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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 2.

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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 2.

Segunda entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'

Nuevo Tecpatán, primavera de 2058. PIXABAY / Licencia CC0
Alejandro Gaita
11 noviembre 2019 Una lectura de 4 minutos
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Hola mamita:

¡Estoy bien! Siento que no hayas podido saber de mí en tantos meses. Manolo insistía en que no era seguro. Verás que junto con esta incluyo todas las que te escribí por el camino, cuando no era seguro enviarlas. No quiero pensar en lo que habrás llorado, lo que te habrás preocupado por mí. Ahorita ya estoy bien, estoy segura, te escribo desde mi dormitorio. Te gustaría, creo. Es sencillo, pero muy bonito y muy limpio. Todo madera, una cama cómoda, una alfombra de colores vivos que le da mucha alegría y una ventana al Norte, por la que veo a la gente platicar en la placita y, cuando hay suerte, una bandada de pericos mexicanos.

Me dicen que, junto con mis cartas, alguien del «Servicio Exterior» (¿alguien como Manolo?) te hará llegar algo de dinero. No será mucho dinero, claro. Estos anarquistas son pobres. No como nosotros, pero pobres.

¿Cómo está todo por casa? ¿Sigues con Martin? ¿Te trata bien? Quiero que seas feliz, mamita. No quiero que lo que hice te estropee la vida a tí también. Espero de verdad que no te esté molestando la policía y que todos los demás ya se hayan olvidado de la Radical Baker Girl, como leí que me llamaban en las redes.

Casi no me atrevo a preguntarlo de tanto que me angustia. ¿Sigues trabajando, aunque sea en otro restaurante?  

Supongo que te parecerá que soy una egoísta, o que me volví loca. Todo junto. Pues no. Lo que hice fue porque lo tenía que hacer. Lo que decía Reagan, ya sabes. Sí, parte de la culpa de todo la tuvo Manolo, mi tutor, manipulador, mentiroso, cabrón. Pero tú ya sabes que asumo la responsabilidad de todas mis decisiones. Soy la misma María que conoces, tu hijita testaruda.

Y ahora te extraño, te extraño mucho, mamita.

Lo siento, pero hoy no te puedo escribir de lo que pasó, ni de lo que perdí. Ni del futuro, tampoco. No puedo. Pero sí te puedo contar un poquito de lo que estoy viviendo aquí. Así al leerme estarás un poco conmigo.

Lo primero, te parecerá una tontería, pero uf: la lluvia, la lluvia, la lluvia. El calor, la humedad, el barro. ¿Cómo puede no parar de llover? No sé qué hacer con mi pelo ni con mi nada. Mucho peor que en casa, de verdad. Me aseguran que dentro de poquito ya llegan los meses secos, y que son bastante más secos que en New York. Ya veremos.

Otra cosa que parece una tontería pero que es alucinante. ¡No hay plástico! Sabes todo el cochino plástico que usamos en la Supremacía, ¿no? Brillante, suave, desechable, con mil propiedades distintas, con mil composiciones distintas, con mil colores distintos. Pues aquí no lo usan. ¡No tienen! No sé cómo pueden vivir. Si lo averiguo, ya te contaré.

Esto sí que lo sabrás pero te lo confirmo: prácticamente no comen carne. Te puedes figurar lo que extraño las hamburguesas con queso. ¡Ay, los placeres de la explotación animal! 

De hecho, prácticamente no tienen animales domésticos tampoco. Dicen que organizaron unas campañas masivas de esterilización hace unos años. Quedan unos pocos perros, que como son omnívoros los tienen con alimentación vegana, y algún gato, que como han de comer carne tienen muy pocos, para no esquilmar la fauna local. Me dijo una compañera que perros y gatos son compañeros que se colaboran con las tareas de cuidados, sobre todo en las clínicas comunitarias. O en las casas con bebés o con ancianos o con enfermos. No sé si la entendí bien.

Una nota un poco folclórica, pero que también me llama mucho la atención: las faldas negras de las mujeres tzeltal, sus camisas blancas, sus pañuelos rojos. Y dicen que han hecho la revolución social. No sé. En algunas cosas a mí parece que estén ancladas en otro milenio. En la Supremacía vamos vestidas más modernas.

Lo más importante, o al menos lo que más impresiona, es no ver ni lujos ni miserias.

Hay una especie de dignidad que nunca había visto. Un orgullo social porque aquí nadie se humilla, ni por una limosna ni por un salario.

Pero esa dignidad es lo único que les sobra. Por lo demás, viven con lo mínimo.

Bueno, aquí lo dejo por hoy pues lo que quiero es que esto te llegue pronto.

Un abrazo y un beso muy fuertes, mamita. Te quiero. Espero de verdad que te lleguen las cartas y el dinero, y que consigas seguir trabajando.

María

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Comentarios
  1. J Carlos Murcia dice:
    14/11/2019 a las 11:12

    Me encanta, Alejandro!

    Y dime, quiero leer otras cosas que hayas escrito aquí… O dónde sea. Pero aquí ¿por qué al dar a tu nombre como enlace, sólo me lleva, a éste cap 2 de tu distopía que, lo he dicho, me encanta?

    Responder

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