Con motivo de la conmoción causada por el coronavirus, se han multiplicado los artículos que podemos encontrar hablando de la crisis del capitalismo.
Se puede enfocar esta crisis desde muchos puntos de vista. Uno es contemplar cómo fallan los cimientos fundamentales en que se apoya toda la economía capitalista.
Seguramente, el primer postulado de la ortodoxia capitalista es la eficiencia de los mercados para regular toda la actividad económica. Pues con la aparición de la pandemia y su experiencia traumática, los ‘infalibles’ mercados se muestran totalmente inútiles. Cédric Durand, profesor de Economía de la Universidad Paris, afirma: “Si bien, a diferencia de 2008, el estallido de la tormenta COVID-19 no puede atribuirse directamente a los mercados financieros, obviamente estos no ayudaron a contener la conmoción. Por el contrario, su estabilización requería una intervención del estado masiva y rápida… Todo el edificio ideológico neoliberal se rompe y el estado reaparece como la gran figura coordinadora”.
La otra pata de la economía capitalista, la competencia, tampoco está resultando de la menor utilidad ante el desafío de la pandemia. Cuando lo que sería necesario es que toda la humanidad aunara fuerzas ante la magnitud de la amenaza, la competencia lleva a que cada país, incluso cada laboratorio, luche para ser los primeros en conseguir la ansiada vacuna. Pero mercados y competencia lo único que han conseguido es encarecer fuertemente los productos de primera necesidad para hacer frente a la COVID-19, además de fabricar y vender muchos elementos claramente defectuosos o totalmente inservibles.
Vemos una y otra vez que ante la crisis sanitaria el sistema capitalista se ha mostrado totalmente ineficaz, pero si pensamos en la crisis medioambiental, no es que el capitalismo sea ineficaz, es que constituye un obstáculo formidable para que logremos parar el cambio climático.
Para darse cuenta de esta situación no hace falta tener un máster por una universidad americana o ser doctor en algo. Basta vivir con los ojos abiertos y la mente moderadamente despierta. Sin embargo, lo que también podemos ver es que el capitalismo, a pesar de sus profundas grietas, no tiene trazas de que vaya a caer. Más bien sigue ahí con la grave amenaza de vuelva a tomar el mando (que ahora la crisis le ha obligado a dejar en manos de los estados) y vuelva a imponer sus soluciones, desastrosas para la mayoría de la humanidad.
¿No deberíamos preguntarnos, pues, los motivos de esta situación? ¿Por qué no surge un movimiento capaz de exigir a los gobiernos unas medidas que nos defiendan eficazmente de la rapiña capitalista? ¿Tenemos que esperar sentados a que el sistema capitalista se derrumbe por su propio peso? Debemos admitir que nos encontramos ante una doble crisis: la del sistema capitalista y la de las alternativas a ese sistema.
Si está claro que el capitalismo no se mantiene en pie por sus propios méritos, tenemos que pensar que se mantiene porque no es atacado de una manera acertada. Buscando las razones que explican la falta de eficiencia en el ataque, para mí es fundamental una tesis de Zygmunt Bauman, según la cual el capitalismo gana la batalla política porque ganó la batalla cultural e ideológica. Domina gracias al triunfo del imaginario colectivo burgués. El imaginario, es decir, “cómo nos imaginamos el orden del mundo, las condiciones para nuestras acciones, y por qué valores vale la pena luchar o, si es necesario, hacer un sacrificio”.
Para Bauman este imaginario tiene tres puntos fundamentales:
“El aumento de las medidas productivas en términos de PIB es una panacea para todos los males de la sociedad – no existen otras formas de mejorar la suerte del género humano?…
La segunda suposición es que la felicidad humana consiste en visitar las tiendas – todos los caminos a la felicidad nos llevan a ir de compras, es decir, a un aumento del consumo…
El tercer supuesto del imaginario burgués es lo que se llama meritocracia… «La gente se enriquece a través de la honestidad y el trabajo». Si te esfuerzas y trabajas duro, encontrarás sitio en la élite. La pobreza y la discapacidad no es una pena impuesta por el destino, sino por la pereza o la negligencia”.
Tenemos que reconocer que este imaginario ha calado en la sociedad. El capitalismo cuenta con una formidable abundancia de medios para difundirlo día y noche. Especialmente negativo me parece el segundo supuesto: la felicidad humana va ligada al consumo. Y esta es una idea que se propaga masivamente, no sólo por la publicidad comercial, que explícitamente nos invita a consumir incansablemente, sino que todo el ambiente que se respira en medios de comunicación, películas y series nos está hablando del bienestar que se consigue con la riqueza, algo que todos persiguen.
Mientras no consigamos que la sociedad asuma que sí, es totalmente necesario que tengamos nuestras necesidades básicas suficientemente cubiertas para disfrutar de una vida satisfactoria, pero que avanzar en el camino de la felicidad no tiene nada que ver con aumentar nuestro consumo. Mientras no consigamos ese cambio en el imaginario colectivo, la sociedad en el fondo seguirá siendo capitalista, y no nos veremos libres de este sistema que lleva a la humanidad al desastre.