Cuando accedió a la Dirección General de Cinematografía en 1982, Pilar Miró citó en su despacho a Mariano Ozores. No puede ser que tengas tres películas en la Gran Vía, le dijo antes de hacer una reflexión sobre la calidad del cine que quería promocionar desde la Administración. Por las fechas, esos tres títulos podrían ser Padre no hay más que dos, El hijo del cura, Cristóbal Colón, de oficio descubridor o ¡Que vienen los socialistas! El dominio de Ozores era algo intratable, ya fuera con Landa, Lina Morgan, Martínez Soria o Esteso y Pajares.
El cambio provocado por Pilar Miró hizo que el cine español no sólo perdiera fortaleza industrial sino una antena. La comedia costumbrista tiene una parte fundamental de crítica social y, por eso, debe estar atenta a todo lo que sucede en la sociedad para parodiarlo. La españolada es nuestro western. Es el cine que representa el mito fundacional de nuestra sociedad. En nuestro caso, la salida apresurada de la miseria y el miedo hacia un futuro desarrollista de seiscientos, playas y bikinis. El milagro italiano o alemán se encarnan en electrodomésticos o vehículos. El milagro español es la silueta de Benidorm llena de grúas. Pelotazos y fiestas para celebrarlos.
El caso Mediador es una historia que podría haber filmado Ozores con Esteso y Pajares. No se puede entender por qué dos personas con la vida resuelta e ingresos superiores a la media se meten (presuntamente) en un jardín de estas características sin conocer la dinámica de la picaresca festiva e irreal de Los bingueros o Los energéticos. Es algo que se resume bien en una de las frases recogidas en la investigación: «No estamos cometiendo ningún delito, pero estamos sobornando».
Marco Antonio Navarro Tacoronte es el mediador que da nombre al caso. Es un empresario canario con una cierta trayectoria de zascandil que saca partido de sus contactos, como el diputado del PSOE Juan Bernardo Fuentes Curbelo, su sobrino Taishet Fuentes Gutiérrez, director general de Ganadería de Canarias, y un general de la Guardia Civil destinado en el Sahel en 2021, Francisco Espinosa Navas. El grupo pedía mordidas a cambio de favores, como facilitar contratos, engrasar expedientes de ayudas europeas, evitar inspecciones sanitarias o levantar multas. Los empresarios, normalmente del sector de la alimentación o la ganadería, se convencían de la capacidad de acción de los miembros de la trama gracias a las visitas al Congreso de los Diputados o la sede de la Guardia Civil, donde se fotografiaban con la imagen de la patrona. Las fotos, siempre las fotos.
La trama no siempre cumplía lo que prometía. La investigación recoge a un empresario de la alimentación muy cabreado por que el dinero que había entregado a la trama no le había servido para librarse de una multa. Quizá, por eso, los pagos nunca eran muy elevados y no siempre eran en forma de dinero: a veces eran billetes de avión, hoteles, comida, puros o tarjetas regalo, pasando por invitaciones a comer, cocaína o fiestas con prostitutas. Un techo de cristal imposible de romper es el ambiente de vestuario que rodea ciertas reuniones de negocios y la sensación, expresada por el entrenador del Rayo femenino, de que follar en grupo crea una hermandad. No tiene nada que ver con el sexo, sino con el poder. Dejar claro quién manda aquí.
Sucede lo mismo con la foto. El mediador grababa las conversaciones y tomaba imágenes de las comidas y las fiestas. Quién hace la foto y quién sale en ella. Reservados, vinos de miles de euros, marisco y cubatas. Se-ño-ri-ta con la cantinela de López Vázquez. Una cuenta de bebida que multiplica por cinco a la de comida. En medio de la fiesta –copas, calzoncillos, coca– alguien saca el móvil y se pone a hacer fotos sin que nadie le parta la cara y destruya el aparato. Nadie entiende la diferencia entre dentro y fuera, entre lo que puede verse y lo que no. Todos los que están en la fiesta se sienten dentro de la hermandad del vestuario masculino. Son colegas. Hasta que la magia se rompe. El espejo del hotel te devolvía a Nacho Vidal, pero la foto te transforma en un ranciofact de Pedro Vera.
Toda la historia está llena de detalles que necesitan a Esteso y Pajares o a la comunidad de vecinos de La que se avecina. Los pagos al diputado se hacían a través de un club deportivo de niños del que era directivo o los 60.000 euros que el general Espinosa tenía repartidos en cajas de zapatos, un bolso y prendas de ropa. Este último, además de solicitar tarjetas regalo, pidió a uno de los empresarios a los que recibió que contratase a una mujer con la que supuestamente mantenía una relación sentimental. Espinosa se refería a ella como «el chocho volador». Podría ser el título de la película. Espinosa también le facilitó al mediador una cuenta bancaria, pero había bebido, así que faltaban números. «Agüita, que viene fiesta» es otra de las frases captadas por la investigación.
La caída del mediador
La trama operó durante unos meses y cayó casi por casualidad. Un cargo del gobierno de Canarias denunció al mediador por el uso fraudulento de una tarjeta oficial. Según Navarro Tacoronte, para justificarse ante su mujer. El mediador entregó sus dos teléfonos móviles, donde estaban los documentos, fotografías y audios de la trama. Boom. Los que se comían el mundo se convierten en el menú del día.
Las fotos, las cifras, las conversaciones o los apodos que se ponían hacen que este caso tenga un lenguaje fácilmente comprensible. Para que un caso de corrupción tenga repercusión es fundamental que sea accesible. Nos lo podemos imaginar fácilmente con Esteso como el mediador y Pajares en el papel del diputado. Antonio Ozores encajaría como el general que lleva a los visitantes a hacerse fotos junto a la Virgen del Pilar mientras pide una tarjetita de regalo y busca colocar a su amante. ¿No tendrá usted un hueco para una señorita? Esteso y Pajares en Los mediadores. Próximamente, en los mejores cines.