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Juan Gelman: su corazón era un violín en la memoria

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Cultura | OTRAS NOTICIAS

Juan Gelman: su corazón era un violín en la memoria

El autor recuerdo al poeta y periodista argentino fallecido este miércoles

Félix Población
16 enero 2014 Una lectura de 3 minutos
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Saludé por última vez a Juan Gelman hace unos cuantos años, el mismo día en que la Audiencia Nacional declaró incompetente a Baltasar Garzón para investigar los crímenes del franquismo. Ese día el poeta y periodista argentino abría en Salamanca el I Encuentro Internacional de Centros de la Memoria Histórica contra los comisarios del olvido, porque, según sus palabras, un cuarto de siglo después del fin del infierno de la dictadura argentina, ese infierno tenía una segunda parte que aún crepitaba en la memoria y no se apaga, gracias sobre todo al concurso de los organizadores de la amnesia.

Citó Juan a este respecto a los militares arrepentidos y callados con dosis de cianuro, a los testigos que declararon contra la barbarie como Julio López -desaparecido para agitar el miedo-, a la jerarquía eclesiástica que santificó la matanza y se niega a abrir los prolijos archivos de ese tiempo de muerte, a los fiscales jueces y demás instancias judiciales que encajonaron procesos contra los represores, a los sectores políticos y sociales cómplices de la masacre y a ciertas organizaciones de derechos humanos, incluso, que se limitaron a burocratizar el dolor.

Nadie mejor que Gelman, en su condición de periodista, poeta y familiar directo de varias víctimas asesinadas y hechas desaparecer por la dictadura, para abrir en Salamanca un evento que trataba de rescatar el pasado que nos constituye frente a la historia tantas veces descrita en el agua y la arena. En contra de quienes vilipendian el esfuerzo de la memoria bajo la excusa de que no debe removerse el pasado para evitar que las heridas se reabran, la necesidad de esa facultad recordativa es un imperativo moral precisamente porque las heridas no están cerradas: Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego -dijo Juan Gelman-. Su único tratamiento es la verdad. Y luego la justicia. Verdad para las víctimas y justicia para los victimarios.

Los diques impuestos a la voz del pasado siguen siendo recurrentes y hay quienes pretenden ampararse en aquellos decretos de la antigua Atenas en los que se conminaba a los ciudadanos a olvidar la derrota sufrida contra Esparta. Ese olvido es imposible porque los miles de desaparecidos hacen perdurable su recuerdo en sus amigos y familiares. Enterrar a los muertos es una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir, grita Antígona: Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera. La verdad del sufrimiento de las víctimas ha de imponerse a la que mantienen los victimarios, que es la cobardía del silencio. Para eso están los archivos, para contribuir a deshacer las artimañas de los asesinos de la memoria, afirmó Gelman.

Juan Gelman murió a los 83 años de edad en México, país donde residía desde hace veinte años, y hoy recordamos más que nunca aquellas palabras suyas pronunciadas cuando recibió el Premio Cervantes en 2007: “el poeta no escribe para vivir, sino que vive para escribir”.

En su primera obra, Violín y otras cuestiones, prologada por el gran poeta argentino de ascendencia asturiana Raúl González Tuñón, hay un breve y hermoso poema, Epitafio, que me ha recordado muy condolida la magnífica escritora mierense Laura Castañón, autora de la excelente novela Dejar las cosas en sus días:

Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.

Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.

¡Digo que el hombre debe serlo!

Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín.

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Comentarios
  1. Mariano dice:
    01/02/2014 a las 03:29

    Adiós, poema, adiós, otoño,
    adiós, juan gelman,
    que te moriste ayer,
    tampoco.

    Responder
  2. María dice:
    20/01/2014 a las 22:35

    Las grandes personas nunca mueren del todo.
    Nos dejan su sabiduría, su ejemplo.
    Un día habremos de seguirlo.

    Responder

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