La 37ª edición de los Premios Goya inevitablemente quedará marcada por el adiós a Carlos Saura, que falleció el viernes, justo el día antes de que recibiera el Goya de Honor por toda una vida dedicada al cine. Una vida y una carrera de más de 60 años que ha dejado tras de sí 44 largometrajes con títulos inolvidables como Cría cuervos (1976), Mamá cumple cien años (1979), Deprisa, deprisa (1981), ¡Ay, Carmela! (1990), Flamenco (1995), Pajarico (1997), Goya en Burdeos (1999) o El séptimo día (2004).
Una emocionadísima Carmen Maura expuso la cara más tierna y cotidiana del realizador aragonés antes de entregar el galardón póstumo a dos de sus hijos, Anna y Antonio, y a su compañera, Eulalia Ramón, quien en víspera de la manifestación en defensa de la sanidad pública que recorrerá hoy las calles de Madrid, dedicó el galardón y el agradecimiento del director a las profesionales que le atendieron y cuidaron en sus últimas semanas de vida.
También Clara Lago, copresentadora de la gala junto a Antonio de la Torre, dedicaba unas palabras a la necesidad de garantizar la asistencia universal en materia de salud mental, y el periodista Jordi Évole aprovechaba la entrega del Goya a mejor película documental que se llevaba Labordeta, un hombre sin más, para animar a asistir a la manifestación, además de recordar los 20 años del “No a la guerra”: “Os quiero dar las gracias a los del cine porque a algunos nos enseñasteis a no callar”.
Probablemente esta haya sido una de las galas de los Goya más reivindicativas de los últimos años y más diversa en sus denuncias en lo que concierne al guion de los presentadores, y no tanto a los discursos de las personas galardonadas o al del propio presidente de la Academia, Fernando Méndez-Leite, que recurrió al chascarrillo y a la autorreferencialidad del sector para sortear cualquier asomo de polémica, crítica o exigencia a la bancada política asistente.
Así, Antonio de la Torre y Clara Lago empezaron la gala recordando a las víctimas del terremoto en Siria y en Turquía y reclamando el fin de la guerra de Ucrania, como también lo harían más tarde Amaia Remírez García, codirectora del mejor corto documental, Maldita, a love song to Sarajevo, y Chelo Loureiro al recibir el cabezón como productora por la película “feminista y antibelecista”, según sus propias palabras, Unicon Wars. A propósito del conflicto entre Rusia y Ucrania, la cineasta gallega reivindicaba el poder de la cultura como herramienta contra la violencia y De la Torre recordaba las palabras de Julio Anguita: “Malditas todas la guerras y los canallas que las hacen”.
Críticas a la masacre de Melilla y el abandono del Sáhara
También los propios presentadores hicieron menciones a la masacre de la valla de Melilla, al abandono del Sáhara Occidental y contra la precariedad del sector, y reclamaron que “solo desde la libertad es posible la creación”. Por su parte, Juan Antonio Bayona y Mitra Farahani tuvieron palabras de solidaridad con la resistencia iraní y contra los fascismos. Laura Galán, mejor actriz revelación por Cerdita, alzó su voz contra el bullying; Alberto del Campo, galardonado con el Goya al mejor montaje por As bestas, dedicó su premio a la España vaciada; y el mismo Rodrigo Sorogoyen, al recibir el reconocimiento a la mejor dirección, se posicionó contra el proyecto eólico de Sabucedo, la parroquia gallega donde se desarrolla la inquietante trama de la gran vencedora de la noche.
Notables fueron también las palabras de Telmo Irureta, quien se llevó el premio a mejor actor revelación por su papel en La consagración de la primavera, y de Javier Calvo, que entregó junto a Javier Ambrossi y Abril Zamora el premio a mejor actriz revelación. Mientras que Irureta reclamaba “un cine más inclusivo y con cuerpos de todo tipo” e instaba a la visibilidad de la sexualidad de las personas con discapacidad -“Nosotros también existimos y también follamos”-, Calvo apuntalaba con vehemencia el montaje dedicado a la representación de las personas LGTBI+ en el cine español con el siguiente alegato: “Mientras haya una sola persona que siga atrapada, que siga sin libertad, ahí estaremos con nuestras películas para romper las rejas que hagan falta”.
Se venía vaticinando que este sería el año de las mujeres en los premios que entrega la Academia de Cine pero, a pesar del 40% de nominadas alcanzado, las predicciones no se cumplieron del todo y lo cierto es que estos no han sido unos Goya repartidos ya que las grandes triunfadoras de la noche fueron dos películas dirigidas por hombres: As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, con 9 estatuillas; y Modelo 77, de Alberto Rodríguez,con 5.
Sí fueron reveladoras y significativas las cinco nominaciones íntegramente femeninas a mejor dirección de producción, a “las jefazas” que manejan el presupuesto, como dijo el actor David Verdaguer. Finalmente la estatuilla fue para Manuela Ocón, y el Goya a los mejores efectos especiales se lo llevaron a casa Esther Ballesteros y Ana Rubio, ambas por Modelo 77.
‘Alcarràs’ y ‘En los márgenes’
Cinco lobitos ha logrado el reconocimiento a sus fabulosas intérpretes, Susi Sánchez y Laia Costa, así como a su directora, Alauda Ruiz de Alzúa, quien se alzó con el Goya a la mejor dirección novel por esa instrospectiva historia sobre la maternidad, los cuidados y las relaciones maternofiliales en la que tantas nos hemos sentido representadas de una forma u otra, pero La maternal de Pilar Palomero y Alcarràs de Carla Simón (Oso de Oro en la última Berlinale), dos de las favoritas, se han ido totalmente de vacío.
El debut en la dirección de Juan Diego Botto, En los márgenes, tampoco obtuvo ninguna estatuilla, pero se llevó uno de los reconocimientos más bellos de la noche en boca de su compañero Antonio de la Torre: “Cuando pensé en hablarte dije ‘¿Qué le digo?’ y entonces se me ocurrió mirar el diccionario y mira lo que encontré: ‘Cultura. Conjunto de conocimientos encaminados a formar un juicio crítico. Política. Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos’. Así se define tu compromiso con el arte”.
El Goya a mejor película iberoamericana fue a parar a Argentina, 1985, toda una oda a la memoria histórica y a la justicia, ante la que Carlos del Amor, comentarista de RTVE, afirmó sin ambages: “Qué envidia se siente al ver al dictador juzgado y condenado y no muriendo tranquilo en una cama”.
Merecidísimo, aunque esperado, fue también el Goya internacional que Juliette Binoche recibió de manos de Isabel Coixet, quien la dirigió en Nadie quiere la noche en 2015 y quien dijo de ella: “Juliette es la mujer en la que están todas las mujeres: las fuertes, las débiles, las invisibles, las indómitas, las poderosas, las que no tienen voz… Juliette Binoche es el cine sin fronteras y sin los putos algoritmos (…), el cine con un corazón tan inmenso, tan vivo, tan bello y tan rebelde como ella misma”.
Esta, pues, a grandes rasgos ha sido una entrega de los Goya emotiva e intimista, sin actuaciones pomposas , y cargada de gestos de cariño para las referentes, los ausentes, las compañeras e, incluso, para el Cine como arte y como modo de vida, así, con mayúsculas. Ha sido una gala salpicada de referencias a muchos de los males que nos ocupan y preocupan, pero lejos se antoja aquel frente común del sector y aquella protesta indignada que nos alentaba a no callar y a tomar las calles para cambiar la realidad.
