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El origen de Ciudadanos: del activismo a la lucha institucional

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El origen de Ciudadanos: del activismo a la lucha institucional

Tras décadas de lucha, los movimientos españolistas de procedencia socialdemócrata en Cataluña lograron hacer cuajar un proyecto político solvente

Albert Rivera, en una foto de archivo. Ciudadanos
Eduardo Muriel
10 noviembre 2015 Una lectura de 6 minutos
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Este artículo complementa uno de los apartados del dossier sobre Ciudadanos de #LaMarea32, que puedes comprar aquí

BARCELONA // “Ciutadans nace sin líder, y cuando tiene que inventárselo lo resuelve con prisas y por orden alfabético de una lista donde la singularidad (o la artimaña) hace que no sea el apellido sino el nombre el que decide la elección. Si Rivera en vez de llamarse Albert se hubiera llamado Xavier hoy no lo conocería nadie”. El conocido dramaturgo Albert Boadella, uno de los impulsores de Ciutadans, se expresó de este modo en su blog en 2009, cuatro años después del nacimiento del partido. Tras décadas de lucha en el plano asociativo, los movimientos españolistas de procedencia socialdemócrata en Cataluña lograron hacer cuajar un proyecto político serio y con opciones de entrar en las instituciones. Gracias, sobre todo, a la confluencia con un grupo de intelectuales, entre los que se encontraba el propio Boadella, con gran presencia mediática.

Tal y como explicaba hace ya nueve años el periodista Albert Balanzà en su libro Boadella&Cía: Els intents de crear un partit espanyolista a Catalunya (Ara Llibres, 2006), el movimiento españolista que acabaría cristalizando en Ciutadans en 2005 llevaba toda la década de los 90 tratando de articular un proyecto contra las políticas lingüísticas de Convergència i Unió (CiU). Comenzaría con actos aislados de protesta realizados por padres de alumnos y profesores, diversos manifiestos y experiencias asociativas. La Ley de Normalización Lingüística implantó la consideración del catalán como lengua propia de la escuela y dio paso al sistema de “inmersión lingüística” y generó un conflicto con los que defendían el derecho a recibir una educación en castellano.

En esas primeras luchas ya se empezaron a encontrar muchos de los nombres que luego serían claves en la formación de Ciutadans. Uno de ellos es Antonio Robles, padrino político de Rivera, entonces profesor de la escuela barcelonesa Reyes Católicos -que acogía a hijos de militares- y que, junto a varios colegas del centro, impulsó diversas iniciativas. Muchos años después, acabaría siendo elegido secretario general Ciutadans en su congreso fundacional, en 2006, cargo en el que estuvo un año. Fue diputado en el Parlament hasta que dimitió, en 2009, tras la coalición del partido con Libertas para las elecciones europeas de ese año.

El espíritu del Mogambo

Fueron poco a poco apareciendo proclamas como las del Manifiesto por la Tolerancia Lingüística (1994), contra la “desaparición” de la “lengua común de todos los españoles” de las instituciones y documentos oficiales. Denunciaba, asimismo, que “todos los medios de comunicación dependientes de la administración autonómica son exclusivamente en catalán”. Nacía la Asociación por la Tolerancia, que se reivindicaba de izquierdas, y tenía entre sus fundadores a Félix Pérez Romera, ex militante de la CNT, y a Rafael Ávila, líder de la Asociación de Profesores por el Bilingüismo, otros dos nombres clave en la gestación de Ciutadans. Los movimientos sociales que se fueron desarrollando en estos círculos defendían la unidad del país con un “aire menos casposo”, en palabras de Balanzà, que el españolismo de derechas.

Los lemas que comenzaban a usarse en esta época –”Los territorios no hablan, lo hacen las personas”– eran ya muy parecidos a los que acabaría esgrimiendo más tarde Ciutadans. En estos movimientos confluían plataformas de padres y profesores, pero también un sector del PSC. “Robles era uno de los que más claro tenía que la guerra de la lengua se tenía que acabar con la creación de un partido político”, escribe Balanzà. Sin embargo, no todos lo tenían tan claro: todavía muchos pensaban que podrían cambiar la política lingüística influyendo desde dentro de las filas socialistas. Por aquella época, el centro de reuniones era “el bar de Benito”, el nombre con el que conocían al restaurante Mogambo, en la plaza de la Sardana de Premià, en un discreto reservado. Allí fue donde se haría, en 1995, el primer intento de “soldadura”, en palabras de Robles, de los movimientos sociales con otro grupo que luego sería decisivo: el de los llamados intelectuales.

Al final, lo que cristalizó ese año fueron los Premios Anuales a la Tolerancia, entregados por la Asociación por la Tolerancia, con los que se fue agasajando a muchos de estos líderes de opinión: Ivan Tubau (1995), Félix de Azúa (1998), Francesc de Carreras (2001), Albert Boadella (2002) o Arcadi Espada (2005), todos ellos firmantes del famoso Manifiesto por un Nuevo Partido Político, también conocido como Manifiesto de los Quince, antecedente directo de Ciutadans. Otro de los logros de las reuniones en el Mogambo fue la creación en 1996 del Foro Babel, un grupo de debate de oposición al nacionalismo catalán en el que se integraría De Carreras, ex militante antifranquista del PSUC, así como otros intelectuales de la izquierda -ya no revolucionaria-.

En aquellos tiempos todavía pensaban en hacer virar al PSC. La idea de ir en serio con un partido nuevo no estaba madura. Pero, tras un tiempo de calma, la fuerza de los hechos les haría cambiar de opinión: consideraban que el Tripartito (ERC, PSC y ICV-EUiA) siguió, desde su conformación como gobierno en 2003, una política lingüística continuista en esencia con respecto a CiU.

Del Mogambo al Taxidermista

En 2004 fue cuando el movimiento se reactivó. Ese año, Arcadi Espada convocó una comida en Barcelona para una decena de amigos, entre los que se encontraba Boadella, con la intención de crear un partido político. Por otra parte, se estaban produciendo reuniones impulsadas por Pérez Romera. Los dos grupos se unirían de inmediato. El propio Pérez Romera estaba en el restaurante barcelonés El Taxidermista el 7 de junio de 2005, cuando los llamados “intelectuales no nacionalistas” presentaron el famoso manifiesto que dio pie a Ciutadans. “Después de 23 años de nacionalismo conservador, Catalunya ha pasado a ser gobernada por el nacionalismo de izquierda. No ha cambiado nada esencial”, resumía el texto, que criticaba la “pedagogía del odio” de los medios de comunicación pública catalana, pero también la corrupción de la clase política.

Robles y Ávila, pese a que no estuvieron en dicho encuentro, se sumaron al proyecto desde el primer día. Era el esperado resurgimiento de un movimiento en el que habían trabajado muchos años. A ese manifiesto se adhieren unos doscientos nombres de diversas plataformas y movimientos españolistas que se habían ido articulando aquellos años. Es el sector activista, el más firme defensor del proyecto, no se acababa de fiar de los intelectuales, que hicieron virar a la derecha el movimiento. Por eso Robles inscribió otro partido, llamado Iniciativa No Nacionalista, como un “seguro de vida para garantizar un partido de centroizquierda no nacionalista si finalmente Ciutadans no se decide a serlo”.

El Mundo sería el diario que haría bandera de esta iniciativa, como llevaba haciendo de la lucha del españolismo en Cataluña los años anteriores. El rotativo de Pedro J. Ramírez se volcaría con artículos, exclusivas, coberturas… A eso, hay que sumarle el posicionamiento estratégico que los intelectuales impulsores de Ciutadans tenían en los medios: La Vanguardia (De Carreras), El Periódico (De Azúa), El País (Espada), El Mundo (Tubau) y ABC (Pericay). Otras plumas, desde fuera, contribuían al fermento ideológico, como Luis María Ansón, que en su artículo Opresión en Cataluña, publicado en 2005 en La Razón, acusaba al tripartito de actuar “de forma que recuerda al nacionalsocialismo, al nazismo”.

Los meses posteriores se articula Ciutadans de Catalunya, que realizará un congreso constituyente en julio de 2006. A principios de ese año, el partido hizo una rueda de prensa en la que anunció que disponían ya de una cierta implantación en Cataluña, con 800 afiliados, 39 agrupaciones, la mayoría en Barcelona y en el área metropolitana. Se reactivaron los activistas que habían estado los últimos años más parados. Se adaptó el lema usado en los años 90: “Los territorios no tienen derechos. Sólo los tienen las personas”.

En ese momento los «intelectuales», que habían avisado de que no iban a tomar cargos, se pusieron de perfil a la hora de elegir candidato. En el cónclave de elección de la candidatura, los dos sectores enfrentados no se pusieron de acuerdo, por lo que al final confeccionaron una lista de integración con 15 miembros y, en una reunión muy reducida, decidieron elegir a los dos primeros de la lista por orden alfabético. Teniendo en cuenta el nombre, no el apellido. El resultado: Albert Rivera presidente y Antonio Robles secretario general. El lunes 10 de julio del 2006, todos los diarios se hicieron eco de que un joven abogado de 26 años de Granollers, desconocido y sin experiencia política, se había hecho con la presidencia del partido.

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