En una sesión extraordinaria del Congreso, ante los representantes del Gobierno, la oposición y el Senado, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, ofreció el pasado martes un discurso dirigido a la nación española, similar en formato al que ha protagonizado en otros parlamentos europeos. Ataviado con su ya habitual atuendo de militar desenfadado, lo hacía justo después de terminar su intervención en una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, donde se mostró mucho más tajante, llegando a exigir la expulsión de Rusia de este órgano, o directamente su disolución debido a la ineficacia para garantizar la “seguridad” que le da nombre.
En España, a diferencia también de otras apariciones en países clave, su relato adquirió un tono de relativa moderación y se caracterizó, principalmente, por reclamar el envío de más armas y la suspensión de relaciones comerciales con Rusia. Lejos quedaron las alusiones implícitas a una tercera guerra mundial o la incitación al sacrificio, a la muerte, pronunciadas hace varias semanas frente a los representantes políticos de Estados Unidos. A 41 días del comienzo de la invasión rusa, se puede afirmar que la incursión de Zelensky en el hemiciclo responde tanto a un cambio de estrategia internacional –se mostró menos belicista, consecuente con las múltiples negativas occidentales a provocar un enfrentamiento directo entre Putin y la OTAN–, como a nuestro papel secundario en la toma de decisiones respecto a la guerra.
“¿Cómo pueden las empresas europeas hacer negocios con un país que está destruyendo conscientemente a todo el pueblo ucraniano?”, exclamó, antes de pedir a Porcelanosa, Secorbe y el fabricante de armas Maxam que interrumpiesen sus vínculos comerciales con el Kremlin. Sin embargo, incluso en el aspecto financiero, tuvo que sugerir más generalmente al papel de Europa en la compra de combustible ruso, dada la menor dependencia española.
Las referencias históricas nacionales, que ha sabido integrar estratégicamente en otras exposiciones públicas como la británica –a Churchill y su lucha contra el nazismo– o la estadounidense –al ataque terrorista a las Torres Gemelas–, en España solo las hizo de manera muy puntual, aludiendo brevemente a Guernica. “Estamos en abril del año 2022, pero parece que estemos en abril de 1937”, recalcó, evocando el bombardeo de las aviaciones alemana e italiana a la ciudad vasca.
Pintado como suceso aislado, Zelensky evitó mencionar específicamente el contexto de la Guerra Civil o la dictadura franquista que prosiguió, siendo consciente de las discrepancias que aún generan estos periodos en el tejido sociopolítico español, y de la connivencia de la OTAN con el régimen. En su lugar, prefirió la evocación inconexa, el lanzamiento de una imagen que tanto recuerda a la matanza indiscriminada de civiles como al cuadro de Picasso, convertido ya en icono internacional contra la barbarie. Aunque la referencia pueda no estar exenta de polémica, es difícil concebir otro evento de nuestra historia que pudiera haber servido mejor a los objetivos del presidente ucraniano, teniendo en cuenta la falta de consenso que atraviesa la memoria colectiva española hasta en el mismo significado de patriotismo.
Por otra parte, Zelensky parecía mucho más interesado en subrayar cómo la guerra altera los comportamientos cotidianos y destruye toda noción de futuro que en inflamar las gradas de retórica sanguinolenta: Rusia está fomentando “la destrucción de todo fundamento de vida normal”, aseveró. En ese sentido, quizá el momento más emotivo fuese su descripción de las tácticas que utilizan las madres ucranianas para intentar salvar a sus hijos si ellas son asesinadas: les escriben el nombre y un número de teléfono en la espalda con la intención de que alguien los rescate.
Comparado al grado de detalle ofrecido frente al Consejo de Seguridad de la ONU –habló de personas con miembros mutilados, de mujeres violadas delante de sus niños–, su omisión de los pormenores más cruentos del ejército ruso puede leerse como el reconocimiento velado de las funciones que cumple nuestro país en la gestión del conflicto: apoyo armamentístico, acatamiento de las sanciones económicas, voz tibia en la defensa de la paz y la democracia desde un suelo donde aún se alaba parcialmente al franquismo. Por último, España sería importante a la hora de secundar una posible entrada de Ucrania en la Unión Europea, de ahí el énfasis final de Zelensky al reivindicar su derecho a formar parte de esta “familia”.
Muchas veces los discursos revelan más por lo que esconden que por lo que muestran, como si el significado se alojase en los hilos embrollados que componen el reverso de una alfombra y no en el dibujo nítido que pisamos. El excepcionalismo español ha impedido que Zelensky se regodease en nuestro pasado nacional; en otros escenarios, por ejemplo, no ha dudado enacentuar la relevancia de los Juicios de Nuremberg en relación con la necesidad de condenar a Putin por crímenes de guerra, pero ¿qué equivalente a esos juicios existiría aquí? Le convenía nombrar más empresas que hechos históricos, más agradecimientos que llamadas a la acción, menos torturas y más humanidad rutinaria: “el derecho a una vejez digna” –esgrimió, tal vez con cierta esperanza frente a quien no posee armas nucleares. Los aplausos, huelga decir, fueron (casi) unánimes.