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Lost in transaction

Un análisis sobre la diferencia entre el idioma que habla la gente y el del poder, en el que priman los dígitos

Gerardo Tecé
11 junio 2015 Una lectura de 3 minutos
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A veces nos pasa que no entendemos al poder. Y es porque el poder y la gente hablamos idiomas muy distintos. La gente usa un código bastante más complejo que el del poder. Nuestro idioma tiene declinaciones, intentos de ética, verbos regulares e irregulares, preocupaciones por llegar a fin de mes, prefijos, sufijos, dignidad y motivaciones morales. El idioma del poder son dígitos.

«Disculpe, ¿cómo puedo llegar a la estación de autobuses?». «Las tres menos cuarto». No hay diálogo posible con el poder si al poder le da igual si llegas o no a la estación de autobuses, no hay comunicación si tu viaje es algo que no va con él. Sin embargo, a veces pasa que el poder necesita comunicarse con la gente, hablar su idioma. Si, por ejemplo, junto la estación de autobuses hubiera un centro comercial en el que quisieran vendernos una maleta de viaje, el diálogo sería algo parecido a esto: «Disculpe, ¿cómo puedo llegar a la estación de autobuses?». «Pues mire, yo tengo aquí un coche con el que le puedo acercar por un módico precio hasta el centro comercial que hay justo al lado de la estación. Allí hay un par de tiendas que están muy bien en las que venden maletas. La suya la veo algo vieja. Si le interesa una maleta nueva le acerco»x. En este caso se produce diálogo.

Normalmente la traducción del idioma cifra al idioma gente no se produce de forma tan rudimentaria como en el ejemplo anterior, sino mediante un complejo entramado de poderosos medios de comunicación públicos y privados.

En este lost in transaction en el que vivimos tendemos erróneamente a acusar al poder de incongruencia. Si, por ejemplo, el poder traduce el idioma cifra de negocios a nuestro idioma gente para dirigirse hacia nosotros y hablarnos de Venezuela, incluyendo para ello conceptos como libertad, derechos humanos o democracia al tiempo que calla y negocia contratos millonarios con China o Arabia Saudí, algunos se llevan las manos a la cabeza y acusan de forma equivocada al poder de doble moral, como si el idioma volumen de inversión en tal o cuál país y el rendimiento que produce pudiera tener dos estúpidas morales de esas.

Si el poder se pone a hablar en idioma gente para, por motivos electorales, mantener emocionalmente vivo el terrorismo en España y el dolor de sus víctimas al tiempo que maniobra para que el asesinato de José Couso quede tirado en una cuneta internacional, muchos que no entienden de qué va la película vuelven a ver aquí una incongruencia que no es tal si en la tabla numérica de excel metes la variable de los votos que te permitirán seguir en el poder gracias al terrorismo y su dolor y la variable del riesgo económico que supone molestar a otros poderosos por menudeces como el asesinato de un periodista.

Si nos escandalizamos porque hablen de recuperación económica mientras incrementa el número de familias que malviven, si nos escandalizamos porque el pago de las deudas de Grecia sea sagrado y urgente mientras el pago de las deudas de los bancos es un concepto relativo, es solo porque no entendemos que la recuperación económica, la del poder, o su concepto de deuda, la deuda del poder, no tiene por qué depender de esas estúpidas variables como que la gente tenga techo o una estufa. No tiene nada que ver por mucho que el poder necesite a veces usar conceptos del idioma gente para llevarnos al centro comercial que hay junto a la estación de autobuses.

Esos cabreos que se pillan algunos con el poder, provocados por el efecto lost in transaction, se arreglarían entendiendo de una vez por todas el idioma del poder y comprendiendo que el poder, al contrario que nos sucede a las personas, nunca, nunca es incoherente.

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