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Maslow was wrong (o la Travessera de la Vergonya)

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Opinión

Maslow was wrong (o la Travessera de la Vergonya)

Vivo en Barcelona, la New York de los jerezanos. Aquí, nos decían, los sueños se convierten en realidad.

Javier López Menacho
03 junio 2013 Una lectura de 4 minutos
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Vivo en Barcelona, la New York de los jerezanos. Aquí, nos decían, los sueños se convierten en realidad. Soy uno de tantos andaluces que, como sucediera de los años 50 a los 70, abandonaron su tierra con la esperanza de una vida mejor. Resido en pleno barrio de Gracia, compartiendo piso con otras tres personas de una forma civilizada y agradable.

Mi habitación es mi único espacio reservado. Puedo tocar sus paredes a ambos lados si estiro los brazos lo suficiente. Tengo el armario en el pasillo y un estante justo arriba, donde descansan mis zapatos. La ropa de invierno, la guardo en unos cajones debajo de la cama. La mesita de noche, de 60×60 cm, hace a la vez de escritorio. Lo justo para el ordenador y un hueco donde dejar las gafas. Vivo de forma austera, pero no me falta de nada, mis necesidades básicas están bien cubiertas. Maslow estaría orgulloso de mí.

Cuando despierto, en el salón cocina entra el sol y eso me inyecta energía. Desde hace un mes, además, tengo trabajo. Un trabajo que no sé cuánto durará. Hace meses lo hubiera sabido, pero Rajoy y los suyos se han ocupado de que no sea así. Al menos, está razonablemente remunerado, me siento valorado, formo parte un equipo y, por si fuera poco, me encanta desempeñarlo. No es ninguna marca conocida, pero aspiramos a serlo.

La oficina está a diez minutos de casa, en pleno barrio de San Gervasi, uno de los más ricos de la ciudad. Cuando voy hacia el trabajo, el camino está lleno de contrastes. Convive gente de alto poder adquisitivo con trabajadores más humildes y un puñado de jóvenes que, desconcertados, deambulan de un lado a otro tratando de encontrarse. De unos meses a esta parte, además, ha surgido como por generación espontánea una plaga de promotores comerciales e indigentes. Curiosamente, cuando llegué a Barcelona, eso no era exactamente así.

En la Travessera de Gracia sólo circulaban ciudadanos de bien, ricos y no tan ricos, gente con dinero y gente con ganas de hacerlo. Ahora, la Travessera representa una pirámide invertida y, por primera vez en años, se ven pobres. Cada tres esquinas, se distingue un promotor de los de cuatro euros la hora o, en su defecto, un indigente. La diferencia económica entre uno y otro es que este último pide el dinero. Los dos trabajan por sobrevivir, uno contra el sistema laboral, otro por preservar su espíritu. En uno de cada tres cajeros, además, se están formando cápsulas de miseria.  Sin saber cómo, la vieja Travessera se ha convertido en la Travessera de la desGracia, de la auténtica vergonya, la que mejor ejemplifica hasta que punto hay pobres: hasta el punto de invadir, sin que nadie haya podido impedirlo, las zonas donde los ricos vivían su sueño de vino y rosas.

Los grandes empresarios se dirigen a sus quehaceres hablando por el móvil o con la mirada perdida, esquivando obstáculos, ignorando las señales de humo que hacen los captadores de las ONGs o aquellos que persiguen su limosna. No es sólo cosa de ellos, yo también los ignoro, muy a mi pesar. No sabría qué decirles, qué darles que no fuera pan para hoy y hambre para mañana. Me gustaría ayudarles a construirse un futuro. Aportarles el primer ladrillo de algo. ¡Formemos comunidades! ¡Luchemos juntos!, quiero decirles, pero no, paso de largo como hace tanta gente. Me convierto en cómplice de esta pesadilla llamada realidad.

De la nueva clase indigente, hay dos que me llaman la atención. El de la puerta del supermercado es un funcionario de la pobreza. Tiene un trapo donde permite aposentar la odiosa caridad, una silla cómoda y va cambiando de gorro aleatoriamente. Para él, su condición de apestado social no le rebaja jerarquía moral para dirigirse a nadie. Habla con todos y de todo. Por otro lado, está el indigente de la esquina de la sucursal bancaria. La construcción del edificio le permite agazaparse como un gato moribundo. Se cobija del frío por acumulación de ropa, tiene la piel quemada y si no es mudo, lo parece. Sólo un cartón habla por él: Por favor, no tengo nada.

No tengo nada. Nada. N-A-D-A. Resuena en mi cabeza como un martillo golpeando la conciencia. Y es eso lo que me hace pensar, otra vez, en Maslow, y en cómo hemos pervertido su orden piramidal. Hoy, el éxito, la (in)moralidad y la falta de prejuicios están por encima de la alimentación, el descanso, los recursos, la salud o la propiedad privada. Hoy, vale más controlar el déficit que tener comida en los platos de la gente, hoy, la pobreza asciende al punto de crear una nueva clase social: los precarios. Maslow no contaba con un factor que desmoronaría su escala jerárquica, la codicia humana, y sólo la acción social parece dispuesta a restablecer las verdaderas necesidades del ser humano y el orden a la hora de satisfacerlas. Si existe un futuro justo, pasará por superar esta lobotomía económica. O lo que es lo mismo, no más pirámides.

Javier López Menacho es autor del libro Yo, Precario (Los libros del lince)

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Comentarios
  1. Booker V. Francis dice:
    04/06/2013 a las 20:43

    La cadena Tesco ha montado un supermercado en pleno andén del metro de Corea del Sur que responde a las preguntas ¿Qué hacer si no tengo tiempo de planificar mi compra, o el súper de mi barrio o colonia siempre está repleto de compradores cuando voy a comprar o está lejos de mi casa o incluso: ¿Qué hacer si me fastidia malgastar el tiempo esperando el metro o bus o en el sistema multimodal? La respuesta, muy atractiva para los señores geomarketeros es: si quieren a sus consumidores comprando sus productos, transformen las paredes de las estaciones del metro y muros en zonas públicas en góndolas virtuales, ocupando un espacio antes desperdiciado o destinado sólo a publicidad de eficiencia dudosa.

    Responder
  2. Jose Ignacio dice:
    04/06/2013 a las 19:53

    Me encanta el artículo.

    Este tipo debería tener una columna en la que analizara la otra barcelona, o mejor dicho, barcelona desde el otro lado, el nuestro, el de los de abajo.

    Responder
  3. bbecares dice:
    04/06/2013 a las 19:40

    Adoro a Maslow. Explica muchas cosas de los países pobres. Pero qué razón tienes en tu última reflexión.En los ricos igual la hemos invertido!!!

    Responder
  4. Roy D. Hill dice:
    03/06/2013 a las 14:35

    viaje solo pero aquí en barcelona tengo 3 amigas y , todo y ser la primera visita a barcelona, me encanto.

    Responder
    • gatopeich dice:
      04/06/2013 a las 17:22

      Muy profundo comentario, Roy 🙂

      Me ha gustado mucho el relato, Javier, se puede comprar online? (que vivo algo lejos)

      Responder

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