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"La propaganda económica del PP y las propagandas éticas de Ciudadanos y el PSOE nos abocarán a más de lo mismo: otros cuatro años –como poco– de extremo centro"

Los líderes de Podemos y Ciudadanos, Pablo Iglesias y Albert Rivera, respectivamente.
Toño Fraguas
13 octubre 2015 Una lectura de 5 minutos
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Quedan poco más de dos meses para las elecciones generales y me sucede algo que nunca hubiera imaginado después de estos cuatro años de crisis inhumana y de políticas nefastas. Pensaba que a estas alturas iba a tenerlo todo muy claro y resulta que no: es desesperante pero no sé a quién votar. Porque el hecho es que la izquierda no ha sabido generar una alternativa esperanzadora y, me temo que, como yo, mucha otra gente está desorientada.

Ni siquiera a un supervillano de película se le hubiera ocurrido una estrategia mejor que la que está llevando a cabo Podemos para garantizar el poder a la derecha y neutralizar los vientos de cambio que, no se nos olvide, surgieron hace casi cinco años. El 15-M nació como un movimiento que no se identificaba con ninguna estructura partidista tradicional y que buscaba renovar todo el entramado institucional del Estado.

En su día se habló de un consenso de mínimos que debía permear a todos los partidos políticos. Ese consenso pasaba por la reforma de la Ley electoral, la lucha contra la corrupción, la separación efectiva de los poderes públicos y la creación de mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidades políticas. El 15-M nunca buscó convertirse en un partido, sino lanzar un mensaje y un reto a los partidos: atraerlos hacia una nueva forma de hacer política.

Esas cuatro semillas de consenso surgieron gracias a un movimiento transversal e interclasista, cuyos simpatizantes recelaban de personalismos, dogmatismos, estructuras jerarquizadas, aparatos políticos y marketing electoral. Esas cuatro semillas del consenso de mínimos fueron germinando. Algunas, en no pocas ocasiones, han marcado la agenda de los partidos políticos tradicionales y han sido recogidas con mayor o menor fidelidad en sus programas. Otras se han ido materializando en forma de mareas ciudadanas e infinidad de iniciativas y acciones reivindicativas y judiciales. Todas ellas han ido dando frutos. Entre otros, y por poner sólo un ejemplo, el proceso judicial contra Rodrigo Rato.

Sin embargo, el enorme caudal de ilusión y energía acumulado ha sido dilapidado en los últimos meses por Podemos, una formación que poco a poco ha ido convirtiéndose en exactamente aquello que rechazaban los simpatizantes del 15-M: una estructura fuertemente jerarquizada y dogmática, donde el personalismo manda apoyado en un rígido aparato político a su vez entregado a las más avanzadas técnicas de marketing electoral. Ya nadie sabe qué es exactamente lo que propone Podemos, porque la figura de Pablo Iglesias y las luchas intestinas por el poder eclipsan cualquier otra consideración.

Sé que lo que voy a decir sorprenderá a muchos (y le sacará una carcajada nerviosa a más de un podemita) pero mientras la cúpula de Podemos se afana en que la izquierda nunca llegue al Gobierno, esas cuatro semillas de consenso que surgieron en el 15-M están siendo capitalizadas por Ciudadanos. Por eso todo lo que baja Podemos en las encuestas lo sube Ciudadanos. Los analistas insisten en que son los votantes del PP los que se están pasando a Ciudadanos. Claro, no lo niego, eso también. Pero decenas de miles de votos están pasando de Podemos a Ciudadanos y nadie habla de ello, aunque el PP y el PSOE lleven semanas estancados en las encuestas; mientras, Podemos se despeña y Ciudadanos sube. Como en el deporte, Podemos ha hecho de liebre de Ciudadanos y, como ya se sabe, las liebres nunca ganan. Ninguno de los cuatro puntos del consenso de mínimos del 15-M chirría con los postulados de la formación de Albert Rivera. ¿Pero Ciudadanos no es derechas? ¿Pero no es la marca blanca del PP? Ésa nunca ha sido la cuestión y Podemos no ha sabido darse cuenta.

La cuestión es que una inmensa mayoría social de este país, tal y como detectó el 15-M,  quiere la reforma de la Ley electoral, la lucha contra la corrupción, la separación efectiva de los poderes públicos y la creación de mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidades políticas. Y la formación de Albert Rivera ha tenido la agudeza política de escenificar la adopción de esas líneas maestras (que no son necesariamente de izquierdas) y rentabilizar una porción cada vez mayor de la indignación que todavía existe en la sociedad. Es tal la demanda social por esas cuatro medidas, que las políticas más discutibles que propone Rivera (por ejemplo en materia laboral o de inmigración) pasan desapercibidas o son vistas como un mal menor por muchos de sus votantes.

Es una pena que Pablo Iglesias y Albert Rivera hayan carecido de la valentía y la grandeza de miras para, al menos, haberse reunido una sola vez, y haber hablado de la posibilidad de situar esos cuatro principios del consenso de mínimos como base de un acuerdo al estilo de los Pactos de La Moncloa. Habrían concitado un caudal de ilusión imparable, que hubiera puesto contra las cuerdas a PP y PSOE, obligándolos a tomarse en serio a los llamados partidos emergentes y la ingente oleada de indignación aún latente en la sociedad.

La insistencia de Podemos en monopolizar el 15-M y, después, en fagocitar cualquier otra formación política (como en su día hizo el PSOE), unida a sus veleidades patrioteras (intentando connotar el concepto de patria con requiebros semánticos alambicados) o su ambigüedad a la hora de criticar a regímenes de controvertida ejecutoria democrática, se suman a su incapacidad para hacer posible una candidatura plural, a la altura de la ilusión generada en el 15-M.

Una cosa es el voto de la indignación y otra cosa el voto de la izquierda. La suma de votantes indignados es mayor que la de votantes de izquierdas. Se puede decir que todos los votantes de izquierdas son votantes indignados, pero que no todos los votantes indignados son votantes de izquierdas. Esto también lo ha sabido captar Ciudadanos. Y los votantes indignados buscan una candidatura política que supere el discurso destructivo y edifique sobre las ruinas de lo anterior (pero empleando los escombros de lo anterior). Iglesias sigue en el ‘no’, Rivera se ha encaramado sabiamente al ‘sí’. No hace falta ser un experto en comunicación política para saber cuál es el caballo ganador.

Así pues, el voto de la izquierda está fragmentado de muerte gracias a la inepcia política de la cúpula de Podemos. Parece que no ha servido de nada el ejemplo de los resultados de las municipales en Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia… Los dirigentes de Podemos no terminan de entender que cada vez más indignados rechazan la marca Podemos, pero muchos votarían a una candidatura de confluencia pese a que Podemos estuviera en ella. Sin embargo, cientos de miles nunca meterían en la urna una papeleta en la que sólo ponga Podemos. No, al menos, este Podemos con este liderazgo.

Pero da igual. Todo apunta a que ya es demasiado tarde. Los partidos tradicionales, con la ayuda de Ciudadanos, volverán a repartirse el poder y los urgentísimos cambios necesarios para sanear la democracia y reeditar un nuevo proyecto de Estado quedarán de nuevo paralizados quien sabe por cuántos años más.

El 15-M era diálogo, debate, honestidad, compromiso, cooperación y consenso. Era dejar de lado las diferencias (enormes ante la inmensa diversidad de los simpatizantes del movimiento) y trabajar por una idea común. No se perciben esa generosidad, esa elegancia ni esa altura de miras en Podemos. Por el contrario, la propaganda económica del PP y las propagandas éticas de Ciudadanos y el PSOE nos abocarán a más de lo mismo: otros cuatro años –como poco– de extremo centro. Y mientras tanto, Podemos sigue intentando disputar la jodida y sacrosanta centralidad del tablero, cuando lo que seguramente necesitemos sea un tablero nuevo, tal y como pedía el 15-M.

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