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Pepita Domínguez, la mujer que nunca renunció a sus ideas

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Pepita Domínguez, la mujer que nunca renunció a sus ideas

Criada en Sidi Ifni, rememora cómo muchos compañeros la miraban extrañados cuando decía que ella era del Partido Comunista: "¿Qué pasa? ¿Que una comunista no puede llevar collar o ir bien vestida?". Dice que ha seguido las enseñanzas de su padre, a quien vio por primera vez en la cárcel.

Olivia Carballar
09 septiembre 2016 Una lectura de 2 minutos
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El primer recuerdo que tiene de su padre es en la cárcel. Pepita Domínguez tenía cinco años cuando acudió a visitarlo con su madre. Vivían en Sidi Ifni, en Marruecos, donde Antonio había sido los ojos del Partido Comunista. Lo detuvieron cuando ella tenía siete meses. Hoy, a punto de cumplir 81, aún se emociona al recordarlo: «Mi padre era una persona excepcional. Me dijo que las mujeres teníamos que estudiar para no depender de ningún hombre». Antonio Domínguez salió de la cárcel y siguió jugándose la vida ayudando al partido, fiel a sus ideas republicanas, educando a sus hijas en esos valores.

Pepita se hizo grande, estudió Magisterio y siguió las enseñanzas de su padre incluso después de casarse con un señor de derechas. Lo cuenta entre risas, a modo de anécdota graciosa y a la vez contradictoria de la que ha sido una vida dura. «Mi marido me dice que no entiende a los que buscan a sus muertos y yo voy a todos los actos, a todas las concentraciones que puedo a apoyarlos», afirma mientras toma un café en un bar del centro de Sevilla. Allí busca un poco de respiro tras cuidarlo día y noche. «Es maravillosa», dice una camarera. Y Pepita sonríe. Luego llora, porque se le viene a la cabeza el día en que murió su hija, con sólo 26 años, en un accidente de tráfico: «Veníamos en el coche, de Marruecos, mi hija y mi hijo detrás y mi marido y yo delante. Pensé que me estaba asustando tanta felicidad. Y unos meses después, falleció ella, María Dolores. Era médica».

Perfectamente peinada y conjuntada, Pepita rememora cómo muchos compañeros la miraban extrañados cuando decía que ella era del Partido Comunista. «¿Qué pasa? ¿Que una comunista no puede llevar collar o ir bien vestida?», se pregunta todavía sin dar crédito. Y como una mente inquieta, vuelve otra vez a su padre: «Él nos dijo que pidiéramos ayuda al partido cuando fuéramos a Casablanca. Y fuimos mi madre y yo, pero nadie nos ayudó». Cuando salió de la cárcel su padre, que no era rencoroso -asegura-, regentó un bar que era «una tapadera».

La camarera posa un vaso de agua sobre la mesa: «Le voy a traer a mi niño para que le des clases», le dice. Pepita se jubiló hace solo dos años. Junto con su hermana Chuchi han educado varias generaciones de hombres y mujeres de Sevilla en una guardería que llega hasta primaria. Santa Infancia, reza el título de un libro que Pepita saca de su bolso. «Es el nombre de la guardería», señala. Lo escribió Alberto Vázquez Gaitán, un antiguo alumno enrolado en el Ejército. «En él narra de manera novelada lo que fueron nuestras vidas». Editado por Círculo Rojo, va por su segunda edición. Son las memorias de una mujer que, como le enseñó su padre, defiende la justicia.

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