Este artículo se ha publicado originalmente en CRÍTIC. Puedes leerlo en catalán aquí.
Ya hace más de seis meses que los precios de la energía suben con fuerza. Pero en las últimas dos semanas, marcadas por la invasión rusa deUcrania, la escalada se ha multiplicado. El precio de la luz ha llegado a ser 10 veces más caro que hace un año. En el caso del gas, el aumento es todavía más pronunciado. Y los mercados internacionales de petróleo se acercan a los máximos que marcaron en la crisis económica del 2008. En algunas gasolineras catalanas, esto se ha traducido en el hecho de que la gasolina súper 98 supere los dos euros por litro.
La mayoría de los expertos consultados por CRÍTIC coinciden en que la guerra de Ucrania ha desencadenado una serie de reacciones en el mercado que ha hecho aumentar los precios. La escalada bélica en Ucrania ha añadido presión a los líderes europeos para reformar un sistema energético que ya estaba en máximos antes de que estallara la guerra. En Europa, el gas ruso sigue fluyendo porque las economías de la eurozona son dependientes de este. Pero el sector también se ve afectado por corrientes de fondos que amenazan la viabilidad de los precios. El agotamiento de recursos, la poca implantación de energías renovables o los sistemas de fijación de precios ya eran deudas pendientes antes de la invasión rusa.
Gasolina: ¿es por la guerra o por el agotamiento?
Los precios de los carburantes han subido a niveles de récord histórico. En las últimas estimaciones medias, en España el precio del litro de gasolina súper 95 se situaba en 1,68€. El diésel ha hecho una subida equivalente, y se sitúa ahora en 1,58€. Para María Prado, responsable de Transición Energética de Greenpeace, la razón inmediata de esta escalada es la guerra de Ucrania: “La subida ha sido mucho más visible con la guerra en el caso del petróleo que con el gas o electricidad, que ya venían subiendo en los últimos meses”. Antonio Turiel, autor de Petrocalipsis e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tiene una opinión contraria: “No es por la guerra”, explica, “sino porque cada vez podemos producir menos”.
En declaraciones a CRÍTIC, Turiel cree que los movimientos geopolíticos de las potencias internacionales pueden condicionar a corto plazo, pero esconden una condición más estructural: “Desde el año 2014, las empresas petroleras están reduciendo su inversión porque extraer petróleo cada vez es más caro”. El científico recuerda que entre el 2011 y el 2014 las grandes empresas petroleras tuvieron pérdidas muy grandes aun vendiendo a precios muy elevados, y cree que ahora han aprendido la lección. Ahora, según Turiel, llevan años desinvirtiendo en este recurso; esto hace que se saque cada vez menos, y por eso está cada vez más cotizado: “La Agencia Internacional de la Energía ya preveía picos de precio muy elevados entre el 2020 y el 2025”. María Prado replica que una cosa no quita la otra: “Claro que los combustibles fósiles se acaban, pero es un proceso de décadas y el precio no está subiendo ahora por este agotamiento”. Prado insiste en la necesidad de evitar extraer este petróleo independientemente de su precio: “El caso es que los combustibles que sí que podríamos sacar en los próximos años también se tienen que quedar en tierra para evitar la catástrofe climática”.
En todo caso, ambos especialistas alertan del riesgo para la economía que supone la situación actual. “A partir de un cierto precio de la energía, se supera el llamado límite de resistencia”, explica Turiel: “Esto quiere decir que este aumento se esparce dentro de la cadena de costes de la sociedad hasta el punto que el país entra en recesión. Se destruye una parte de la economía y entonces vuelven a bajar los precios”. Las previsiones de Turiel no son buenas: “Hace ocho semanas que los valores son excesivamente elevados, y es probable que España ya haya superado este límite”.
Prado pone el foco en el hecho de que muchas empresas y familias acabarán sufriendo la inestabilidad provocada por el petróleo: “Tenemos que fijarnos en cómo puede ser que seamos tan dependientes de unos combustibles fósiles internacionales de los cuales no podremos controlar nunca el precio”. Sobre los problemas que puede provocar esto al sector del transporte, la portavoz de Greenpeace cree que las recetas son claras: “A corto plazo no hay soluciones mágicas, pero tenemos que depender menos del transporte por carretera y hacer un cambio modal hacia el ferrocarril eléctrico. Es la única manera de abordar a la vez la crisis energética y la climática”.
Gas: la dependencia de Putin no se acaba de un día para otro
“Los mercados son muy sensibles a las noticias. Y, si las noticias alertan de un posible corte en el suministro del máximo exportador mundial de gas, los precios suben rápidamente”. Así resume la escalada en el precio del gas Alfons Pérez, investigador del Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG). En la misma línea, Irene González, de Ingeniería sin Fronteras, explica que “la guerra ha provocado que haya menos disponibilidad de gas por alertas geopolíticas, como por ejemplo la amenaza de Putin de cortar el suministro. Son movimientos que generan miedo, y eso ha hecho encarecer el precio muy rápidamente”. El mercado mayorista de referencia del gas en Europa, el TTF neerlandés, muestra el aumento desmesurado de este recurso en los últimos meses.
Estados Unidos ha decidido cortar sus importaciones de gas ruso, asumiendo que subirán más los precios, pero Europa no está en condiciones de hacerlo a corto plazo. La respuesta de Bruselas ha sido un plan para reducir en dos tercios la dependencia del gas ruso en solo un año. Alfons Pérez explica que esto implicará “hacer una mayor importación de gas natural licuado (GNL) desde Qatar y Estados Unidos”. En todo caso, Pérez es escéptico respecto a este plan: “Se habla de diversificación y de no depender del gas ruso, pero esto también se decía hace 10 años, y la dependencia ha ido en aumento”. La dificultad, según Pérez, es que los gobiernos intentan reducir el consumo sin tocar estructuralmente la economía: “Hay una doble dependencia, no solo de otros países, sino también de combustibles fósiles que se acaban”.
Desde el Observatorio de la Deuda en la Globalización, alertan de que este contexto bélico y de mercados tensionados se puede usar como excusa para aumentar las inversiones en energías contaminantes. “Habrá políticas cortoplacistas para salvar los muebles, asegurar el suministro eléctrico, y que irán en contra de la transición energética”. María Prado, de Greenpeace, expresa la misma preocupación: “El oligopolio de los combustibles fósiles buscará reforzarse reactivando proyectos de gas fósil en Europa, pero no nos tenemos que desconectar del gas ruso, sino de todo el gas. ¿De qué sirve pasar a depender de otro productor?”. El Observatorio propone aprovechar la ocasión para acelerar el cambio energético y “plantear políticas de decrecimiento en el consumo, estudiar qué sectores industriales no son necesarios y hacer planificación estratégica de la producción y de la movilidad”.
Electricidad: los precios se inflan artificialmente
En cuanto a la electricidad, las fuentes consultadas coinciden en que no se puede culpar a la guerra del aumento desorbitado. Por el contrario, creen que en este caso se podría haber evitado mucho más fácilmente que con el gas o el petróleo, solo cambiando el sistema de fijación de precios. Este sistema, denominado marginalista, hace que todo el suministro se pague al precio de la fuente de electricidad más cara. Y eso hace que todo el sistema se encarezca mucho por los problemas del gas, que en realidad solo proporciona una pequeña parte de la electricidad. “Estamos pagando 500 euros el MW/hora a empresas eólicas e hidráulicas que tienen un coste de generación que no tienen absolutamente nada que ver. Están vendiendo agua a precio de oro y ponen en peligro a las pequeñas comercializadoras”. En las últimas semanas, se han vuelto a batir los récords históricos de precios, que han llegado a los 544€ por megavatio y hora y han multiplicado el techo al cual habían llegado hace solo seis meses.
La polémica sobre este sistema de fijación de precios ha comportado, desde el pico de precios del otoño pasado, fuertes discusiones en el Consejo de Ministros español y la Comisión Europea. La semana pasada, la Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, avanzó que se tomarían medidas para desvincular el precio del gas del del resto del mercado eléctrico. En todo caso, por ahora continúa viva la estructura del sistema marginalista de precios. María Prado ve una señal positiva pero tímida en este cambio: “Poner límites y regular los precios serían buenos pasos por parte de la Comisión Europea”, pero eso no tiene que sustituir la revisión profunda del mercado. Se ha demostrado el mal funcionamiento del sistema marginalista, que es un falso mercado porque la tecnología más cara marca el precio de todas las otras”.
Irene González explica que uno de los peligros a medio plazo es que estas reformas no consigan su objetivo: “Hay muchas empresas del sector electro industrial que han parado, y todo impacta en las cadenas de suministro. Los fondos buitre están a la expectativa para entrar en estos mercados en crisis, cosa que nos haría perder más soberanía energética”. En todo caso, González cree que hay que cambiar de raíz la lógica neoliberal que ha aplicado la Unión Europea con la energía desde hace décadas: “El origen de todo viene de la mercantilización del sector eléctrico. Si el sector se orientase al bienestar social, todo esto no estaría pasando. Tenemos que cambiar el sistema a uno resiliente, que no significa cambiar la tecnología, sino que las reglas del juego obedezcan a criterios sociales”.