El presidente francés Emmanuel Macron lo ha proclamado, con la solemnidad de las declaraciones destinadas a pasar a la historia, a que abran un nuevo rumbo que oriente la actuación de ciudadanía y gobiernos, instituciones locales, estatales y globales. ¿Y cuál es el mensaje? Que, por lo visto, la edad de la abundancia ha terminado y que irrumpe otra que estará marcada por la austeridad, el ahorro. A Francia, a los franceses, al mundo entero; se acabó el periodo de las vacas gordas.
Pero, por poner el foco en una minucia, me pregunto: ¿quiénes son los franceses? ¿Qué es eso que denominamos Francia? Unas preguntas que, por supuesto, también nos podríamos formular nosotros, que todos nos deberíamos hacer. Y, para contestarlas, acudo a las estadísticas con la intención de recabar información sobre esa abundancia a la que alude el clarividente presidente galo.
Encuentro en los datos proporcionados por la Oficina Estadística de la Unión Europea (Eurostat) -que, ya lo sabemos, son estimaciones, aproximaciones a una realidad compleja que no siempre es fácil traducir en datos concluyentes-. En este caso nos ofrecen una interesante y necesaria aproximación. Resulta que eso que, convencionalmente, se denomina “Francia” o “los franceses” no existe como entidad homogénea, es una pura invención.
Veamos de cerca algunos datos. El indicador de pobreza o exclusión social, AROPE -que mide la parte de la población que se encuentra en riesgo de pobreza o tiene carencias materiales o acredita baja intensidad de trabajo- alcanzaba en 2020 al 18,9% de la población, casi uno de cada cinco franceses, cerca de 12 millones de personas; Eurostat no ofrece información más reciente, pero, sin duda, la pandemia y la guerra es posible que hayan empeorado la situación.
¿Y la concerniente con los trabajadores pobres? Sí, soy muy consciente de que la teoría económica convencional rechaza la posibilidad, por contradictoria, de disponer de un empleo y permanecer en la pobreza, pues se nos ha contado ese cuento de que trabajar era casi condición necesaria y suficiente para dejar de ser pobre. Pues no, los datos apuntan en una dirección muy distinta. También los correspondientes a 2020 (y, ya lo he señalado antes, las cosas en los dos últimos años han ido a mucho peor) nos informan de que el 7,5% de la población asalariada francesa permanece en la pobreza (lo que significa que su ingreso está por debajo del 60% del salario mediano).
Me pregunto cómo recibirán estos millones de personas el mensaje de Macron; ¿pensarán que, quizá, sin ser conscientes de ello, han estado instalados en los placeres de la abundancia?
Este es un retrato, sin duda tosco e insuficiente, de las condiciones en las que malviven los de abajo. La vida que realmente tienen, la que consiste en llegar con el agua al cuello a fin de mes, la de no poder cubrir necesidades muy básicas, como la calefacción, la educación o la vivienda, la de la angustia de tener que trabajar cada día en un empleo por el que reciben un salario miserable, padeciendo unas condiciones laborales cada vez más exigentes, la de ver cómo los precios de los bienes y servicios de primera necesidad suben sin tregua… La vida dura y difícil de esas personas no la puede reflejar ningún indicador estadístico.
¿Y los de arriba? Si miramos en esa dirección, ¿qué nos encontramos? El Global Wealth Databook 2021 elaborado por el Research Institute del Credit Suisse ofrece al respecto información interesante, también relativa a 2020. El 3,7% de los cerca de 68 millones de habitantes que tiene ese país, dispone de una riqueza superior al millón de dólares. El 10% de la población adulta atesora el 54,8% de la riqueza total, mientras que el 1% de esa población se embolsa el 22,1% de la misma. Solo 2611 personas acreditan disponer entre 50 y 100 millones de dólares y 74 de ellas contabilizan más de 500 millones de dólares; dados los numerosos agujeros de la regulación tributaria para los grandes patrimonios y fortunas y el muy generoso trato dispensado a los paraísos fiscales es seguro que la concentración de la riqueza es muy superior a lo mostrado por estas cifras.
Pero, no nos despistemos, esta minoría de privilegiados, que viven en un mundo de privilegios, que nada sabe sobre las miserias de la gente de a pie, aunque continuamente imparte doctrina e impone políticas, esta gente, de la que Macron forma parte, ¿integra el grupo de los franceses al que hace referencia el presidente a los que pide comedimiento?
Pero no mezclemos churras y merinas, no confundamos las cosas. Es verdad, y este el único punto de partida aceptable, que el planeta vive una situación de emergencia que nos ha llevado a un escenario catastrófico; es necesario tomar medidas drásticas que no admiten demora. Pero, hay que ser conscientes de dos cosas y obrar en consecuencia. La primera es que los verdaderos responsables de los excesos, que ahora hay que corregir, han sido las oligarquías y las elites empresariales, la economía basada en la deuda, la colonización y descapitalización de lo público, la quema de combustibles como modelo de negocio y la obtención de beneficios extraordinarios. La segunda, estrechamente relacionada con la anterior, es que aceptar esa premisa significa que las políticas que se apliquen deben estar presididas por un criterio de solidaridad. Ni rastro de estas premisas en el discurso de Macron.
Una última consideración sobre el lenguaje tramposo. Hablar en términos de “todos somos responsables”, “fin de la era de la abundancia”, “necesidad de apretarse el cinturón”, también de “austeridad presupuestaria”, “disciplina salarial” y otros lemas de similar tono, no tienen otro propósito que lanzar una cortina de humo destinada a ocultar los intereses de los de arriba, que en realidad tan solo quieren mantener el actual estado de cosas y, sobre todo, los obscenos privilegios de los que disfrutan.