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Fiebre política del sábado noche
El programa 'La Sexta Noche' detrás de las cámaras
Crónica publicada en la sección ‘Acceso restringido’ del número de mayo de La Marea, disponible en nuestra tienda online
En la sala de espera de Atresmedia, alrededor de unos modernos sofás rectilíneos, demasiado grandes para tan poco uso, cuelgan fotos de algunos de los éxitos televisivos del grupo. Colores chillones, explosiones de luz y sonrisas blanqueadas. Entra acelerada Carolina Quesada, productora de La Sexta Noche, con una alegría que no perderá ni en los momentos más tensos del programa. “Te están esperando para hacer un ensayo”, le dice a la periodista de El Mundo, Lucía Méndez, que bromea: “Esto es como el teatro, hay ensayos”. La han invitado a participar en una nueva sección, La calle pregunta, en la que un candidato a las generales de un partido se enfrenta al interrogatorio de los ciudadanos. “Queríamos hacer algo para la campaña electoral. El programa no puede quedarse inmóvil”, explica Juan Ramón Gonzalo, director desde septiembre pasado, antes al mando del programa de Ana Rosa en Tele 5.
Estrena el nuevo espacio Alberto Garzón de IU, que saluda cordial pero sin familiaridades a Pablo Casado del PP, uno de los tertulianos habituales. “Ahora soy parte del mobiliario”, dice Casado, aunque durante nueve meses su partido vetó el programa. Hasta que se dieron cuenta de que tenían que venir –como me explica Iñaki López, el afable vizcaíno que presenta La Sexta Noche– porque otros partidos como Podemos les estaban quitando el sitio.
El público ocupa el suyo en las gradas del plató y escucha a la regidora con esa atención distraída con la que se reciben las instrucciones en un avión. “¡Persona que vea mirando el móvil durante el programa, va fuera!”, truena la voz de Valentina García, que no deja que su pequeña estatura haga olvidar quién manda ahí. “Menuda es ella pero tiene que serlo: son 200 personas”, comenta Carol, quien pide por radio que entren los tertulianos. La regidora canta los segundos que quedan y el público enmudece. La grúa de la cámara caliente se mueve como el cuello de un dinosaurio hasta quedar frente a Iñaki López, que arranca con énfasis entre los aplausos provocados por regiduría: “Aquí comienza La Sexta Noche”, el programa político líder del prime time de los sábados con un millón y medio de espectadores. Sólo una vez, les ha ganado la competencia, Un tiempo nuevo, de Tele 5, al que Juan Ramón Gonzalo no quita ojo en la pantalla partida que tiene en su puesto de control.
Fuera de plató, el resto de invitados espera en dos pequeñas salas VIP con las mesas repletas de bebidas y bandejas de comida, mientras mira el programa en el que Pablo Casado comenta cómo conoció a Albert Rivera, en un plató como éste. “Ahora la televisión es donde se hace la política”, apunta Lucía Méndez. En la habitación contigua, Alberto Garzón recuerda que su militancia le conoció en el programa de TVE, 59 segundos, y reconoce que estos programas tienen más relevancia social que el Parlamento y que hay cosas que dice en el Congreso que tienen menos repercusión que las que dice aquí. “La televisión conforma más la mentalidad colectiva que cualquier acto político”, reflexiona mientras se lo llevan hacia el plató en la primera pausa publicitaria. Iñaki López aprovecha algunos anuncios para avituallarse. “No pretendemos ser el Congreso pero sí acercarlo al ciudadano”, comenta. “No queremos influir en el voto sino dar mimbres para que cada uno se haga su cesto”. Hilario Pino añade que estos programas acercan la política a la calle y la calle a la política, que aquí se produce el debate que no se da en el debate sobre el estado de la nación.
Garzón se prepara para las preguntas del público. Espera que se salgan de los tópicos de periodistas, que no siempre coinciden con lo que preocupa a la gente. “Yo le preguntaría qué va a hacer con los precarios”, me dice un cámara. Como al resto de sus compañeros, le contratan por jornada a través de una empresa de trabajo temporal. Esta noche está aquí y mañana en otra cadena. “Hoy me voy a sacar unos 60 euros por 8 horas de trabajo”, completa otro, “unos 7 euros y medio la hora”. Algo muy parecido me cuentan las maquilladoras: tienen contratos de un día, les avisan por móvil, a veces sólo unas horas antes. Las cámaras se mueven para tomar posiciones y una compañera de producción se ofrece a ayudarles con la manguera de cables. “No hace falta”, le responden. “Sí, hombre, que esto es La Sexta”, se ríe.
Los tertulianos que acaban de salir de escena vienen comentando la jugada. “No ha sido un golpe bajo, Pablo”, le dice Irene Montero, de Podemos, a Casado, quien le sonríe incrédulo pero conciliador, echándole la mano al hombro.
En la sala, picotean de la mesa y algunos también de sus tabletas y móviles en busca de la respuesta de la audiencia en las redes. El programa genera alrededor de 60.000 tuits cada noche. El que más reacciones adversas provoca, el periodista Eduardo Inda, ex de El Mundo, asegura que no les presta atención y confiesa, con una sonrisita satisfecha, mientras acaricia su corbata a rayas como si hiciese lo mismo con sus palabras: “Yo soy como soy, no voy a cambiar por eso”. Casi nunca se sienta, deambula con pasos largos por los pasillo. No exactamente nervioso, más bien hiperactivo, con el teléfono siempre en la mano, consultando mensajes y atendiendo llamadas como un agente de Bolsa.
Pablo Casado estudia los temas del próximo tramo de tertulia, concentrado en su tableta, aunque levanta la cabeza cuando Antonio Miguel Carmona, del PSOE, le habla de su campaña a la alcaldía de Madrid. Todos tenemos nuestras obsesiones. La del director de La Razón, Francisco Marhuenda, es Pablo Iglesias. “¿Qué pasa con el líder carismático y Errejón, están peleados?”, le pregunta divertido a Irene Montero, con la que ha desaparecido la distancia que les separa en plató. “Estamos en las antípodas pero hay respeto”, me contará ella después. “No es teatro, ni dentro ni fuera. Me cae muy bien aunque me parezca un despropósito en economía”, me dirá él. Montero le responde que no hay riña entre los líderes de su partido. “Pero si es normal, mujer, también Stalin y Lenin se enfadaron”, se ríe Marhuenda. Como ocurre en el Congreso, el tono de pasillo es llamativamente más deportivo, incluso afectuoso, que ante las cámaras.
Andrea Ropero, la copresentadora que aporta los datos en el debate, lo compara con los Madrid-Barça más broncos, en los que había mucha rivalidad durante el partido pero fuera eran amigos. Eduardo Inda también lo compara con un campo de fútbol: “Sales a competir pero cuando termina, te das la mano”. Es el único que no se sienta en la sala con el resto aunque asegura que tiene un trato cordial con todos menos con Podemos, que le demandó por acusarles de apoyar a ETA y financiarse de manera ilegal, precisamente en este programa. “Me detestan porque no soportan la crítica”, continúa. “Pero yo nunca les he insultado. Ellos a mí sí”.
Los tertulianos que salen de escena picotean en la sala de espera. C. Q.
En la otra sala, se curan mutuamente las heridas que se han infligido unos a otros. Casado se queja de las interrupciones de Sardá y Montero de las de Inda. “Para eso estoy yo, para repartir la posesión del balón”, ataja Iñaki López echándole más leña al símil futbolístico y después me explica su receta bilbaína: le echa pil pil al debate sin que se le quede socarrat el bacalao. Tanto él como el director niegan que se busque dar espectáculo con la pelea, pero defienden que la tertulia tiene que estar “viva” y “caliente” porque “es televisión”. Es entretenimiento.
Vuelve Lucía Méndez del plató, divertida con el experimento de Garzón con el público: “Periodismo no se hace pero te lo pasas pipa”. Medios extranjeros han venido varias veces al programa para buscar las razones por las que la audiencia se entretiene con la política un sábado por la noche. Hilario Pino apunta que los españoles tienen, por fin, la impresión de que algo puede cambiar y buscan las voces de ese cambio en el programa. Andrea cree que uno de los grandes aciertos del espacio es haber hecho atractiva la economía en un momento en el que la audiencia lo demanda. Después de cinco horas de encendido debate, las luces se apagan. Gonzalo da las gracias a todos desde el control y se reúne, en una de las salas VIP, con el equipo de treintañeros del programa, que da cuenta de las sobras de los tertulianos, entre chascarrillos y apuestas sobre el dato de audiencia. Por segunda vez, serán superados por la competencia, que se centró en la denuncia de maltrato al socialista López Aguilar, un tema en el que el director de La Sexta Noche me cuenta que no ha querido cebarse.
Como ya me habían advertido, Iñaki López cierra la jornada agotadora con un monólogo cómico que improvisa sobre “los zapatos de madera” que le han dado en vestuario (“tengo los dedos del pie clavados en el talón”) y sobre una delirante visita a Leganés que arranca unas carcajadas. “A muchos partidos no les hace gracia venir”, me dice. «Porque aquí sacamos sus miserias”.
Muerte inminente de IU, la izquierda socialdemócrata: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2015/06/muerte-inminente-de-iu-la-izquierda.html