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Los falsos amigos: coherencia e impostura

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Política

Los falsos amigos: coherencia e impostura

"El peligro de los falsos amigos es que no se reconocen hasta que ya es demasiado tarde, la palabra ha pasado al acto y la cosa se ha concretado en un hecho", analiza la filósofa en su nueva entrega de la serie 'Disruptiva'.

Sesión de investidura de Pedro Sánchez. REUTERS
Ana Carrasco-Conde
26 julio 2019 Una lectura de 6 minutos
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La coherencia a veces no tiene que ver con el sentido que queremos encontrarle a alguien, sino con la que realmente tiene y que para nosotros, por el motivo que fuere, ha quedado sobrescrita con nuestras automatizadas formas de interpretar lo que se dice. Damos por hecho tantas cosas que no percibimos las cosas en cada hecho. Están ahí, visibles, pero es nuestra mirada la que parece no verlas y son sus formas y maneras las que nos llevan a engaño o, más perversamente, por las que somos engañados.

Y así, como quien emplea una palabra en un idioma extranjero por semejanza a la lengua materna creyendo equivocadamente que el sentido de ambos términos es el mismo, cuando el otro responde y encarna la palabra en un acto, nos desengañamos. El sentido no era el mismo. Falsos amigos se llama a estas palabras porque son utilizadas con la confianza de lo familiar en un ámbito extraño, como pequeñas burbujas de seguridad en las que tomar aire cuando nos sentimos desprotegidos. Son aliadas en lo desconocido. Precisamente por eso, porque nos relajamos y así las empleamos, cuando se desvela que los sentidos no eran los mismos nos debatimos entre la zozobra, la risa y el enfado.

Pero siempre aparece el desconcierto. Y buscamos cómo explicarnos o entender lo que el otro en realidad nos estaba diciendo. Tenga cuidado si emplea o escucha entendre en francés, leer en alemán o constipated en inglés: puede que alguien le oiga (entendre) pero sin entenderle, que se refiera a lo vacío (leer) de un discurso en el que nada hay que leer, o le recomiende, por ejemplo, una solución para el estreñimiento (constipation) y no contra el resfriado cuando se ha cogido frío en una manifestación en la que, al parecer, se le tiró una botella de agua. El peligro de los falsos amigos es que no se reconocen hasta que ya es demasiado tarde, la palabra ha pasado al acto y la cosa se ha concretado en un hecho. Lo que creíamos amigo, es decir, lugar de seguridad, reconocimiento y confianza se muestra como inseguro, inhóspito y traicionero.

Pongamos que estos falsos amigos se dan dentro de un mismo idioma y que el problema no es el sentido del lenguaje, sino el motivo de sus actos. ¿Qué entendemos por izquierda? ¿Qué por igualdad? ¿Qué por feminismo? El jardín se convierte en un berenjenal. Es cierto que las posturas antagónicas suelen caer en la demonización de los conceptos dotándolos de un sentido que no tienen. El problema comienza cuando creemos hablar con amigos o al menos con aliados, y no se está entendiendo lo mismo por mucho que se oigan las mismas palabras, que el discurso no sea diálogo sino vacío monólogo y los resultados nos lleven a una letal neumonía.

Pocos sostendrán por ejemplo que lo prioritario haya de ser aquello que dejamos para lo último o que lo importante se abandone para alcanzar lo innecesario, pero ¿compartimos la noción de lo importante y lo prioritario? ¿Son falsos amigos que inducen a alianzas condenadas al fracaso? ¿Sabemos qué es lo bueno para quienes comparten amistad o alianza? ¿Y qué significa el bien común? ¿Entendemos su coherencia o, una vez que hemos sido desengañados, le proyectamos la nuestra al ver en sus actos incoherencias? Aquí, como en las lenguas extranjeras, siempre es demasiado tarde porque hemos inoculado –o hemos sido engañados– un sentido que sus palabras no tenían y precisamente por eso quedaron camufladas sus intenciones y objetivos. Y aquí también lo que constituía un lugar de seguridad, reconocimiento y confianza se transforma, de pronto, en inseguro, inhóspito y traicionero. Lo familiar que deviene no solo extraño, sino también hiriente, ofensivo e irrespetuoso, como quien aparece en una manifestación del orgullo LGBTI+ no para defender los derechos del colectivo, sino para utilizarnos como medio de visibilización bien junto a ellos o bien a pesar de ellos. En este punto al menos los enemigos explícitos son más honestos. 

No por tener las mismas ideas forjamos una amistad, sino por recordar el conocido abedecedario de Deleuze, por tener un lenguaje común que permite una verdadera comunicación. La amistad surge allí donde se descifra el sentido, cuando, aun no estando de acuerdo, entiendo y comparto el contenido de lo que se dice. Coherencia (cohaerentia) es, en este caso, una relación interna que aúna armónicamente lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace en la globalidad de lo que se manifiesta en articulación con la totalidad interna de mis principios: mis actos son consecuentes cuando, si soy amiga, respeto al otro; lo que quiere decir que refiriéndonos a las mismas cosas nuestro hacer remite a un mismo sentido, con el que se puede estar de acuerdo o no, pero se entiende y en el que prevalece la escucha y el respeto. “Hay gente –dice Deleuze– de la que no comprendo nada de lo que dice, aunque digan cosas sencillas, aunque digan: «Páseme la sal», tengo que preguntarme: «¿Pero qué están diciendo?». Por el contrario, los hay que me hablan de un tema sumamente abstracto y no estoy de acuerdo con ellos, pero lo entiendo todo”. No siempre es así.

Dejemos las palabras y vayamos a los hechos. O vayamos a los hechos de los políticos que son, en el fondo, lo que revela no sus incoherencias sino su verdadera y temida coherencia interna. Si se dice que alguien es incoherente se estará afirmando implícitamente que el sentido de la palabra era compartido y así, por ejemplo, cuando se dice que algo es gayfriendly se afirme compartir ideales de lucha, igualdad y reconocimiento. ¿Y si el problema no es este? ¿Y si se trata de coherencias invisiblemente incompatibles? Quizá el que se presenta como amigo ni siquiera es un aliado. Es más bien un selffriendly. Los aliados tienen en común objetivos por los que se lucha. Los amigos hacen del otro y de su bienestar un fin en sí mismo por encima de los intereses y las conveniencias. En ambos casos no se busca perjudicar al otro, sino alcanzar, más allá de lo propio, lo mejor basado en lo común. Hay entre los tipos de amistad una, la más fácil de disolver de seguir a Aristóteles, que se caracteriza no por basar el vínculo en el otro, sino en lo que el otro procura, en lo que el otro le sirve, en lo que el otro le es útil. Y hay otra, la perfecta según el filósofo, que busca el bien para el otro y no lo bueno que obtiene de él. De entre todas las perversiones de la amistad o de la alianza, la peor de todas es aquella que no solo traiciona, sino que, incapaz de reconocer al otro y estar en sintonía, se sirve de él no solo por lo que le procura como medio, sino como material mismo a usar y deformar para el propio beneficio. Tanto es así que queda justificada la traición y la ruptura.

Cuando un partido-amigo da la cara por un colectivo, da un paso atrás y lucha sin rostro para que sea visible tan solo la causa. Un falso amigo hace de la causa un escenario para que sea visible su duro semblante y hace ruido para que sean sus proclamas y sus colores los que tengan protagonismo. Si se comparte el sentido de las palabras y los objetivos, un partido amigo no pactará con aquel que ataque los derechos de un colectivo. Y si aún así se pacta es que no hubo amistad sino conveniencia hasta que, con un bandazo, esta pasó a otro bando para conformar otra banda. Es entonces cuando se aprecia la impostura y la verdadera coherencia interna de aquel que se llamó amigo o aliado: que busca el poder y, cuando esto pasa, el poder se convierte en el único principio. El interior se tambalea y así, como un cuerpo sin huesos, se adoptan las más diversas y contradictorias formas.

Los principios no cambian y estos, precisamente por ser principios, son el fundamento de toda la estructura que sostiene la ideología de un partido o de un sujeto. Sus principios principian y dirigen aquello en lo que verdaderamente se cree. Es aquello que le da consistencia y coherencia.  Este es el peligro del impostor más que del que es abiertamente enemigo: que, precisamente al situarse como lo hacía el amigo en el lugar de seguridad, confianza y familiaridad consigue transmitir a terceros un sentido perverso con el que leer los hechos.

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Comentarios
  1. Yyorepublicana dice:
    28/07/2019 a las 14:43

    por fin alguien nombra a Deleuze y analiza las cosas y al pan pan y al vino vino, las cosas claras y el chocolate espeso ,je je

    Responder
  2. El Yeyo Juan dice:
    28/07/2019 a las 14:01

    «SESIÓN DE IMPOSTURA DE SÁNCHEZ Y EL P$o€». Ese sería un titular más exacto. Tampoco el engaño de los «p$o€cialistas» es una novedad, más bien es la continuidad de su acción política desde la Transición/traición. Tras 40 años de Dictadura, otros 40 de IMPOSTURA.
    Sí. Hablemos claro y con lenguaje exacto, de una puñetera vez.

    Responder

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