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Crónica de una desigualdad creciente

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Opinión

Crónica de una desigualdad creciente

J. J. Caballero
18 marzo 2019 Una lectura de 3 minutos
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Poco más de diez kilómetros separan los barrios barceloneses de Pedralbes y Ciutat Meridiana. Pero en términos de riqueza, esa distancia equivale a la que existe entre Nueva York y Medellín: siete veces más. Son casos extremos: el barrio más rico de Barcelona, Pedralbes, tiene una renta familiar siete veces mayor que el barrio más pobre, Ciutat Meridiana. El ejemplo es Barcelona, pero serviría igual para el Barrio de Salamanca y Vallecas, en Madrid; La Palmera y el Tiro de Línea, en Sevilla, o Viveros y Campanar en Valencia.

Las grandes ciudades españolas son hoy una mezcla imperfecta de riqueza y pobreza, donde conviven, pero raramente se mezclan, barrios con altos índices de paro y otros con pleno empleo; donde hay zonas en las que abundan las personas sin estudios y otras donde sus residentes son mayoritariamente universitarios; donde hay colegios sin apenas niños nacidos en España y escuelas de negocios que atraen a ejecutivos de todo el mundo. 

Las ciudades españolas son hoy lugar de destino para inmigrantes de necesidad pero también de inmigrantes que llegan a España atraídos por su calidad de vida, el nivel de las universidades o la oportunidad de nuevos negocios. Barcelona, Madrid, Valencia y Bilbao figuran en puestos destacados en la creación de start-ups. El Mobile World Congress tiene en Barcelona su capital y desde esa ciudad y con destino Madrid se ha realizado la primera llamada de móvil del mundo con tecnología 5 G.

Las ciudades están inmersas en un proceso perverso y de difícil resolución. A medida que mejoran las condiciones de vida, los residentes de los barrios desfavorecidos son expulsados por efecto del aumento del precio de los alquileres y de la vivienda. Y en muchas ocasiones ese proceso de gentrificación conlleva la paradoja de que inmigrantes con pocos recursos son sustituidos por inmigrantes económicamente solventes.

Pasa en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en Valencia… en todas las grandes capitales. Los extranjeros sienten gran atractivo por los núcleos históricos. En Triana, cuando derribaron los denominados corrales, los vecinos se tuvieron que marchar al Tiro de Línea, por ejemplo. En el barrio del Carmen de Valencia y en la Barceloneta, en Barcelona, abundaban las infraviviendas hasta que se descubrió la rentabilidad de los pisos turísticos.

Uno de los casos más sangrantes es el de El Cabanyal, también en Valencia. Después de luchar durante años contra un aberrante plan urbanístico que partía el barrio por la mitad, ahora, una vez conjurado el peligro, deben luchar contra la voracidad de quienes ven en el atractivo de un barrio marinero y su consiguiente proximidad a la playa, una oportunidad de negocio que, obviamente, pasa por desalojar a los vecinos y sustituirlos por recién llegados con rentas más altas. Se acabó el arraigo, llegó la gente de paso y ahora el vínculo es meramente instrumental: sol, playa, cerveza y diversión.

Aunque si algo parecen tener claro las grandes ciudades es que hay que  modificar las pautas de comportamiento. El coche ya no es el amo. Las zonas peatonales han crecido en todos lados, Madrid ha restringido severamente el acceso al centro, Barcelona ya no obliga a construir aparcamientos en los nuevos edificios y los jóvenes no se sacan el carné de conducir porque constatan que, en realidad, ya no es una herramienta imprescindible, como lo era no hace tantos años. Es una incógnita a dónde nos llevará ese nuevo escenario, pero será determinante en la relación entre los ciudadanos y el espacio urbano.

¿Cuál es, entonces, el alma de las ciudades? Todas y ninguna. Las ciudades ya no tienen una sola alma. En el antiguo barrio industrial de Poblenou, en Barcelona, ahora predominan las empresas tecnológicas y se estima que un 70% de las personas que trabajan en la zona tienen carrera universitaria y hay otros 10.000 que estudian en alguno de sus diez centros de enseñanza superior. Es un distrito de gente joven, con talento, en el que abundan las sudaderas y los tejanos y en el que apenas se ve gente con corbata. Pero en las pocas naves industriales o solares que quedan sin urbanizar han construido su hogar decenas de personas que se pasan el día recorriendo las calles de la ciudad empujando sus carritos de supermercado cargados de chatarra.

Esa es una realidad. Se podría decir que son las dos caras de una misma moneda. Se podría decir, sí, si no fuera porque en cada ciudad hay mucho más que solo dos caras.

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Comentarios
  1. Dudoso dice:
    19/03/2019 a las 07:11

    De dónde son los datos de Valencia? Creo que Campanar está entre los cinco barrios con mayor renta por cápita de Valencia. Al menos según datos de 2012. Creo que hoy más aún.

    Responder

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