Los medios audiovisuales de la Generalitat de Cataluña viven estos días una reyerta. Suena exagerado, pero no creo que sea impreciso. La secuencia empieza el viernes 17 de julio: Mònica Terribas, directora y presentadora del exitoso matinal de Catalunya Ràdio, anuncia que deja el programa tras siete años. Dice no hacerlo por razones personales, sino profesionales: “Los engranajes de esta máquina no pueden permitirse ningún chirrido, y ahora chirrían”. Parece que el trasfondo son las discrepancias con Saül Gordillo, director de la emisora, hombre cercano a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). El tamtam también emite que Terribas podría ir segunda en una hipotética lista de Puigdemont en las próximas elecciones catalanas (sean cuando sean), pero no deja de ser un rumor.
El choque de Terribas con Gordillo viene seguido de la defensa encendida de la periodista por políticos de Junts per Catalunya (JxCat), heredera de la Convergència pujolista. El lunes 20, en el Parlament catalán, Núria Llorach, presidenta en funciones de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA), que engloba la televisión y la radio públicas, intenta que el Consejo de Gobierno de la entidad destituya a Gordillo, lo que no consigue por falta de apoyos suficientes.
El episodio no tiene mayor interés fuera del gallinero catalán, donde la rivalidad entre ERC y JxCat viene de lejos y genera choques frecuentes, dentro y fuera del gobierno de la Generalitat, que comparten. Pero ha provocado pasmo el elogioso tuit que Pablo Iglesias dedicó a la despedida de Terribas de su programa. Ya sabemos que Twitter ha rebajado la política al nivel de la barra de bar, donde todo el mundo puede soltar su frase brillante. Profesionalidad, sensatez, compromiso, honestidad… Mucho incienso para Terribas en 231 caracteres, más viniendo del vicepresidente del gobierno español. ¿Era oportuno meterse en la reyerta? ¿Es justo Pablo Iglesias con Terribas? ¿Es consciente de a quién –a quiénes– le está echando un capote?
Ya no voy a entrar en la trayectoria de Núria Llorach, veterana militante de Convergència que dirige “en funciones”, es decir, provisionalmente, la CCMA… ¡desde 2016! No fue elegida en ningún concurso público y llegó al cargo de rebote. De Terribas sí puede decirse que es una profesional de las ondas. Muchos la conocimos en un mítico informativo nocturno de TV3, La nit al dia, en que destacaban sus largas e incisivas entrevistas. Terribas las preparaba a fondo y era insistente repreguntando, ese deber periodístico tan en desuso. A Terribas no se le pueden discutir méritos en el oficio, sin duda. Pero se le puede reprochar la deriva que ha tomado estos últimos años al frente de Els matins de Catalunya Ràdio. Empezando por la perla con la que abría el programa cada madrugada: “¡Despierta, Cataluña!”, con un “sutil” doble sentido impropio de una emisora pública (ya se sabe: los catalanes estamos sojuzgados por España y debemos ponernos en pie ante el opresor mesetario). Luego, en las jornadas críticas del otoño de 2017, el papel de Terribas como vocera de la supuesta revuelta catalana resultó cualquier cosa menos discreto. Lo peor no fue, por ejemplo, el lamentable episodio en que animó a los radioyentes a avisar sobre la ubicación y las acciones de la policía y la guardia civil que el gobierno de Rajoy envió a Cataluña. Este episodio fue juzgado y archivado, no sin que la magistrada responsable calificara la actitud de Terribas de “irresponsable desde el punto de vista de la ética profesional”.
El compromiso y la honestidad que Iglesias ve en Terribas quedaron todavía más en entredicho el día que Puigdemont proclamó la independencia catalana en falso, sin arriar la bandera española, sin un mover un dedo para controlar nada, puramente de cara a la galería, para que los suyos no dijeran que no se había atrevido (y, en realidad, no se atrevió). Esa tarde, Terribas abrió un programa especial con estas palabras: “Buenas tardes, ciudadanas y ciudadanos de la República Catalana. Cataluña ha vulnerado el marco constitucional, ha roto con el Régimen del 78”. Fue monumental el cabreo que agarró Terribas cuando Jordi Évole le puso la grabación de este arranque en un programa de Salvados y le preguntó si no creía que los políticos independentistas la habían engañado. En realidad, lo que Évole tendría que haberle preguntado a Terribas, que es una persona inteligente, es si no era ella la que estaba intentando engañar a la población, jugando a la revuelta popular desde una emisora del gobierno autonómico.
Algunas personas en Cataluña nos preguntamos qué sentido tiene que el líder de Podemos le eche un capote a Terribas en la reyerta. Pase que la admire, pase que buena parte de la trayectoria de Terribas es más que meritoria, pero se va de su programa porque el independentismo está a la greña, atrapado en sus contradicciones desde hace años, en un bucle de pesadilla. Y aquí Iglesias no pinta nada. O no debería. Podemos y las confluencias han supuesto un enorme paso adelante en la posibilidad de dar voz y encarnar una España verdaderamente plurinacional, que existe aunque buena parte del establishment se aferre a la continuidad de una España castellana, cuanto más centralista mejor. Pero no servirá de mucho una izquierda que critique el nacionalismo español mientras contemporiza con el nacionalismo catalán, que no por tener menos poder es menos deleznable. A veces, sería mejor pensárselo dos veces antes de soltar un tuit ridículo. No creo que sea el mejor momento para encendidas loas a los medios públicos catalanes, tan llenos estos días de minutos sobre la corrupción de los Borbones, tan callados sobre la de la familia Pujol, llamada a pasar toda por el banquillo.
Llegar al gobierno, tarde y mal, ha sido un hito para Podemos y las confluencias. Ni el PCE ni Izquierda Unida lo consiguieron nunca. Muchos lo celebramos, aunque con un entusiasmo contenido, porque no hay que pecar de ingenuos. Pero la prioridad tiene que ser afianzarse en el gobierno para influir en las políticas públicas, para que la esperanza de una nueva izquierda no acabe otra vez como un residuo permanente en la oposición. Las batallitas nacionalistas, como el patriotismo, debieran interesarnos lo mínimo.