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Cambio climático o cambio cultural

Según explica el autor la "idea de alcanzar la felicidad a través del consumo es central en el imaginario colectivo de la sociedad capitalista"

Manifestación por el clima de Madrid. EDUARDO ROBAINA.
Antonio Zugasti
31 agosto 2020 Una lectura de 4 minutos
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Uno de los dos es inevitable. Estoy plenamente convencido de que, si no se da un profundo cambio cultural en la sociedad, estamos condenados a un cambio climático de consecuencias que pueden ser catastróficas. Ciertamente, parece bastante claro que el capitalismo es totalmente incompatible con la conservación del medioambiente; pero debemos tener muy en cuenta que el sistema capitalista supone algo más que un sistema económico.

Tendemos a verlo, simplemente, como un sistema productivo, como la estructura económica de la sociedad. Pero no podemos olvidar que detrás de esa estructura económica encontramos una antropología, una filosofía e, incluso, una moral. No hay una ley económica que nos obligue a poner el beneficio económico como el objetivo prioritario en la vida, ni existe una norma de obligado cumplimiento que nos empuje a ser el hombre unidimensional que describió Herbert Marcuse. Se trata de una cuestión antropológica. Tampoco existe ninguna ciencia natural que nos diga que una sociedad funciona mejor si se establece la norma de competir entre sus miembros en vez de cooperar entre ellos; ni nadie nos puede demostrar que moralmente es mejor pelear por el mayor beneficio económico individual que procurar el bien común. Más bien al contrario. Vivir según los principios capitalistas es, pues, una opción libre.

A lo largo de los siglos y de las diversas culturas un tema fundamental de la reflexión filosófica ha sido el tema de la felicidad humana. Nadie en su sano juicio ha negado que la aspiración a felicidad esté tan profundamente arraigada en los seres humanos que nos resulte posible vivir de espaldas a esa ansia de felicidad. Lo que no están claros son los caminos para llegar a ella. Lucio Anneo Séneca comienza su breve tratado Acerca de la vida feliz con este párrafo: «Todos quieren vivir felizmente, hermano, pero al considerar qué es lo que produce una vida feliz caminan sin rumbo claro». 

La reflexión ha estado abierta hasta que llegó el capitalismo con una fórmula que para la mentalidad burguesa no tiene discusión: “La felicidad se compra, lo que necesitas es dinero y cuanto más tengas, más podrás comprar”. A principios del siglo XIX, el filósofo Jeremy Bentham lo expresó con toda claridad: «A cada porción de riqueza corresponde una porción de felicidad». Y «el dinero es el instrumento con el que se mide la cantidad de dolor o de placer».

Esta idea de alcanzar la felicidad a través del consumo es central en el imaginario colectivo de la sociedad capitalista. Consumo de toda clase de bienes y servicios, cuanto más selectos, mejor: coches de alta gama, vacaciones en lugares exóticos, hoteles de lujo, restaurantes refinados… Además, al elevar nuestro nivel de vida por encima de lo corriente nos sentimos superiores, admirados, y nuestro ego se hincha lo suficiente para aumentar nuestra sensación de bienestar. 

El problema es que esta cultura del consumo no está solamente en el imaginario burgués; la realidad es que llegó a penetrar hasta el corazón del campo enemigo: en el XX congreso del Partido Comunista de la URSS su secretario general, Nikita Kruschev, proclamó como objetivo para la economía soviética, igualar y superar el nivel de consumo de los Estados Unidos de América, un objetivo que él consideraba perfectamente alcanzable. Por su parte la izquierda del mundo occidental cumplía perfectamente lo que había escrito Erich Fromm en su obra Tener o Ser: «El socialismo y el comunismo rápidamente cambiaron, de ser movimientos cuya meta era una nueva sociedad y un nuevo Hombre, en movimientos cuyo ideal era ofrecer a todos una vida burguesa, una burguesía universalizada para los hombres y las mujeres del futuro. Se suponía que lograr riquezas y comodidades para todos se traduciría en una felicidad sin límites para todos». En los felices años del Estado de Bienestar en Europa parecía que esa felicidad sin límites estaba al alcance de la mano, pero… para qué vamos a hablar de dónde han ido a parar esas ilusiones.

Es necesario remarcar que un cambio en el sistema productivo que eliminara definitivamente el sistema capitalista no sería capaz de afrontar los cambios necesarios para evitar un cambio climático desastroso, si no cambia la cultura del consumo; ese imaginario colectivo que ve en un consumo siempre creciente el camino hacia la felicidad humana. Tendríamos que volver a plantear la vieja pregunta: ¿qué hace felices a los seres humanos?

No podemos limitarnos a luchar contra el deterioro medioambiental planteando la solución solamente en términos de decrecimiento, pues es un concepto con un sentido más bien negativo. Fácilmente se puede ver como renuncia, sacrificio, cuando lo necesario es llegar a ver el cambio como camino hacia el enriquecimiento humano, como superación del hombre unidimensional, como desarrollo de todas nuestras capacidades. Abrirnos al disfrute de todo lo que la vida nos ofrece gratuitamente y descubrir un modelo de bienestar distinto y superior al modelo de bienestar que nos ofrece el capitalismo.

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