Política
Mi primera sesión en el Congreso: la vuelta al cole
El periodista catalán Guillem Pujol narrará en esta serie, desde el Congreso, sus 'crónicas desde la bancada invisible'.
Nunca antes había estado en el Congreso de los Diputados. Es mi primera vez. Así que, al llegar a la entrada principal, le pregunto a un policía:
—¿Disculpe, la entrada de prensa? ¿Es por aquí?
—No, es por allá.
—Gracias.
La encuentro, paso el control y me acredito. Y ya estoy dentro.
Sin saber muy bien cómo, llego al pasillo que da entrada a la sala del Congreso donde un bullicio de periodistas, funcionarios y asesores esperan la llegada de los diputados. Tengo la sensación de estar de vuelta en el colegio. Faltan cinco minutos para las nueve, la hora prevista del pleno. Van pasando por mi lado: reconozco a Marlaska, a Mónica García (Sumar), al diputado de Vox José María Figaredo y al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Un trabajador del Congreso me advierte de que no puedo tomar ni fotos ni vídeos (cosa que estaba haciendo). Que solo audio, que si no los compañeros se enfadarán conmigo. Yo le digo que lo siento, que es mi primera vez aquí. Repetiré esta misma frase en varias ocasiones durante el día.
Al cruzar la puerta de la Tribuna de Prensa la sesión ya ha comenzado. Oigo la voz de Feijóo, segundos antes de verle. Dice: “Es el Gobierno más débil desde 1978”. “Usted sufría mucho por el pueblo saharaui, y en una tarde cambió de opinión”. “Para seguir en el poder pactaría con el mismo Netanyahu”. Alguien ha desayunado fuerte, pienso. Al menos mucho más que yo, que todavía no lo he hecho. Me doy cuenta de que me he perdido la primera intervención del presidente del Gobierno, pero es fácil intuir lo que pudo haber dicho.
Ahora habla Míriam Nogueras. Nadie le presta mucha atención, y creo que ella lo sabe –y le da igual–, pues en realidad está hablando para su audiencia catalana. Su equipo de prensa hará un corte del vídeo para redes de veinte segundos, y con eso el viaje a la capital ya estará amortizado. A veces también ocurre que los diputados no consiguen acabar su intervención en el tiempo que tenían estipulado; entonces hacen una mueca mezcla de sorpresa y vergüenza, como si el profe les hubiera pillado con las manos en la masa pasando una chuleta en medio de un examen.
Pero esto no para, y ahora la ministra Montero y la portavoz del PP se enzarzan en un duelo dialéctico (bastante pobre, a mi entender). Es algo así:
–Montero: “Nosotros defendemos el interés general de los españoles” (aplausos).
–Portavoz del PP: “Los españoles están hartos”. “No está de moda ser facha, está de moda decir basta” (aplausos). “La violencia no es el camino” (no entiendo cómo han llegado a esta conclusión, pero parece que a su bando le ha gustado mucho).
–Montero: “Standard & Poor’s ha mejorado la calificación de España” (aplausos). (¿De verdad no se acuerda del rol que tuvieron agencias como esta en la crisis económica?).
No es estrictamente un debate, pues el intercambio de ideas brilla por su ausencia.
Y ahora ha pasado algo. Parece que el diputado del PP Elías Bendodo se ha querido pasar de listo, pues hace una pregunta que no había registrado previamente –algo que no se puede hacer–. Se monta un pequeño lío. “¿Están nerviosos, ¿eh?, ¿están nerviosos?” –le espeta Montero. Mi impresión inicial se va consolidando, y eso que no llevo ni una hora aquí: estamos en un colegio.
Detecto, en la bancada del PP, un diputado especialmente motivado. Siempre es el primero en aplaudir y en arengar a los suyos. También es de los más marrulleros, y va soltando palabras –que no logro entender desde la tribuna–, intentando entorpecer los discursos de los socialistas. Me pregunto si tendrá esa función asignada o simplemente es su modo de “hacer política”. Ambas opciones son bastante tristes.
Seguidamente habla Ione Belarra, de Podemos. Lo hace para sacar pecho de las movilizaciones pro-palestinas que pararon la Vuelta Ciclista a España –“Dijimos que no pasarán y no pasaron”– y para denunciar el exceso policial con uso de pelotas de goma contra los manifestantes. Montero le reprocha que Podemos vote constantemente en contra de las iniciativas del Gobierno: “La aportación a la política se hace con el voto”, dice la ministra. Hay algo distinto, hasta donde he llegado a ver, con las intervenciones de Podemos. Los acompaña todo el rato un susurro constante en el hemiciclo que dificulta la comprensión. Una sutil censura.
Poco antes de las 10 de la mañana algunos diputados se van. Dónde, todavía no lo sé. Se nota que la hora de prime time ya ha pasado. El siguiente beef que tengo el honor de presenciar tiene dos ilustres participantes: el ministro Bolaños y la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo.
—¿No se conmueven ustedes por los niños asesinados en Gaza…? –pregunta Bolaños, seguido de un conjunto de gritos y alaridos de la bancada de los populares, señalando que, incluso para ellos, el nivel de demagogia se ha superado.
La intervención de Álvarez de Toledo acaba con una frase, la más aplaudida del día hasta la fecha: “Somos los hijos y las hijas de la paz civil”. El compañero periodista de Gara que se sienta a mi lado debe de haber intuido la incomprensión dibujada en mi cara, pues se acerca a mi oído para contarme que la animadversión entre Bolaños y Cayetana viene de largo. También sirve para eso el Congreso: para ajustar cuentas y rencillas personales.
Siguen los discursos, y se va vaciando el hemiciclo. La ministra de Educación elude con cierto arte las preguntas de la diputada Acedo, para luego sacar pecho de la política del Gobierno hacia el pueblo palestino, lo que provoca un estruendoso aplauso, todavía mayor que el que recibió un rato antes Álvarez de Toledo. Sí, esta política es un espectáculo en los términos de Baudrillard. Voy a por un café.
A mi vuelta, no mucho más tarde, me doy cuenta (otra vez) de que soy un novato por estos lares, pues estoy solo en la tribuna de prensa. El ujier lee un libro. Y yo me pongo a contar el número de diputados presentes: 34.
Para mi alegría –en tanto que satisface mi curiosidad inmediata–, el diputado del PP que había identificado como el arengador de élite que jalea a los suyos de cuyo nombre no quiero acordarme, se dispone a hablar. Y su discurso no decepciona: una retahíla de cuñadeces, a cada cual peor. A saber: “Nos duele Gaza como nos duelen los muertos cristianos de Nigeria”; “Les aconsejo un poco de sororidad / hermana yo sí te creo”; “Ustedes pactan con los herederos de ETA”. En fin.
Pasan pocos minutos de la una del mediodía. A estas alturas creo que nadie –diputados incluidos– ha estado tanto rato seguido escuchando con atención las intervenciones de los políticos. El ministro Marlaska habla. Explica las distintas acciones del Ministerio del Interior en relación con los incendios recientes. Me duele la cabeza.
Cruzo un pasillo que acoge una pequeña y preciosa colección de cuadros de Joan Ponç. Decido quedarme y comer en el comedor del Congreso, y es de las mejores decisiones del día: salmorejo cordobés, atún a la plancha con patatas, agua y postre, por 6,45 €. ¿Se lo pueden creer? He aquí mi consejo: vayan a comer al Congreso.
La sesión seguirá por la tarde, y yo estaré allí, escribiendo estas líneas, hasta el cierre del debate. Las primeras horas de la tarde posteriores transcurrirán de un modo mucho más tranquilo que la mañana: paradójicamente, a menor atención mediática, mayor disposición a debatir sobre políticas públicas como adultos. Pero al acercarse el fin de la sesión los diputados, ya cansados, dejan de prestar atención de las intervenciones y comienzan a hablar entre ellos, ignorado quienquiera que lo haga desde la tarima. Como en el colegio, vaya.