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Politizar la cultura en tiempos revueltos

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Politizar la cultura en tiempos revueltos

El autor plantea cómo se debería encarar la política cultural

Rubén Caravaca
30 enero 2015 Una lectura de 5 minutos
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Tiempos electorales

Propuestas e iniciativas varias para incluir en los programas de quienes concurren o pretenden presentarse a las elecciones. Convocados dos congresos de cultura. Uno en Navarra, otro en Madrid. Objetivo general: ¿Crear un plan? ¿un programa? ¿un marco? ¿un pacto? ¿un…? sobre la cultura.

Misión Imposible

La cultura es todo menos un sector unificado, el único hilo de unión son los intereses contrapuestos en un sector que se desarrolló en base a imaginarios radicalmente confrontados.

Cambiemos de chip

No hablemos de cultura: conversemos sobre culturas.

Dineros

Me invitan a intervenir en un debate sobre la financiación de la cultura. No sé como empezar. ¿Financiar a qué? ¿Para qué?

¿Financiar una industria que no tributa entre nosotros cuando tiene ingresos millonarios? ¿Financiar un festival musical que oferta puestos de trabajo a 2,65€ la hora? ¿Financiar proyectos de startups que se apropian de narrativas innovadoras para vaciarlas de contenido y así servir a los coletazos del idilio entre construcciones monstruosas y centros culturales? ¿Financiar un local de música en directo que te intoxica con el peor garrafón? ¿Financiar un centro cultural gestionado por empresas relacionadas con la especulación inmobiliaria, los desahucios o la privatización de hospitales y guarderías públicos que solo buscan mejorar la cuenta de resultados?

¿De qué hablamos?

Más aburrido que las tertulias políticas de los sábados televisivos –antes programaban películas eróticas, por lo menos– es el debate sobre la cultura como derecho o como recurso. Sirve para poco. No lidiemos sobre algo que es un derecho constitucional, exijamos que se cumpla. Así de sencillo. Como eso depende de la voluntad política de turno y, en general, no ocurre, apostemos por un nuevo marco constitucional donde la constitución sea cumplida y no un listado de artículos llenos de buenas palabras e intenciones que en la práctica se quedan en papel mojado. Y no sólo en lo relativo a la cultura. Si algo no se cumple, habrá que cambiarlo.

¿Dé que hablar entonces?

Sencillo: politicemos la cultura. Ah, un momento. ¿Recordamos eso de que si la cultura no incide en lo político no es cultura…? Bien, sí. De hecho, desde el 15M vivimos el mayor vuelco cultural en más de treinta años. Tal vez deberíamos puntualizar. La propuesta sería pues: politicemos la Cultura, el sector, los gremios, las políticas, las instituciones e incluso las industrias si me apuran. Hagámoslo, pero sin volver a caer en la fácil tentación del cortoplacismo electoral o partidista, uno de nuestras grandes lacras.

La agenda, si es que existe, siempre la marcan terceros: la coyuntura política, las instituciones, las industrias culturales, las sociedades de gestión, las…

Hagamos nuestra hoja de ruta.

Deseemos otro imaginario

Hablemos de cómo conseguir que todos tengan acceso a la cultura, no sólo a su difusión, también a la creación y a la producción. Hablemos de cómo acceden los productores pero también el público, los agentes, los gestores. Pensemos en nosotros, no en todos –ya se ha comentado anteriormente que no somos un sector unificado y homogéneo–, pero sí en la mayoría.

No hablemos de financiación

Hablemos de sostenibilidad. Medidas que impulsen la creación, la difusión, la legislación, el registro y de manera especial la formación, la gran olvidada. Primordial para hacer sostenible las culturas contribuyendo a la existencia de creadores, artistas y trabajadores culturales.

No es lo mismo

La UNESCO dixit: «Las actividades, los bienes y los servicios culturales son de índole a la vez económica y cultural, porque son portadores de identidades, valores y significados, y por consiguiente no deben tratarse como si sólo tuviesen un valor comercial». El acceso a las culturas es un derecho pero también debe garantizar un trabajo digno, remunerado. El conocimiento y la creación son inmateriales y no deben, ni pueden, tratarse como la mayoría de los objetos productivos materiales. Si no son lo mismo no los tratemos igual. La materia prima cultura es el conocimiento, no algo extraído de la naturaleza y manipulado para su consumo ¿o si?

No confundir por favor

Como bien explica el maestro Juan Urrutia, los recursos existen. Lo que no existe –que diría Rubén Martínez– es una economía cultural. Existe una economía política de la cultura. Los recursos existen y políticamente se decide cómo gestionarlos. No somos un país que carezca de ellos.

Trabajemos para cambiar las prioridades:

¿Sanidad/armas?

¿Educación/bancos?

¿Cultura/amnistía fiscal?

¿Quién pone el cascabel a los Presupuestos Generales del Estado? Cambiarlo también depende de nosotros.

Seamos patriotas

Si quieren hablar de economía política de la cultura, hablemos. Sólo es preciso mirar la balanza comercial de las industrias culturales. ¿Cuánto importamos? ¿Cuánto exportamos? ¿Alguien tiene en cuenta dicha balanza comercial? Seamos patriotas de verdad, no de banderitas, himnos o frases manidas.

Apoyemos nuestra creación, a nuestros creadores, a nuestras empresas, a nuestros colectivos. No fomentemos leyes y acuerdos que nos excluyan, derroten o nos obligue a sobrevivir en la precariedad. Fomentemos la cooperación y el intercambio, los lazos con el Sur –patrimoniales, económicos, colaborativos, históricos–.

No olvidemos la diversidad de nuestras culturas nacionales para sucumbir ante una globalización excluyente y seguir desequilibrando nuestra balanza comercial. La diversidad es una riqueza, no un problema.

Busquemos algo

Marcos, acuerdos, pactos, programas… de confluencia. Politicemos la cultura. Incidamos en todo. No nos dejemos en manos de los mejores que excluyen a la mayoría y dan pie al surgimiento de un neofascismo oculto. Si en la cultura participamos todos, ya sea creando, gestionando o consumiendo, todos debemos participar en su gestión, pero también en su legislación.

Estamos en un cambio de paradigma reflejado en el nuevo escenario político que se presenta en Europa. Esta mudanza tiene mucho que ver con la cultura. Pasamos de un paradigma absolutamente competitivo (masculino) a otro colaborativo (femenino) que va a cambiar radicalmente nuestro modelo de sociedad.

Un modelo que también pasa por una transformación vertical de competencias, más descentralizadas y cercanas a la ciudadanía; y también horizontal, acerca de espacios y presupuestos gestionados directamente por la ciudadanía.

Apostemos

Por unas culturas en su sentido más amplio y político. Para la transformación social. Para profundizar en la democracia. Para apropiarse del saber y compartirlo. Para enriquecer la vida cotidiana. Para educar, educarnos, formar y formarnos. Para trabajar por la paz y despatriarcalizar la sociedad. Para frenar al colonialismo de las industrias culturales que desestabilizan nuestras balanzas económicas. El 65% de la exportaciones de Estados Unidos en 2012 correspondieron a productos inmateriales –conocimiento, información…–. Ellos lo tienen claro, ¿y nosotros?

Hagámoslo

Desde abajo, de manera transversal. Cambiando tanto el proceso creativo, como su divulgación con la participación de todos en ello. Liberemos el conocimiento. Creemos un horizonte de ilusiones. Rompamos la hegemonía cultural existente y trabajemos para que no exista ninguna más.

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