Michelina de Cesare. Licencia CC0
Estudiosos como Álvaro París, o el propio Martorell en su biografía de José Borges , nos explican bien nuestro error: el de, obnubilados nosotros mismos por los sermones del liberalismo, no hacernos cargo de que este traía una modernidad con muchos y obvios aspectos positivos (tampoco se trata, no debería tratarse, de hacerse antiliberales), pero fue correctamente percibido por buena parte de las clases humildes como un mero cambio de amos, no para mejor por lo demás. Como se dice en El gatopardo , novela y película ambientadas justamente en el Mezzogiorno de los años de la unificación, todo cambiaba para que todo siguiera igual y la demolición de muros arcaicos eliminaba constricciones, pero también protecciones que el pueblo apreciaba. De las desamortizaciones olvidamos, por ejemplo, que su objetivo no era solo arrebatar terrenos a la Iglesia, sino también privatizar los pastos comunales , proceso que, como las enclosures británicas, arrojó a la precariedad a grandes contingentes de habitantes del agro, abocados de tal modo a dar con sus huesos en el averno esclavista de las fábricas de la revolución industrial.
Nos cuenta Martorell la anécdota ilustrativa de un abogado, rehén del jefe brigante Cipriani La Gala, que intentó convencer a este de que lo dejara libre porque simpatizaba, como él, con los Borbones depuestos . El brigante le respondió con sorna: «Tú has estudiado, eres abogado… ¿y te crees que luchamos por Fernando II?». El legitimismo era una mera amalgama, la defensa del rey legítimo un mero pretexto mancomunador, para una alianza variopinta de perdedores del liberalismo: aristócratas destronados, clérigos furiosos con la secularización, pero también aquella plebe intemperizada , que no necesitaba venerar de manera acrítica al rey para defenderlo como símbolo de un orden periclitado bajo el que, ciertamente, su vida había sido más cómoda, y al que, para más inri, se había puesto fin con malas artes.
Las Dos Sicilias se unieron a la flamante Italia en 1860 mediante referéndum, pero de muy escasa limpieza: las urnas para el sí y el no eran distintas, de tal modo que todo el mundo supiera qué votaba cada cual , y los partidarios de la unificación y una policía ciudadana integrada por escuadristas de la Camorra vigilaba la votación, de carácter censitario para más señas: solo el 25% de la población, los varones de las capas más pudientes, tuvo derecho al sufragio .
El libro de Martorell recoge la unión de fuerzas que, contra los Saboya y el Gobierno de Turín , llegó a producirse entre los legitimistas y muchos garibaldinos y mazzinianos, decepcionados por el rumbo antipopular que tomaba un Risorgimento del que habían creído —y con respecto al cual les habían prometido— que traería aparejadas luminosas conquistas de justicia social, que a la hora de la verdad quedaron convertidas en papel mojado. Y es, así, una excelente aproximación, de sensibilidad gramsciana y pasoliniana , a las paradojas y equívocos de la modernidad, tanto más interesantes en un momento como este en que el tren de la modernidad parece descarrilar.