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El demonio, en las recuperaciones fugaces

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Internacional

El demonio, en las recuperaciones fugaces

'La mirada' de Mónica G. Prieto: "Lo que está pasando en Wuhan, Singapur o Seúl son ejemplos de que la vuelta atrás a nuestra vida antes de la pandemia es una quimera"

Una calle de Beijing, en China. REUTERS
Mónica G. Prieto
13 mayo 2020 Una lectura de 4 minutos
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‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Mónica G. Prieto aquí.

La ansiedad, esas prisas por disfrutar, por vivir sin dolor y por dejar las tragedias atrás –como si no nos correspondieran a los occidentales, bregados en el arte de observar el sufrimiento de los demás desde nuestra pretendida invulnerabilidad– nos lleva a pretender saltar de fase sin tener cerrada la anterior. Es comprensible, y también irresponsable. Cuando los muertos aún se cuentan por decenas al día y cuando la cifra total supera los 27.000, la competición de las autonomías refleja la necesidad de algunos ciudadanos por pasar página y retomar usos de la cotidianiedad prepandemia, más que su confianza en una supuesta victoria contra el virus que aún ni siquiera puede vislumbrarse.

Pero las recuperaciones fugaces son siempre sospechosas, y la complacencia en situaciones de crisis una fuente de problemas. El reflejo que nos llega del exterior, de países considerados ejemplares en la gestión de la enfermedad, nos debería disuadir de esa confianza extrema. Las pandemias nunca son cuestión de meses, la vacuna aún es un proyecto que según los más optimistas tardará al menos 18 meses en llegar y los rebrotes son una constante en la historia de las enfermedades. A Corea del Sur le duró pocos días el alivio. Un nuevo brote, vinculado al ocio en locales nocturnos –los restaurantes y, por extensión, los locales que sirven comida han seguido operando durante la pandemia– que ha contagiado al menos a 120 personas, ha puesto en jaque el cuidadoso diseño del regreso a la socialización que pretendía reactivar la economía y animar a una población que se caracteriza por su disciplina. 

El aclamado control sanitario del Gobierno surcoreano, realizado mediante una masiva campaña de pruebas, el aislamiento precoz de sus contagiados y el seguimiento y testeo de quienes hubieran estado en contacto con estos –sumado a un sistema sanitario robusto y bregado en epidemias anteriores– permitió controlar la primera oleada con apenas 260 víctimas mortales y casi 11.000 personas contagiadas. Y sin aplicar confinamiento. Pero el brote del barrio de Itaewon –previo a la relajación de las medidas aplicadas por las autoridades para frenar la pandemia, el pasado 6 de mayo– ha derivado en contagios secundarios en otros lugares como Gyeonggi, Incheon, Busan o la isla de Jeju. Conscientes del riego, Seúl ha dado marcha atrás. Ha pospuesto el regreso a los colegios, mantendrá las clases universitarias vía telemática y ha decretado el cierre de bares y locales nocturnos.

Sus autoridades sanitarias lo sospechaban. “Una segunda oleada es inevitable”, explicó el epidemiólogo Son Young-rae, reputado experto del Departamento de Gestión de Desastres, en declaraciones recogidas por el New York Times. “Pero estamos llevando a cabo un sistema de control y detección constante en toda nuestra sociedad para evitar que derive rápidamente en cientos o miles de casos como el que tuvimos en el pasado». Las aglomeraciones –en terrazas y restaurantes, universidades o calles comerciales, las reuniones de cientos de personas bajo cualquier circunstancia– representan una arriesgada exposición al virus que se traduce en contagios.

Como ya sabemos, la virulencia exponencial de la COVID-19 hace que el éxito de hoy se pueda traducir en un fracaso mañana. Corea del Sur ni siquiera ha sido el primer país en aprender una lección que nos tocará estudiar a todos: Singapur, considerada otro ejemplo de eficacia a la hora de rastrear, realizar pruebas y aislar los primeros contagios (solo tuvo 21 víctimas mortales), se encuentra ahora en pleno retroceso: los casos de infectados se han disparado a 23.000 personas, más del doble de la cifra que cosechó la primera oleada.

Los contagios se han multiplicado en las residencias de trabajadores extranjeros –cientos de miles de trabajadores de países empobrecidos del Sureste Asiático empleados en la construcción, el transporte y el mantenimiento, obligados a vivir en dormitorios comunes– en lo que se considera un espejo de lo que puede ocurrir en países cuyas poblaciones viven en condiciones de hacinamiento similares a las de estas residencias. Sorprende que la ciudad-estado está gobernada por un partido único con un enorme control social, donde nada queda fuera de su alcance, lo cual implica un preocupante precedente para Europa, Estados Unidos o cualquier otra democracia sin semejante capacidad de controlar a sus poblaciones. 

En Wuhan, sus 11 millones de habitantes están siendo sometidos a pruebas durante los próximos 10 días para aislar a los contagiados por este segundo brote que ya se ha revelado en forma de seis nuevos infectados, un nuevo ejemplo de que la vuelta atrás a nuestra vida antes de la pandemia es una quimera. “En realidad, estadounidenses y europeos se enfrentarán a los mismos problemas. Aunque a los economistas no les guste la idea, si se reanuda el comercio y la actividad económica y la gente se comienza a mover sin las medidas adecuadas, habrá nuevas oleadas de infección”, explicaba el decano de la Escuela de Salud Pública Saw Swee Hock, de la Universidad Nacional de Singapur, al citado rotativo norteamericano. El neoliberalismo comienza a ser incompatible con la salud en tiempos de pandemia.

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