, según los que ostentan el poder, el derecho a una vida digna. Pienso en ello mientras digiero Mestiza, el testimonio de Maria Campbell que pronto será publicado por primera vez en español en la editorial Tránsito (trad. Magdalena Palmer) y en catalán en Club Editor. 

Entro y salgo de este texto, lo contrasto con la realidad que estamos viviendo. Por ejemplo, con las palabras de Isabel Díaz Ayuso en una entrevista a uno de sus periódicos voceros: «No se trata de confinar al cien por cien para que el uno por ciento se cure». 67.000 vidas desechables, número arriba, número abajo. Contextos diferentes, vidas diferentes, pobrezas y discriminaciones diferentes, pero coincide la mirada supremacista y la acción de la necropolítica: para que unos mantengan sus privilegios, otros deben morir (más o menos rápido, más o menos visiblemente, más o menos empujados a esa muerte). Y me doy cuenta de que podría hablar de esas 67.000 vidas desechables o de las más de 20.000 en las aguas del Mediterráneo. 

Vuelvo a Mestiza y a Maria Campbell, la mujer métis que ahora tiene 80 años y que con 33 decidió narrar su vida. Métis, más allá de su significado literal, es el término que define en Canadá a las personas de origen mixto (europeo e indígena) y que se ha reconocido como una de las tres categorías de aborígenes de Canadá. Este reconocimiento ha sido esencial para que la comunidad mestiza consiga algunos derechos básicos que sí tenían las comunidades indígenas no mixtas, como el derecho a la titularidad de ciertas tierras. Cuando Maria Campbell escribió el testimonio Mestiza en 1973 (titulado Halfbreed en inglés) todavía no contaban con esos derechos. Las únicas tierras que podían ocupar eran, como señala la autora, «los terrenos reservados por el Gobierno para la construcción de nuevas carreteras», de los que podían ser expulsados en cualquier momento. 

La vida de Campbell es la crónica de la devastación de su pueblo. En la introducción nos avisa: «Escribo esto para todos vosotros, para contaros qué supone ser una mestiza en Canadá. Quiero hablaros de las alegrías y las penas, de la angustiosa pobreza, de las frustraciones y los sueños». Ese «vosotros» también nos incluye a nosotros, nosotras, las lectoras de este país en este 2020 nefasto. Porque es un texto que nos interpela y considero que lo hace por dos motivos. Por una parte, la voz íntima y pausada, la belleza de la forma narrativa de Campbell, heredera de la tradición oral de su pueblo, nos envuelve desde el primer momento. Es la historia de una vida casi devastada –pobreza, violencia sexual, autodestrucción, tentación del suicidio– pero en la que también hay espacio para el amor, la ternura, el humor y la esperanza. Si no fuera así, si no hubiera algún tipo de contrapunto en su vida a tanto dolor, no habría llegado a escribir su testimonio y a convertirse en una de las más importantes activistas indígenas de Canadá.

Por otro lado, nos damos cuenta de que la historia de vida de Maria Campbell no es una mera biografía, sino un testimonio. Como otros testimonios de mujeres indígenas americanas –léase Rigoberta Menchú o Domitila Barrios de Chungara–, la vivencia personal es representativa de una opresión mayor, que afecta a toda su comunidad. Muchos de los episodios que cuenta Campbell, incluso los más dolorosos, son experiencias íntimas que trascienden ese ámbito para hablarnos de un sistema represivo que se ceba particularmente en las mujeres indígenas y métis. Esa violencia está, además, rodeada de silencio. De miedo y de silencio. La denuncia que Campbell hace a través de su testimonio es la única forma de acabar con los dos. 

Y sin embargo, el episodio más brutal y significativo, el episodio que más le costó escribir por el quiebre que supuso en su vida, fue censurado de la versión de 1973 y solo incorporado a una nueva edición del año 2018 y, con ello, a la traducción con la que contamos ahora. Fue censurado porque los culpables de ese episodio brutal fueron dos policías militares. La violaron cuando Campbell tenía 15 años. No denunció. No lo contó. Solo lo sabía su bisabuela Cheechum –presencia fundamental en su vida– y su hermano pequeño, que fue testigo de la violación.

El primereditor de Halfbreed no se atrevió a publicarlo por miedo a las represalias de la policía no tanto contra él, sino contra ella. En entrevistas que dio la autora en torno a la reedición del libro con el episodio censurado señala que, tras publicarse, muchas mujeres contactaron con ella para contarle que habían sufrido lo mismo: violación por parte de la policía, silencio, miedo. El plano testimonial de este libro, la voz de Campbell como representante de una comunidad, nos habla de un sistema de impronta colonial y supremacista, de las múltiples formas de dominación de los más débiles, de la violencia sexual y racial, de las políticas de desposesión y humillación que se implantan a través de las instituciones sociales, políticas y económicas herederas de la colonización, de la alienación a través del desempleo forzoso o la explotación brutal. 

Entonces salgo de la realidad del libro a la realidad del aquí y ahora y vuelvo a la misma idea, difusa y al mismo tiempo pegajosa, a la sensación de que si me fijo bien a mi alrededor puedo ver cómo las palabras de Maria Campbell y su mirada mestiza trascienden el tiempo y el espacio y llegan lúcidas y serenas y me ayudan a mirar a nuestras propias vidas desechables y a quienes se creen con el poder de decidir sobre nuestras muertes. 

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Comentarios
  1. José Repiso Moyano dice:
    11/10/2020 a las 16:45

    Muchísimos se pasan la vida
    escupiendo al que razona (sin ayudarle) o a lo esencial…

    ¡y eso solo es la mierda que dan al mundo!
    …en obvia MALDAD
    sin alma
    y sin piedad mínima.

    Pero señalan ellos
    que otros son malos o están equivocados como vil paradoja.

    La MALDAD ASESINA siempre la han camuflado los mismos: Los pillos intelectuales de Satanás.

    E injusticia por doquier salen en consecuencia.

    ¡Asco dan o dais !

    Responder
  2. Pena Penita dice:
    07/10/2020 a las 19:25

    Me recuerda esta historia a lo que ocurría en Australia hasta 1970 o por ahí, solo que en Australia eran menos sutiles. Allí los mestizos eran criados por sus madres en campos de concentración, y, llegados a una edad, digamos 12 ó 13 años, eran separados de sus madres a la fuerza y entregados como criados a alguna familia o empleador. Esos niños, cuando crecieran, no podrían casarse. Lo que cuento no es más que lo que recuerdo de una peli que vi hace tiempo, de George Miller, por lo que mi memoria puede haberme gastado alguna mala pasada.
    En esencia se institucionalizaba un régimen de apartheid, en el que cada raza ocupa su lugar y se impide brutalmente la mezcla. Supongo que en Canadá se trataba de la misma filosofía, pero aplicada con disimulo.
    En fin, asqueroso a más no poder.

    Responder

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