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El expresionismo literario alemán

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El expresionismo literario alemán

La autora es Profesora Titular Interina de Lengua y Literatura alemanas y Traducción en la UCM

Carmen Gómez García
12 febrero 2014 Una lectura de 3 minutos
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El expresionismo literario en lengua alemana, enmarcado entre los años 1910 y 1923, supone la expresión del ser humano desorientado en un mundo que se ha convertido en una amenaza. El dadaísta Hugo Ball afirmó en 1917 que habían sido tres, en particular, los factores que estaban conmocionando el arte desde finales del siglo XIX: la desaparición de Dios, la disolución del átomo y la masificación de las ciudades europeas. Sus consecuencias ya se venían advirtiendo desde el cambio de siglo y su literatura: enajenación y pérdida de trascendencia del ser humano, disociación —pérdida de la relación de las cosas entre sí y la consiguiente incapacidad de descifrarlas— y degradación del mismo.

La literatura expresionista, particularmente la escrita con anterioridad a la Gran Guerra, se fundamenta en el deseo, en la potencialidad de una realidad nueva producto de la disolución de la anterior y en la subjetividad que amenaza con agostar la función comunicativa de la literatura. Así, el papel de la literatura, de la palabra, experimenta una revalorización cuasi ética. Por primera vez desde la «crisis del lenguaje», desde la imposibilidad del ‘yo’ para representar el mundo aparente, el escritor expresionista, a partir de su única verdad, su subjetividad, concede de nuevo a la palabra el poder de la transformación, el poder de lo espiritual.

El expresionista, en definitiva, es un arte ético que exige la participación del ser humano en la sociedad, o mejor, le incita a realizar la utopía consistente en transformar el espíritu de la humanidad. Contrario al materialismo del siglo XIX y su fe en el determinismo naturalista, el expresionismo mesiánico conllevó una renovación del elemento religioso, posterior a la desmitificación y desmitologización que la incapacidad de la religión tradicional para dar respuesta a los problemas más acuciantes del ser humano había traído consigo. En otras palabras: el espacio cedido por la religión viene a ser ocupado por el arte. La visión es el espacio del artista expresionista, que no se limita a ver y a reproducir la realidad, sino que la busca, la observa, la configura; el expresionista crea la realidad estableciendo una relación con lo eterno. La intensidad, reclamada por Kurt Pinthus como denominador común de toda la generación, se resume en las siguientes palabras escritas por Theodor Däubler: «Se dice que cuando un hombre está a punto de ser ahorcado vuelve a vivir toda su vida en el último instante. Eso solo puede ser expresionismo». Con el fin de lograr la intensidad reivindicada, son recurrentes los motivos en torno a lo profundo, lo oscuro, lo trepidante, que varían de lo armónico a la disonancia más estrepitosa, así como la nostalgia, la melancolía, la velocidad, la destrucción, el despertar. Es frecuente, pues, encontrar fusión entre muerte y vida/amor, fin y comienzo, crepúsculo vespertino y matutino; todo ello en el escenario y a la vez motivo de la gran ciudad, ya introducido por los naturalistas —al que se unen circos, locales nocturnos, cafés, prostíbulos—, lo cual, a su vez, remite a todo lo fascinante y apocalíptico que ofrece la metrópolis: sexo, locura, asesinato, destrucción. Tales escenarios conllevan asimismo la destrucción de la perspectiva; ahora interesa la expresión de un movimiento nervioso del ser humano desindividualizado, oculto en una masa uniforme. Por consiguiente, gran ciudad y ser humano desgarrado conformarían los leitmotiv más recurrentes de una literatura enmarcada en la constante: hombre-mundo-hermano-Dios.

Se trata, en definitiva, de que el hombre quiere reencontrarse a sí mismo. Del grito del ser humano ante su propia degradación, ante su reducción a mero instrumento y ante su pérdida de libertad y de dignidad. El individuo grita invocando su espíritu. Hoy, cien años más tarde, los profesores universitarios salimos a la calle por estos mismos motivos. Gritamos ante la flagrante pérdida de valores humanos, denunciamos la política absolutista que ejerce el gobierno y que reduce a sus ciudadanos a meros utensilios de sus ambiciones espurias, a quienes recorta incluso el derecho a una formación universal y de calidad. Hoy, más que nunca, necesitamos una Universidad que no se venda.

———————–

Dra. Carmen Gómez García es Profesora Titular Interina de Lengua y Literatura alemanas y Traducción en la UCM y en el CES Felipe II (UCM); acreditada como Profesora Titular de Universidad. Su área de especialización académica es la literatura en lengua alemana del cambio de siglo, el expresionismo alemán y la literatura contemporánea. Ha traducido a autores como Stefan George, Elfriede Jelinek, W.G. Sebald o Gustav Regler, y es autora de libros y numerosos artículos sobre literatura en lengua alemana y su recepción y traducción en España.

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Comentarios
  1. Carmen Gómez García dice:
    21/01/2015 a las 00:55

    Gracias por tu comentario, Diego. Tienes toda la razón al señalar un tan lapsus desafortunado como flagrante. Evidentemente, me refería a la «desintegración del átomo».
    Lamento no haber contestado antes a tu corrección. Un saludo y de nuevo gracias.
    Carmen Gómez

    Responder
  2. Diego dice:
    23/06/2014 a las 00:39

    Hola, tu artículo me ha sido de mucha ayuda, pero me gustaría saber a que te refieres cuando hablas de la «disolución del átomo» en el primer párrafo.
    Gracias.

    Responder

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