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Desde el 15M todo va mal

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Desde el 15M todo va mal

"Está en nuestras manos que la dignidad venza al miedo, que un clamor de cambio, de democracia, de justicia, de dignidad recorra el país", afirma el autor

Hugo Martínez Abarca
10 noviembre 2015 Una lectura de 4 minutos
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Desde el 15 de mayo de 2011 todo va mal. Aquel día hubo una manifestación que fue completamente irrelevante para todos los periódicos impresos de pago (sólo 20minutos llevó en portada el acontecimiento que ha marcado la política española del último lustro). Un par de días después, con la Puerta del Sol y cientos de plazas de toda España rebosantes de gente cada tarde, supimos que aquello se disolvería como un azucarillo ese domingo, el 22 de mayo, tras las elecciones municipales y autonómicas. En el otro lado también hubo quien nos explicó que el 15M era una farsa reformista y antipolítica que no iba a los cimientos de la crisis sino al “todos los políticos son iguales”, que por eso aquel 22 de mayo arrasaría el PP.

Desde entonces no ha habido éxito popular que no estuviera a cinco minutos de fracasar según el poder. Tampoco ha habido movimiento que no fuera acusado de ser un envoltorio de la nada, o peor aún, una concreción de los monstruos que surgen entre que cae lo viejo y nace lo nuevo. Curiosamente esas acusaciones iban siempre acompañadas de una crítica incomprensible: que esos traidores, envoltorios de la nada, esos monstruos carentes de principios, esos arribistas sin fundamentos… no querían ir de la mano de quienes decían pensar eso de quienes se habían lanzado a cambiar el mapa.

Sin hacer mucho caso a los agoreros, los pesebres ni a los resentidos la gente se fue organizando, fue modificando a medio camino entre la planificación y la improvisación, entre la intuición y el estudio, con muchos aciertos y algunos rotundos errores, hubo cambios, muchísimos éxitos inesperables, algún fracaso. Todo dentro de nuevas formas de oposición a las élites políticas y económicas que nos han saqueado: nuevas formas de representación para la confrontación con el poder, para la democracia, para ese pueblo, 99%, los de abajo, la gente… otras formas de llamar a los oprimidos de siempre para que esta vez ganaran.

Los cambios, por supuesto, generaban contradicciones. Aquel mismo 15 de mayo acordamos ir sin signos identitarios (hasta el punto de que se retiraran de la Puerta del Sol proclamas feministas o banderas del arco iris): algo terriblemente incómodo para mucha gente (me incluyo) pero que con el tiempo vemos evidente que fue funcional para generar movimiento emancipador, también movimiento feminista y de liberación LGTB.

El 15M se fue a los barrios. Hubo concentraciones en el Congreso que fueron tachadas de golpistas, hubo mareas en defensa de cada uno de los servicios públicos y de las causas que nos querían robar, se extendió el movimiento anti desahucios, una ILP llevó a Ada Colau al Congreso a llamar criminal a un representante de la banca para escándalo de los servicios de orden del pensamiento político…

Ante el éxito vinieron los reproches: se pedía un programa político, se pedía hechos, resultados electorales… “Vamos despacio porque vamos lejos”. No se entraba en su juego y se seguía adelante.

Desde las elecciones del 20 de noviembre de 2011 que ganó Rajoy hubo una conciencia más o menos extendida de cuándo era ese “lejos” al que íbamos. La descomposición del tinglado del poder nos daba esa legislatura para disputar la partida: evitar que hubiera una recomposición de la Trama y poner en marcha un proceso político de cambio que diera la palabra a la gente común y acabase con el saqueo.

Ese “lejos” está ya casi aquí. Empezó en las elecciones europeas de 2014 en el que se trastocó el imaginario político heredado de la Transición y que ya no volverá. El cambio en el sistema político ha tenido unas respuestas bastante parecidas: yo mismo escribí el día que se presentó Podemos que veía muy poco probable que obtuvieran escaño alguno. Desde entonces el fracaso del cambio se ha anunciado infinitas veces (“Las mil muertes de Podemos”, escribía, esta vez con más tino, poco antes de las autonómicas y municipales que trajeron tanto cambio inesperado). Durante este año y medio ha habido el mismo desprecio y acoso, las mismas acusaciones de traición, de vacío, las mismas apelaciones a los monstruos que hubo desde 2011: eso sí, mil veces aumentadas tanto por la inminencia de una batalla crucial como por la miopía de quienes no supieron ver que el proceso social tiene una importancia mucho más radical que el electoral, que éste es un resultado de aquel. Nos necesitan resignados, resentidos y frustrados. Lo llevan intentando desde el 15M. No lo han conseguido ninguna vez, pero en cada una de esas veces casi nos convencen de que lo habían conseguido.

Llegamos a las puertas de las elecciones generales con todo en juego. En la política juega mucho el estado de ánimo colectivo, por eso hubo quien apeló al optimismo de la voluntad, por eso la resignación es el principal instrumento político de quienes se oponen por razones diversas, nunca en defensa del pueblo, al cambio. Y en estos años de crisis hemos demostrado cierta ciclotimia que, en lo político, ha llevado a las encuestas más volátiles (y por tanto imposibles de interpretar) desde la Transición. Hay elementos para pensar que en las tres o cuatro últimas semanas se está produciendo una inflexión hacia esa euforia que permitió desbordes populares en las europeas y en las municipales. Eso puede ser discutible. Lo que no es discutible es que no hay una sola razón para la resignación: “no va a haber cambio el 20D” es el programa electoral de quienes necesiten la tristeza para sobrevivir pero no tiene fundamento real. Es eso: un programa electoral, no un diagnóstico.

Como siempre desde 2011 podemos medir cuán fuerte se ve el movimiento del cambio viendo la virulencia de los ataques y los desprecios. No hay razón alguna para pensar que es imposible, hay varias para pensar que hoy es más probable que hace unos meses. Y hay una evidencia: está en nuestras manos que la dignidad venza al miedo, que un clamor de cambio, de democracia, de justicia, de dignidad recorra el país y desborde el pobre corral de resentimiento y resignación del que nunca quisieron que saliéramos.

Desde el 15M todo va mal. Y el 20D irá aún peor. Claro que sí.

Hugo Martínez Abarca es diputado autonómico madrileño por Podemos (miembro de Convocatoria por Madrid

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