La pandemia ha cambiado casi todos los aspectos de nuestras vidas. Y el activismo no es menos. Acostumbrados a masivas manifestaciones o asambleas en espacios cerrados, los movimientos sociales han tenido que adaptarse y la tecnología se ha convertido en una herramienta al alza. Si bien es cierto que las redes sociales fueron clave en algunas revoluciones, como las conocidas como «primavera árabe», normalmente son usadas como canal de comunicación para impulsar acciones más analógicas. Pero con el confinamiento, el activismo online ganó peso.
Se nos vienen a la mente campañas como la ligada al hashtag #RegularizaciónYa, que exigía la regularización de las personas migradas para que pudieran acceder a las ayudas del escudo social del Gobierno durante el confinamiento. También los jóvenes fans del k-pop que, organizados a través de TikTok, reservaron casi todas las plazas de un mitin de Donald Trump para luego no asistir y dejarlo casi desierto, boicoteando así al líder ultraconservador.
“El confinamiento ha traído una nueva manera de organizarse. La mayoría de movimientos trabajan con pocos recursos y tienden a usar la tecnología en momentos puntuales o de crisis”, explica Cristina Mateos, socióloga y profesora de la asignatura Movimientos sociales contemporáneos, dentro del máster en Investigación en periodismo de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Mateos recuerda aquellos meses en que organizaciones vecinales tuvieron que echar mano de Telegram o Twitter para crear comunidades online y llevar a cabo bancos de alimentos o grupos de ayuda. “La teoría estaba ahí; había muchas cosas que los movimientos sabían, pero nunca habían llegado a la práctica. Estos meses se ha constatado que las nuevas tecnologías permiten ir más allá de la protesta: unen luchas y hacen que las acciones sean más efectivas”, añade la profesora.
En este nuevo contexto de auge de las tecnologías, tres estudiantes de la asignatura de Mateos han decidido trabajar para poner las herramientas digitales al servicio del activismo. Amaia San Miguel Goicoechea, Adam Knowles y Yiyan Zhang son los tres artífices de la aplicación MVZTE (pronunciado movilízate), pensada para poner en contacto a la sociedad con movimientos o acciones que puedan ser de su interés. Esta aplicación se basa en dos ejes: el mapa y el calendario, a través de los cuales se filtran las diversas actividades disponibles. Así, cualquier usuario puede buscar qué se está haciendo en diversos campos –como el feminismo, el antiracismo o el ecologismo– para saber cuándo y dónde acudir.
“El objetivo es llegar a gente que no está tan metida en el activismo y no tiene por qué tener los contactos necesarios para saber cuándo hay una mani, dónde se celebra una asamblea sobre un tema que le interesa o si un colectivo que le gusta está haciendo una campaña de recogida de fondos”, explica Amaia San Miguel. La joven pamplonica cuenta que MVZTE se gesta en un contexto de cambios debido a la pandemia. “Todo el mundo se ha tenido que digitalizar, el activismo también”, dice. Y es que, los movimientos cada vez recurren más a crowdfundings o campañas online para llevar a cabo sus luchas, “y si ya antes resultaba muy difícil enterarnos de todo, con las restricciones por la pandemia, todavía más”, dice. MVZTE pretende poner en contacto a los activistas con las causas.
La privacidad, el gran reto
Esta aplicación, como su equipo de creadores (que no llegan a los 30 años), es nativa digital. Por ello, se sirve de ventajas de la tecnología que permite, por ejemplo, motivar a la acción a través de la gamificación. MVZTE recoge todas las acciones en las que participa el usuario y ofrece gráficas para ver en qué meses del año se está más activo, cuáles son las causas favoritas o la zona de participación. Como las apps de hacer deporte o los resúmenes anuales de Spotify, pero con activistas. Esto, que en principio está pensado para motivar y hacer que los usuarios se comparen entre ellos, presenta algunos riesgos intrínsecos.
La aplicación, para poder ofrecer estas gráficas y conectar usuarios, contaría con una gran base de datos en la que habría nombres, ubicaciones, fotografías e historial activista. “Se trata de una información muy delicada en un contexto como el actual en que la Ley Mordaza nos ataca a todos y todas”, reconoce San Miguel. Esta inquietud también es compartida por los movimientos sociales con los que el equipo de estudiantes ha estado trabajando el prototipo desde el principio. A pesar de que la respuesta fue unánimemente positiva, algunos colectivos mostraron recelo por el hecho de tener tanta información potencialmente comprometida en un mismo lugar. Por ello, los creadores están trabajando para dar una vuelta más al prototipo y crear garantías para permitan el anonimato y la privacidad de los usuarios.
De la misma manera, los creadores están investigando sobre qué herramientas pueden utilizar para filtrar de alguna manera a los usuarios y movimientos que se registren en la aplicación. “No se trata de censura, sino de asegurarnos de que no se usa la app para identificar activistas ni hacer boicot a acciones. Para que no se nos cuelen protofascistas, en pocas palabras”, explica la estudiante. Es por ello que MVZTE cuenta con un manifiesto y unos principios políticos y éticos que cualquiera que se una debe acatar “para mantener a los usuarios protegidos”. Y, además de esto, sus creadores confían en la comunidad que se cree a través de la aplicación para gestionarse orgánicamente.
“La tecnología, igual que esta aplicación, necesitan de un debate. Hemos de plantearnos si queremos usar las herramientas digitales tal como nos las propone el capitalismo o si queremos trabajar para hackearlas desde los movimientos para usarlas para otros fines”, se cuestiona Cristina Mateos. La profesora sostiene que es necesario explorar estas nuevas posibilidades desde la crítica y la prevención: “En estos momentos de desconfianza, hay que apropiarnos de todo, sin dejar de dudar”, dice. Es por ello que se enorgullece de que un proyecto como este haya nacido en una universidad: “Las aulas deben salir de su encorsetamiento teórico y han de ofrecer espacios para crear y vincularse con el mundo real”. Y así lo pretenden proyectos como MVZTE que, aunque todavía está en fase de prototipo, ya busca las maneras para financiarse y hacerse viable.
