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Sabemos cómo huele el suavizante de las ‘rooms’

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Opinión

Sabemos cómo huele el suavizante de las ‘rooms’

"El peligro es confundir los apartamentos prestados con salas de poder, cuando son meros pisos piloto instalados en los vestíbulos de quienes deciden cuántas noches o legislaturas van a alojarlos 'gratis'".

Magda Bandera
14 mayo 2020 Una lectura de 4 minutos
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Sabemos lo que hacéis. Lo sabemos porque a veces nos dejáis colarnos en vuestros vestíbulos. Nos invitáis a conferencias y congresos en los que os mostráis abiertos y socialmente responsables. Estáis bien educados y fingís que os interesa lo que contamos. Quizá en alguna ocasión sea verdad, supongo que resulta útil -o exótico- descubrir qué pensamos de primera mano sin tener que monitorear nuestras redes sociales o ver un capítulo de ‘Aída‘. Somos vuestra cuota, aunque a menudo no sepamos exactamente cuál, en qué grupo nos habéis clasificado.

– ¿Me habéis invitado por roja o por feminazi?, pregunté a un excelente anfitrión hace algún tiempo.

– ¿De verdad lo quieres saber?

– Sí, claro. Por eso he aceptado, me podía la curiosidad.

– Por roja.

– Pero os habéis dado cuenta de que soy una roja muy razonable, con la que se puede hablar.

– Por supuesto, nos documentamos bien.

Y nos tratáis bien.

Colchón ergonómico espectacular. Amenities gama alta. Bañera tamaño familiar. No es la suite presidencial y tampoco incluye servicio de planchado de chaqueta y corbata, pero no está mal.

***

Antes de ser consciente de la situación de las kellys y de la crisis climática, disfrutabas de las habitaciones de hotel de otro modo. Cuatro o cinco noches al año de media en el último lustro. Te siguen sentando muy bien, es cierto, aunque a veces preferirías que remunerasen tu intervención, un trabajo que no debería parecerles tan diferente al de la agencia de viajes que gestionó los billetes.

En cualquier caso, ya no te ves capaz de llenar la bañera de burbujas y has dejado de usar las dos camas unidas para imitar al hombre de Vitruvio y sentir cómo se estiran todos esos músculos que llevan meses reclamándote una sesión de fisioterapia. Si tienes tiempo, incluso buscas la tarifa de la habitación y caes en el viejo vicio de la aritmética: ¿cuántas rooms se pueden pagar con un salario mínimo interprofesional?

La calabaza se desintegra con la última conferencia del seminario. Te vas. Ignoras el tamaño de los apartoteles de la planta superior, pero tienes información suficiente para vacunarte contra el cinismo de aquellos otros ponentes tan campechanos durante la cata de vinos sufragada por el ayuntamiento que días después combatirán el ingreso mínimo vital alegando que es inasumible, una payasada. Desde la tribuna del Congreso o desde la de un periódico digital.

Sí, te vas, sin comprobar si en realidad te han despedido en todos los sentidos tras comprender que, a pesar de haber olido el suavizante de sus almohadas, no te has enganchado a su aroma. O tal vez sí, pero no les sirves para expandirlo, para promocionarlo. Check-out.

***

Otros sucumbirán a ese espejismo que vislumbran, cuatro o cinco noches al año, en el desierto de la precariedad, y harán lo que sea necesario para instalarse indefinidamente en una room con vistas que siempre luzca desinfectada al entrar, donde las manchas de dentrífico se evaporen en su ausencia y haya papel higiénico disponible sin límite.

Más de uno y más de una se convertirán en advenedizos* que con el tiempo olvidarán que no siempre habitaron ese cartón-piedra mil veces clonado que tan bien queda en las videoconferencias.

El peligro es confundir los apartamentos prestados con salas de poder, cuando son meros pisos piloto instalados en los vestíbulos de quienes deciden cuántas noches o legislaturas van a alojarlos gratis. El patio con la fuente, el oasis donde se sirve el mejor vino -el que no figura en la carta-, está al fondo, muy al fondo y tras una verja, como las mansiones de las películas de fin de semana en Antena3. Ahí solo entra la familia, la que aprende a casarse y a heredar un siglo tras otro. Nada de concejales, presidentes autonómicos o periodistas de quita y pon. Por muy cara que un advenedizo venda su alma, nunca valdrá lo suficiente para ver de cerca las flores o llegar a olerlas. Acceso restringido a la bodega.

Mientras, algunos invitados a esos bailes en el hall seguirán vigilando quién entra y quién sale por la puerta del hotel. Lo honesto sería admitir que quizá esas idas y venidas son solo un vodevil más, una cortina de humo, y que ni siquiera olisquean lo que sucede más allá del recibidor. Pero también dejar claro que conocen bien la diferencia entre el aroma de las flores y el del suavizante.

*Advenediza/o, según la RAE: Venido de un lugar distinto de aquel donde se ha establecido.

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