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América Latina: el coste de vivir de las materias primas

Los países latinoamericanos deben articular un proyecto de soberanía productiva que plante cara a la estructura de comercio internacional desigual implantada por el capitalismo

Marcos Roitman Rosenmann
08 noviembre 2013 Una lectura de 4 minutos
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[Artículo publicado originalmente en el diario La Jornada]

América Latina no ha dejado de vivir de las materias primas. Los únicos cambios hacen referencia a los rublos exportados. Durante el imperio español oro, plata y azúcar. En los siglos XIX y principios del XX café, el caucho, el tabaco, el cacao, el banano, el trigo, piedras preciosas y minerales como el cobre, estaño, salitre o hierro. A medida que la revolución industrial, científico-técnica, fue dominando el proceso productivo, la demanda de materias primas creció exponencialmente, dejando en evidencia el carácter desigual y depredador del capitalismo. Nada parece haber cambiado. En el siglo XXI, el tan cacareado milagro chileno del neoliberalismo, se reduce a exportar uvas, manzanas, peras, melocotones, salmón, celulosa de papel, y el sempiterno cobre, junto a nuevos minerales para la nanotecnología. Brasil, que goza de cierto «desarrollo industrial», es un exportador neto de combustibles, minerales, carne, alimentos, productos químicos, metales, bebidas, derivados de la madera, etc., es decir, con poco valor agregado. A la saga están México, Venezuela y Argentina. Por citar aquellos de mayor extensión territorial.

Caso especial son los países exportadores de petróleo, objeto de deseo de las trasnacionales del sector, la crisis energética de los años setenta del siglo XX, les otorgó un valor geoestratégico a medio y largo plazo. La necesidad de asegurarse la posesión de las reservas ha generado guerras espurias, golpes de Estado y bloqueo a los países con políticas nacionalistas y antiimperialistas. De allí los conflictos entre las compañías o el patrocinio de la guerra de Irak, sin ir más lejos. Hoy, debemos añadir al petróleo y el gas natural, el valor que poseen las reservas acuíferas, la flora y fauna selvática y cuanto pueda ser transformado en mercancía y huela a negocio. Los recursos naturales son codiciados y representan un plus de poder para quienes logren adueñarse de sus nichos.

Pero esto es sólo una parte del problema. A fines del siglo XX, Gonzalo Martner, ex- ministro de Planeación del gobierno de Salvador Allende, publicó un estudio evidenciando el coste de vivir de las materias primas. En uno de sus apartados subraya: «En muchos productos básicos, desde la fase de producción, pasando por la distribución, trasporte y comercialización, destaca la presencia de empresas multinacionales que articulan todos estos procesos como transacciones ‘intrafirma’ entre subsidiarias y la matriz. El comercio de productos básicos está controlado por empresas multinacionales entre un 70% y un 75% en los caos del banano, arroz, caucho y petróleo crudo; entre un 75% y un 80% en el de estaño; entre un 85% y un 90% para el cacao, tabaco, trigo, algodón, yute, maderas y cobre; y entre 90% y 95 en casos del hiero y la bauxita. El comercio intrafirma se hace con precios de ‘trasferencia’ que no reflejan los precios de mercado, con lo que se evitan así los controles de cambio, se evaden impuestos y se trasfieren utilidades.»

El problema se torna más sangrante cuando Martner señala que: «del precio de venta al consumidor en un país industrial, el país productor recibe el 11% en el caso del banano, el 14 en el caso del café, el 15% en el cacao, 30% en los cítricos y 10% en el mineral de hierro«. Sin olvidar el deterioro de los términos de intercambio que se produce entre la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados. Sólo en este concepto según el SELA, en los años ochenta del siglo XX se dejaron de percibir más de 50 mil millones de dólares.

Señeramente, Cuba patrocinó, siendo ministro de Industria Ernesto Che Guevara, entre los años 1963 y 1965, un encuentro para debatir las condiciones que enfrentaba Cuba y el tipo de sociedad surgiría del capitalismo, tras la ruptura revolucionaria. En el intervinieron diferentes ministros e invitados internacionales como Charles Bettelheim y Ernest Mandel. Conocido como «el Gran debate», hoy su relectura se vuelve imprescindible para repensar el coste que supone vivir de las materias primas cuando se inicia un proceso de transición al socialismo y soberanía política.

El capitalismo no presenta soluciones para un planeta que se ve abocado al colapso. Sus formas de explotación ahondan la política de tierra arrasada, exterminio y reinstauración de la esclavitud. Un ejemplo lo tenemos en el actual litigio que enfrenta a Ecuador con la trasnacional Chevron. Durante décadas, antes Texaco, depositó residuos tóxicos en zonas protegidas de la amazonia generando un daño medioambiental cuasi irreversible, y un desplazamiento de los pueblos originarios que la habitaban. Hoy desconoce el daño generado y demanda al gobierno de Rafael Correa pidiendo indemnización por su expropiación al Banco Mundial y el CIADE.

El problema sigue y sólo se resolverá en la medida que nuestros países logren articular un proyecto de soberanía productiva y controlen el proceso de producción, comercialización y distribución de las materias primas. El quid no es sólo vivir de las materias primas, sino la estructura del comercio internacional implantada por el capitalismo que impide el retorno de los beneficios mediante el intercambio y el desarrollo desigual. Sólo generando políticas emancipatorias y anticapitalistas superándolo se podrá conseguir la independencia política y económica al tiempo que dar lugar a los anhelos de justicia social, dignidad y democracia.

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Comentarios
  1. leopoldo mareschal dice:
    09/11/2013 a las 15:55

    la maldicion de las materias primas….o el despotismo del capital financiero…?

    Responder

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