La victoria de la candidatura del expresidente Lula da Silva en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, celebradas este 2 de octubre, es el primer paso para sacar a Brasil de una etapa oscura en su historia. El alto grado de polarización que ha marcado esta campaña contrastaba con la emoción contenida que podía percibirse en las calles de los barrios populares de Sao Paulo, donde los seguidores de Lula compartían por la calle su preferencia por el candidato petista. Sin embargo, a las delegaciones internacionales invitadas por el Partido de los Trabajadores les han recomendado no lucir ropa roja o distintivos del partido o de la candidatura. La violencia contra militantes, por parte del bolsonarismo, ha sido una constante en los últimos meses.
Con toda probabilidad, y a expensas de una segunda vuelta clave, a partir de 2023, Lula da Silva presidirá de nuevo Brasil con un gobierno donde el Partido de los Trabajadores encabezará la administración brasileña, acompañado de sus socios de coalición –amplia y plural–. Quizás, en función de las conversaciones que ocurran, habrá que añadir nuevos socios. Sin embargo, este nuevo escenario debe analizarse en clave regional, programática y antirrepresiva.
Este giro a la izquierda tiene lugar en un contexto regional muy determinado, en el que por primera vez tres países del Pacífico suramericano (Chile, Perú y Colombia) están encabezados por presidentes de izquierdas. A pesar de las evidentes diferencias de proyectos y casuística, los tres se han impuesto en países de clara tradición conservadora con programas transformadores. Y los tres, además, son países que participaron de forma desigual en la llamada década progresista vivida en América Latina durante los gobiernos de los Kirchner, Lula, Mujica o Correa entre otros.
Sin embargo, antes de la anterior elección, Brasil sufrió el desgaste de tantos años de gobiernos del PT y el surgimiento de una nueva derecha populista, más reaccionaria que la tradicional, que ha explotado el desaguisado institucional y la falta de confianza en la clase política. Jaïr Bolsonaro, antiguo capitán del ejército brasileño, ha sido un presidente sin partido que ha tenido multitud de conflictos incluso con sus propios aliados.
Accedió al cargo con un 55,13% de los votos, frente al petista Fernando Haddad. Entonces Bolsonaro era candidato del Partido Social Liberal (PSL), pero la mayor parte de su mandato le ha pasado buscando un partido en el que integrarse, tras dejar el PSL. Por último, este año sus candidatos y él han concurrido por el Partido Liberal.
Su gestión de la pandemia, irresponsable y frívola, convirtió a Brasil en el segundo países por número de muertos (529.000) y el tercero en número de contagios (34,7 millones, solo por detrás de India y Estados Unidos). Accedió al cargo con un 55,13% de los votos, frente al petista Fernando Haddad. Entonces Bolsonaro era candidato del Partido Social Liberal (PSL), pero la mayor parte de su mandato le ha pasado buscando un partido en el que integrarse, tras dejar el PSL.
Al margen de la cuestión sanitaria, ha comportado una fragmentación sin precedentes en el sistema político brasileño –que en algún momento parecía ofrecer oportunidades a las terceras vías–. Sin embargo, el resurgimiento de la figura de Lula fue capaz de sobrepasar las expectativas de voto de Bolsonaro mientras recogía, cada vez más, los apoyos de votantes moderados. Un avance insuficiente, pese a la presencia en la fórmula electoral de lo que fue rival de Lula en las presidenciales de 2006, el conservador y exgobernador de Sao Paulo Geraldo Alckmin. Sin embargo, con su presencia el PT ha querido presentarse como alternativa centrada y pragmática, capaz de volver al gobierno con energías renovadas.
Lula ha llegado a la victoria en primera vuelta volviendo a poner sobre la mesa un programa político transformador donde la lucha contra el hambre está en el centro de sus objetivos. Como ya hizo en 2002, el Partido de los Trabajadores pretende desarrollar una agenda de impulso de las políticas sociales que incluya la subida del salario mínimo, la reinstauración de programas de becas comedor en las escuelas, políticas de renta garantizada para los más vulnerables y, sobre todo, el impulso de la agricultura rural para paliar el hambre extrema en el mundo local. A fin de cuentas, el compromiso de Lula implica producir y garantizar la comida a más de 33 millones de personas para sacar a Brasil del mapa del apetito al mundo. Así, volverían a hacer factible el milagro protagonizado por los gobiernos de Lula y Dilma; cuando redujeron la pobreza de 50 a 20 millones de personas.
Otras propuestas que tendrá que hacer realidad la nueva administración brasileña –en caso de que el PT confirme su victoria el 30 de octubre– son aquellas relacionadas con la reinstauración del Ministerio de Cultura, el abastecimiento de medicamentos para las clases populares, otorgamiento de crédito a las pequeñas y medianas empresas o la puesta en marcha de políticas de sostenibilidad que acaben con la quema de grandes superficies en la Amazonia. La modernización de la red de Internet o la voluntad de llevar la red de cobertura médica a todas las poblaciones de Brasil completan un programa social pragmático que busca una reconstrucción en toda regla del Estado social brasileño.
El viaje de Lula
Lula ha comparecido a estas elecciones tras ser candidato a las presidenciales de 1989, 1994, 1998 y convertirse en presidente en los comicios de 2002 –y habiendo renovado en 2006–. Lula nunca había ganado las elecciones presidenciales brasileñas en primera vuelta y tampoco lo ha hecho en esta ocasión. Sin embargo, sí logró ser absuelto de las 25 causas judiciales por las que fue perseguido y encarcelado; y llegó a la elección fuera de toda sospecha de corrupción. La resiliencia de Lula y su capacidad para construir una candidatura generosa, amplia, con presencia de los movimientos sociales y de otros partidos políticos (como el PSOL o el PCdoB, entre otros) lo ha convertido en el candidato perfecto para a amenazar a la presidencia de Bolsonaro. Pese a tener 76 años, ha protagonizado una campaña enérgica con mensajes contundentes, en positivo y en busca de poner sobre la mesa propuestas, amor y esperanza. Como decía su comunicación corporativa, el PT busca que Brasil «sea feliz de nuevo». Que o Brasil se siente feliz de novo.
En su discurso ante la prensa, Lula ha lanzado la campaña de la segunda vuelta, afirmando que «adora hacer campaña» y que, por suerte «tiene todavía 30 días por delante para hacer más». La izquierda brasileña dibuja un escenario de primera victoria que deberá ir acompañada de una segunda para asegurar su control del ejecutivo.
El nuevo presidente de Brasil tomará posesión en los primeros días de enero de 2023. Si finalmente Lula se convierte en el candidato más votado, lo hará acompañado de un mensaje de esperanza para su pueblo, como bien demostró con su caminata por los calles de Sao Paulo el día antes de los comicios. Allí feministas, negros, pueblos indígenas y diferentes partidos de izquierdas caminaron junto al candidato para acompañarle en un último acto electoral. Una esperanza que, como decía el actor Mark Hamill en Twitter, ponía el futuro del país a manos de sus ciudadanos. Lula es consciente de que pese a llegar al poder y ganar a Bolsonaro, el odio cultivado por la derecha populista no muere con su derrota electoral. Quizá por eso, Lula respondió Hamill con un divertido «que la fuerza esté con nosotros para defender a la República».
El bolsonarismo seguirá vigente y organizado después de este proceso electoral. Su capacidad de movilización ha quedado demostrada forzando un segundo turno electoral que no debería apartar a Lula de la Presidencia. En este sentido, la correlación de fuerzas que tendrán las cámaras legislativas no permitirán reformas profundas al ejecutivo saliente, dado el relativo éxito de los candidatos bolsonaristas. El Partido Liberal, de hecho, será la primera fuerza en el Congreso de Brasil.
Pese a que mucha gente quizás hoy está decepcionada por no ver ya a Lula como presidente electo de Brasil, cabe destacar un dato relevante. Hace cuatro años, el líder del PT estaba en prisión y se defendía de decenas de causas judiciales. Hoy, la izquierda brasileña ha ganado claramente la primera vuelta de una elección presidencial muy compleja con casi 6 millones de votos de ventaja y 5 puntos por encima de Jaïr Bolsonaro. El 30 de octubre, con toda probabilidad, la esperanza que representa Lula da Silva vencerá la candidatura del miedo y el rencor encabezado por el actual presidente.
Este artículo ha sido publicado originalmente en Catalunya Plural.