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Auditoría ciudadana de responsabilidad electoral

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Auditoría ciudadana de responsabilidad electoral

Un lector refllexiona sobre la responsabilidad que los ciudadanos tienen en la actual situación política en un contexto como es el de la democracia representativaca

Carta a la redacción
29 marzo 2015 Una lectura de 4 minutos
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Daniel Celester // Querido lector, este no es un texto de crítica al sistema. O sí lo es, pero no en esencia. Lo que quiero dejar claro es que no está escrito por un cordero y dirigido a los lobos, está escrito por un cordero y dirigido a otro cordero: usted. Esto es un “panfleto” (así podría llamarse) que pretende hacer una crítica al lector. Así que disculpe las molestias.

Es hora de acuñar un concepto nuevo: “auditoría ciudadana de responsabilidad electoral.” En muchos sistemas políticos, como las dictaduras, las monarquías absolutistas, los gobiernos tecnocráticos, etc., la capacidad de acción política del pueblo es muy reducida o simplemente nula. Por ello la aparición de hijos de puta en el gobierno es algo que no elige el común de la gente; o sea, cuya responsabilidad recae de pleno en los propios mandatarios y en quienes les hayan ayudado a llegar allí.

Es en estos casos en los que se debe liberar al pueblo de culpa, que “bastante tiene con lo que tiene”. ¿Pero qué pasa con ese maravilloso invento griego (y perfeccionado en la ilustración) llamado “democracia representativa”?

Contextualicemos un poco: la democracia representativa nace en contraposición al poder entendido de forma unipersonal y vitalicia, pero también ante la imposibilidad de que todas las personas de una misma polis pudiesen debatir, proponer y votar sobre todos los temas que afectan a la misma. Se resuelve, pues, que los mandatarios sean representantes de la gente. Personas que se han ganado la confianza de los electores, los cuales han expresado su opinión por medio del voto. “Confianza” y “voto” son dos palabras muy relevantes. La primera porque es el arma principal con la que intentará jugar el candidato y su pérdida a mitad de legislatura (siempre que no se cuente con un mecanismo revocatorio) significará que el gobierno ha quedado deslegitimado. La segunda porque es el principal arma del elector y la prueba fehaciente de que este también tiene su parte de culpa en la aparición de hijos de puta.

Es además por la combinación de estos dos conceptos que es imposible determinar qué porcentaje de culpa tiene qué parte. ¿Podemos decir que sólo por haber votado, el pueblo es responsable de ser gobernado por mangantes?, ¿Y qué pasa si estos mangantes los engañaron con falsas promesas?, ¿Qué pasa si les mintieron?, ¿Qué pasa si traicionaron su confianza?

Y sin embargo sí siguen teniendo los electores parte de culpa. ¿Por qué? Porque un votante responsable (“responsabilidad” es otra palabra importante, quizá la más importante en este contexto) debe tener en cuenta varios parámetros que, si bien no son infranqueables, dificultarían mucho el engaño.

Primer parámetro o medida: tener buena memoria. Es muy frecuente que los candidatos a representantes hayan estado anteriormente en algún puesto de responsabilidad (y sino ellos el partido que los apoya). A pesar de la fragilidad que tiene nuestra memoria, es vital hacer un esfuerzo por recordar la actuación de éstos en el pasado y evaluar si merecen nuestra confianza.

Otro parámetro es el de estar bien informado. Este es un punto amplio, ya que para vivir en una democracia justa no sólo se debería intentar conocer a todos los candidatos/partidos que libran la batalla electoral, sino que también es fundamental conocer sus propuestas, programas, principios y saber lo que la prensa (info y contrainfo) dice de ellos. Un trabajo laborioso, pero que nos dará una mayor perspectiva del juego, alejándonos de la democracia de plató en la que sólo compiten los dos o tres grandes candidatos del momento, discurso contra discurso y casi siempre de forma demagógica (ya lo dijo Platón, en esto deriva la democracia). Se transforma entonces el juego electoral en una batalla de carismas y populismos que ganan terreno en el campo de lo simbólico (A. Garzón lo señaló en un artículo) y no en el de la realidad.

El tercer parámetro es el de ser crítico. Esto, por supuesto, es extrapolable a cualquier campo, pero en el de la cosa pública se convierte en más necesario si cabe. Un pueblo sin capacidad de crítica y de pensamiento propio está a merced de los buitres. El peor analfabeto es el analfabeto político, decía Bertolt Brecht. Desgraciadamente no conozco el caso de ningún país cuyo sistema educativo esté orientado, entre otras cosas, a formar cabezas políticamente críticas; señal inequívoca de que a quienes hacen las leyes no les ha interesado mucho esto.

El cuarto parámetro es ser consciente de tu propia responsabilidad en el juego democrático. Sin duda el parámetro más importante. Toda la vida hemos oído hablar del voto como un derecho, pero nunca hemos escuchado hablar de los deberes que conlleva la democracia (representativa o no) para el votante. Por eso cuando digo “auditoría ciudadana de responsabilidad electoral” no me estoy refiriendo a un examen que se le deba practicar al sistema, sino a un examen que nos debemos practicar a nosotros mismos. “Ciudadana”: por y para el ciudadano, en este caso. Tenemos que evaluar si hemos estado a la altura, si hemos sido buenos usuarios del sistema democrático y si seguimos normalmente los parámetros aquí relatados (u otros que queramos marcarnos) o por el contrario nos hemos dejado llevar por la opinión pública, la moda o la desidia; convirtiéndonos en portadores de un derecho que no respetábamos, puesto que no cumplíamos con nuestra parte del trato.

El mundo camina ahora hacia un nuevo tipo de democracia que dejará obsoleta a la representativa, la democracia participativa. Millones de personas hemos salido a la calle estos últimos años reclamando verdadera soberanía en un sistema que ya tiene las herramientas suficientes para que todos podamos participar de las decisiones políticas de nuestro planeta, continente, país, región, etc. ¿Estaremos a la altura ahora o volveremos a cagarla?

Este no es un texto para ser compartido sin más en las redes sociales, no es esa su intención. Su intención, lector, es apelar a tu autocrítica (que no a la flagelación) y que empieces a auditarte. Que empecemos a auditarnos.

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