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El paradójico acierto del Rey

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Opinión | OTRAS NOTICIAS

El paradójico acierto del Rey

"Es paradójico que haya tenido que ser Juan Carlos el que vaya a imponer un cambio forzoso en una realidad política española desde hace años insostenible", sostiene Fraguas.

Toño Fraguas
02 junio 2014 Una lectura de 4 minutos
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Hacía mucho que el Rey no acertaba con una decisión, lo acaba de hacer anunciando su abdicación. Cede el paso. Es paradójico que haya tenido que ser Juan Carlos el que vaya a imponer un cambio forzoso en una realidad política española desde hace años insostenible. Un cambio del que los grandes partidos, especialmente el PP, no querían ni oír hablar. Ese cambio pasa por una renovación de todas las instituciones del Estado, pero no sólo de sus altos cargos, sino también de su manera de funcionar. Ese cambio pasa asimismo por la Constitución. Desde aquel 15 de mayo de 2011, las voces que piden una reforma en profundidad de la Constitución, o una nueva Carta Magna, van en aumento. Cada vez se escuchan en más foros y esa urgencia ya se ha instalado en los partidos de izquierda. No así en el PP. El presidente del Congreso, Jesús Posada, lo repetía con ese sutil paternalismo que tan bien conocemos los que nacimos en pleno baby boom. Posada dio la respuesta de manual de aquellos que no quieren que nada cambie: “No hay ningún problema en reformar la Constitución, pero tiene que haber consenso”. Los miembros del establishment político saben que el consenso es hoy en día, en España, tan quimérico como un unicornio.

En tres años la única reforma de la Constitución ha sido la que estableció un techo de déficit, pactado con nocturnidad y por vía de urgencia por PP y PSOE. Nada de abordar cambios que engrasen la democracia y, sobre todo, nada de velar por el cumplimiento de los artículos de la Constitución que protegen los derechos de los ciudadanos (unos artículos que, por cierto, si se cumplieran serían revolucionarios).

Que nadie se engañe: tras la sucesión en la Corona, la reforma constitucional va a ser el gran tema político en los próximos años. No me extrañaría que, en breve, el PP monopolice la voz de aquellos que no quieren tocar ni una coma de la Carta Magna, con lo cual lograrán su sueño de identificar esa Constitución (que en realidad nunca les gustó) con sus siglas. La derecha logrará así patrimonializar estas décadas de democracia.

Esta auténtica Segunda Transición será delicada, la prueba de fuego de que España ha dejado atrás sus demonios milenarios. Debe suponer un relevo generacional que, además, hace tiempo que debía haberse dado no sólo en el ámbito político, también en el empresarial, sindical, en los medios de comunicación…

La abdicación del Rey pone aún más de relieve el clamoroso inmovilismo de la generación que lleva en el poder casi 40 años (tantos como duró la dictadura de Franco). Podrán cometer la irresponsabilidad de intentar perpetuarse, seguir estirando el chicle, mareando la perdiz, pero así sólo conseguirán enconar los ánimos y, quién sabe, quizá resucitar viejos fantasmas que nunca deberían reaparecer.

La Generación EGB pide paso y el ascenso electoral de Podemos, por ejemplo, se explica en ese contexto. Ese aldabonazo ha servido para que, por fin, el PSOE se tiente la ropa. También para que el PCE reflexione sobre en qué ha convertido a Izquierda Unida. Veremos hasta qué punto ha entendido la Vieja Guardia que este estado de cosas es insostenible. Incluso en el PP va a haber movimientos, estoy seguro, porque no estamos sólo ante un problema ideológico, de ‘izquierdas’ y ‘derechas’, estamos ante un conflicto intergeneracional de fondo, pero no sólo es eso: estamos también y sobre todo ante un pulso entre los que quieren más democracia y quienes no están dispuestos a concederla. Y en esos dos polos hay gente de todas las edades. Somos conscientes de que, durante décadas, esta democracia (muy mejorable) de la que disfrutamos en España fue extremadamente frágil. Hace tiempo que dejó de serlo, pero esa fragilidad ha servido de argumento para no cambiar las cosas. Ahora sin embargo es precisamente no cambiar la cosas lo único que debilita y hace más frágil a nuestra democracia.

Lo he dicho en más ocasiones: gran parte del tirón del nacionalismo (y en particular el auge independentista en Cataluña) se debe a que representa un proyecto inédito que todavía no ha desencantado a nadie, y eso en un panorama en el que los proyectos de España y de la Unión Europea están gravemente tocados. O se renueva el proyecto del Estado español mediante una reforma constitucional de calado (o mediante una nueva Constitución), o cada vez ganarán más fuerza tanto la rampante desafección política como los populismos de variado pelaje (nacionalistas, de extrema derecha, de extrema izquierda…).

No se trata de negar el valor de lo que consiguió la llamada generación del Transición, sería injusto; pero aquella democracia de 1978 se nos ha quedado pequeña y esto no se resuelve con un mero cambio en la jefatura del Estado.

 

faldoncino

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Comentarios
  1. Juan Manuel dice:
    02/06/2014 a las 19:55

    Muy de acuerdo, pero no consagremos esa transición que hizo lo que le dejaron hacer, sólo eso, ni más ni menos. Por contra, la sociedad actual ha consolidado, a través de sus políticos y redes clientelares, la corrupción, la cleptocracia y se ha dejado llevar a un estado de amoralidad pública y privada inaceptable. No todo el balance es un cuento de hadas, me parece.

    Responder

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