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Líderes mediáticos y otras obsesiones de status en Davos

En el Foro Económico Mundial se mezclan jefes de gobierno con grandes empresarios, filantrocapitalistas y periodistas, algunos de los cuales logran la categoría de "media leader"

Andy Robinson
04 julio 2015 Una lectura de 4 minutos
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Este artículo fue publicado en el número 28 de la revista La Marea que se puede comprar aquí.

Una pregunta que me hacían durante la promoción del libro que escribí en el 2013 sobre el Foro Económico Mundial, Un reportero en la Montaña Mágica (Ariel), el encuentro anual de la élite global en la pequeña estación de esquí de Davos, era la siguiente: “¿Crees que te dejarán volver a Davos después de escribir un libro que despotrica rabiosamente contra los participantes en la cumbre?”

Mi respuesta preparada era: “Mejor que no me dejen ir que ofrecerme la acreditación superior de media leader (líder de medios)”. En parte era un chiste elaborado con el fin de optimizar el impacto mediático del libro. Pero la respuesta tenía un mensaje más importante. Los lideres mediáticos, con acreditación de élite en Davos, tienen acceso a todos los eventos de la montaña mágica, incluso los más selectos.

Eran insiders como Matthew Bishop, pez gordo de The Economist y defensor apasiadonado del filantrocapitalismo (altruismo con ánimo de lucro, muy cotizado en Davos), que felicitó a Bill Clinton por ser “el evangelista del giving (altruismo)”; Charlie Rose de la agencia Bloomberg, especialista en hacer entrevistas softball (pelota) y gran mimador de egos en Davos; Maria Bartiromo, presentadora de la cadena CNBC que viajó en el avión privado de Citibank, o Juan Luis Cebrián, omnipresente en el World Economic Forum, donde despacha con el billonario sin techo y accionista del grupo Prisa Nicolas Berggruen y con Arianna Huffington, ex periodista antisistema, y ahora socia de la fundación de emprendimiento social de Davos, el proyecto personal del fundador del foro, Klaus Schwab.

Mientras los líderes mediáticos tienen acceso en Davos a todas las sesiones, mesas redondas, tormentos de ideas, cenas y fiestas con discoteca y barra de oxígeno, existe otra casta mediática muy inferior: los reporting press, o sea, informadores dedicados a la tarea mediocre de informar. La acreditación concedida a éstos sólo da acceso a una cena masificada de fondue con pan y queso y a los grandes debates televisados por la CNN, donde gurús como Nouriel Roubini o Moises Naim hacen todo lo posible para convencer al mundo de que en Davos hay debate abierto y pluralidad de ideas mientras que los gestores de los hedge funds hacen sus negocios en la sala contigua.

De modo que mi respuesta de que más vale ser expulsado que incluido en el inner sanctum de Davos tenía un subtexto muy importante. El periodista, tanto en la montaña mágica como en el valle de tierras quemadas abajo, se encuentra ante un dilema. Puede aceptar la invitación a ser un insider, tener el “acceso” ilimitado, cenar y bailar con los poderosos, consciente de que, como los cerdos revolucionarios de la granja de George Orwell, acabará pareciéndose exactamente a los propietarios de la finca. O puede optar por la independencia del reporting press, esperando fuera del hotel bajo la nieve, a la espera de hacer una minientrevista con algún amo del universo.

Izzy Stone, el gran reportero de investigación norteamericano que destapó la provocación estadounidense al inicio de la Guerra de Vietnam, entendía el peligro de ser engullido. Stone jamás entablaba amistad con los políticos o altos funcionarios en Washington y hasta evitó hacerles entrevistas. “Jamás pretendí ser un insider”, escribió en 1963. “Hay muchas formas de echar piropos a un reportero para que entre en el juego: cenas privadas off the record con altos funcionarios, entretenimiento en sus clubes”, explicó Stone.

El problema es que si te ofrecen la acreditación de media leader es sumamente difícil decir que no (afortunadamente a mí me denegaron la acreditación, supuestamente porque la pedí con retraso).

La jerarquía de acreditación no es sólo un asunto de la prensa. Todo el mundo está obsesionado con el status en Davos. La primera mirada de un davosman siempre se dirige a la tarjeta de acreditación colgada del cuello. Color azul con holograma te sitúa en la cumbre de la montaña, al lado de tipos como Mark Zuckerberg, Tony Blair o la princesa Rania de Jordania. Luego las categorías van bajando como la pista negra del Schwarzhorn. Hay socios estratégicos –grandes corporaciones multinacionales– que pagan 600.000 francos suizos por participar (este año ha subido el 20%). Luego vienen los global shapers, los technology pioneers y los young global leaders.

La montaña rusa

Una vez oí decir a Howard Buffet, nieto del famoso inversor Warren Buffet, que por entonces tenía 27 años: “Soy un global shaper este año. Puede que el año que viene sólo sea un young global leader pero no es seguro”. Hasta para el joven Buffet, que pronto herederá 50.000 millones de dólares, lo que más importa en la jerarquía de status de Davos no es hasta dónde puedes llegar en la ascensión sino hasta dónde puedes caer.

Los 2.500 miembros del Foro Económico Mundial pagan 50.000 dólares anuales, más otros 19.000 por cada foro y 156.000 por subir la escala hasta el grado de miembro asociado. Junto con el coste del alojamiento, la factura para los tres días puede ser de millones de euros. Pero permite participar en una cumbre que se convierte en una gran puerta giratoria, donde los inversores garantizan los paquetes de remuneración desorbitados de consejeros delegados a cambio de subidas de la acción, y donde los ministros se garantizan puestos en los consejos de multinacionales y bancos a cambio de prometer un marco regulatorio y tributario “business friendly”.

Con estos intercambios de favores el gasto merece mucho la pena. Es más, la presencia de esos líderes mediáticos amortiza aún más el coste. Según un mensaje filtrado a los medios de Jim Hagemann Snabe, comercial del Foro, “el valor de marketing por la presencia de los medios en la reunión anual en Davos asciende a 440.000 dólares por socio estratégico, de modo que existe un retorno sobre la inversión de casi el 100%”.

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