El comunismo bate récords capitalistas

Podría resultar irónico que el país que bate todas las marcas capitalistas sea, precisamente, la dictadura comunista china. La última edición del Día del Soltero, la festividad local que pretende consolar con descuentos a quienes no han encontrado pareja –demasiado ocupados por estudiar, trabajar y prosperar económicamente– alcanzó ayer nuevos récords: la cifra total de ventas solo en Alibaba –el gigante del comercio electrónico chino, que ya llega a todo el mundo mediante su rama extranjera Aliexpress– superó los 34.600 millones de euros, un 25% de incremento respecto a los resultados obtenidos el año pasado. Casi 35.000 millones de euros se movieron en el día de los cuatro unos: es decir, en una sola y frenética jornada comercial en China se movió tanto dinero como Producto Interior Bruto tiene Letonia al año, lo cual debería generar al menos cierta reflexión teniendo en cuenta que, según los datos del Fondo Monetario Internacional, Letonia ocupa el puesto 99 en la lista de 194 países que cataloga la institución según su producción anual. 

El apetito voraz por el consumismo explica muchas cosas en China, pero por encima de todo explica el éxito del régimen de Xi Jinping –normalizado y blanqueado por Occidente, a quien ya no molestan las dictaduras ni violaciones de Derechos Humanos siempre que lleguen con chequera– y la estabilidad de una dictadura que ya no es contestada desde dentro. En los últimos 40 años de desarrollo, 800 millones de chinos han salido de la pobreza. Si entonces un 88% de la población vivía con dos dólares al día, ahora solo lo hace un 6% del pueblo chino. La esperanza de vida se ha disparado y también la renta per capita: hace una década la población vivía de media con 3.000 euros al año y ahora dispone de 10.500 euros anuales. Pero ese desarrollo económico ha ido acompañado de un draconiano control de la población que se sirve de la tecnología para vigilar y garantizar que no haya ninguna disidencia dispuesta a cuestionar el estricto régimen chino. 

Ahora que China ha alcanzado la prosperidad económica tras décadas de hambrunas y penurias, una buena parte de la población solo quiere mantenerla al precio que sea, y está muy dispuesta a renunciar a sus derechos por mantener su recién adquirida calidad de vida. No le molesta que el gran hermano vigile cada uno de sus movimientos siempre que los salarios y el consumo esté asegurado. No le molesta los cientos de campos de reeducación, ni la represión de comunidades enteras como la tibetana o la uigur, ni los activistas arrestados sin garantías. La capacidad de gastar parece compensar la ausencia de libertades básicas. 

Y el modelo se extiende a otras dictaduras comunistas como Vietnam o Corea del Norte, donde la dictadura de los Kim intenta replicar el éxito de sus vecinos para garantizarse el apoyo de una población sometida y aislada del mundo. El señuelo del consumo combinado con un control extremo funciona a gran escala, como demuestra Pekín. Lo preocupante es que sea normalizado por países y por sociedades democráticas, a quienes ya no rechina la forma de hacer las cosas de China