BRIGITTE VASALLO // Voy a intentar escribir conteniendo la rabia, porque nadie nace aprendido y el camino lo construimos entre todas. Pero dejo constancia de que ahí está, de que me siento jodidamente ofendida por un artículo publicado en La Marea bajo el título Así es como la televisión te convierte en fascista.
El artículo hace una reflexión muy documentada sobre cómo algunos productos televisivos forman parte de la denominada pirámide del odio y la violencia, según la cual, dice, “lo que empezaba siendo un simple desprecio o un chiste a priori sin importancia podía culminar, en el seno de una sociedad empapada de esos mensajes, en una violación, un homicidio e incluso en un genocidio”, explicación que ya de entrada no comparto porque sitúa el origen de la violencia sistémica en su consecuencia particular y no a la inversa o, al menos, no en su relación recíproca. Pero ese ni siquiera es el tema.
Lo que me preocupa sobremanera es que se utilice para el análisis unos productos mediáticos consumidos mayoritariamente por mujeres de clase obrera, según las encuestas y nuestro imaginario; mujeres que no tienen ningún otro espacio de representación, y que, lejos de preocuparnos de que no lo tengan, dedicamos nuestros esfuerzos intelectuales de izquierda a señalarlas como agentes activos de la deriva fascista del país en tanto que receptoras pasivas de contenidos televisivos de mierda. Es decir, que no pintan nada pero tienen la culpa de todo, ese clásico, la tormenta perfecta para permitirnos despreciarlas.
Despreciarnos. Porque por mucho capital cultural que yo haya adquirido, yo también soy ellas. Aunque tenga el privilegio de manejar lenguajes que me dan acceso a otros espacios, inteligibles para las clases dominantes asqueadas ante el griterío. Lenguajes que incluyen una buena redacción, un lenguaje refinado, lleno de esdrújulas, y un sistema de citas con marca de clase que refuerza mis argumentos. Y tengo ese privilegio, dejémoslo claro, por un esfuerzo de clase colectivo donde esas mujeres han jugado un papel trascendente y a las que les debo, como mínimo, usarlo para alzar la voz y no unirme al cacareo para despreciarlas, ni siquiera con mi silencio.
No discuto la tesis del rol principal de los medios de comunicación en la creación de masa acrítica aunque discuto que esa condición de acrítica no se asiente sobre un descontento político, un hartazgo, perfectamente crítico y que no encuentra otra salida. Y lo que también discuto es que sean solo unos medios de comunicación los que juegan ese rol, y que sean especialmente los productos de entretenimiento de las clases populares los que están anegados en esa lodazal.
Lo que afirmo es que el análisis del artículo se asienta sobre programas como el Sálvame porque el análisis es machista y clasista. Y por esa desatención a los ejes de género y clase, estos programas nos parecen más problemáticos que cualquier otra manifestación mediática, como voy a tratar explicar con ejemplos del artículo mismo.
Empezamos con la biografía del autor que acompaña el texto y voy a esforzarme no caer en la falacia de atacar a quién lo dice en lugar de debatir el mensaje. Manuel Ligero “salta con los goles del Betis”, lo cual me parece estupendo. Pero me pregunto por qué, entonces, el análisis no es de un medio que conoce bien, sino del medio de esa alteridad de género que claramente desconoce. La diferencia entre el fútbol mediático y el Sálvame es que el primero es un entretenimiento masculinizado, viril, y el segundo, un entretenimiento feminizado. Por lo demás, todo lo que explica en el artículo podría aplicarse al fútbol como espectáculo de masas, perfectamente. Pero el artículo no va de fútbol. De hecho, nombra a Jesús Gil y Gil, pero lo relaciona con su programa de televisión y con otro de sus grandes espacios de representación y propaganda política como fue la presidencia del Atlético de Madrid, nada menos. Y me temo que se entiende que son cosas diferentes porque un aficionado al fútbol se considera a sí mismo una persona con agencia que puede disfrutar del fútbol sin comprar la ideología del fútbol, pero no le otorga la misma agencia a la mujer de barrio que mira el Sálvame. Y tanto discurso de odio propagan el fútbol como la tele, y tantos fascistas hay en los estadios como delante de las pantallas a las 3 de la tarde. Tantos como en las universidades, las direcciones de empresas y las bibliotecas.
El artículo denuncia el machismo recalcitrante que recorre programas como Hombre y Mujeres y Viceversa. Totalmente de acuerdo. Sin embargo no es un machismo nuevo, ni es un machismo exclusivo, sino que es un machismo vulgar, de formas chabacanas, que lo hace visible a quien no tiene puesta la mirada de clase (y de género) en la cuestión. En el artículo hay 15 citas de autores que refuerzan su tesis. El masculino que utilizo es intencional: 13 autores citados, además, con sus correspondientes obras. Las otras dos son mujeres, de las que no se cita la obra. De Lolo Rico pone una frase como coletilla, sin contexto ni referencia “configurar el mundo, nuestro mundo”, que no es ni una frase completa, y a Hannah Arent le pega un machetazo. Peor, la puntualiza. “Si Hannah Arendt hablaba de la banalidad del mal, aquí podemos decir que la banalidad es el mal”.
Dejémoslo claro: eso es exactamente lo que ya dijo Hannah Arendt, en un libro titulado Eichmann en Jerusalén y que llevaba por subtítulo Un estudio sobre la banalidad del mal. Lo que hace en ese estudio es, precisamente, aclarar que la banalidad es el mal. Y añado que por esa misma confusión nacida de no haberle prestado atención y haberse imaginado lo que dice, un mansplaining en toda regla, Hannah Arendt recibió un montón de violencia en su vida. Y, desgraciadamente, la sigue recibiendo.
Ese supuesto feminismo galante que “defiende” a las mujeres sin escucharlas es el mismo que denuncia el artículo cuando señala las “burradas machistas” del Fary, porque es mucho más fácil verlas en un discurso con marca de clase que en un artículo lleno de citas bibliográficas, pero que además acompaña la denuncia al Fary, qué cosas, con un elogio a esos otros hombres que sí, que son otra cosa, bajo la figura de Pedro Almodóvar, nada menos. Que el Fary era un machista está claro para todo el mundo, pero que lo sea Almodóvar parece una cosa más compleja por la simple diferencia del lenguaje que utiliza, por la cuestión de clase.
Creo que la única manera a estas alturas de no habernos enterado de que las películas de Almodóvar son machistas es que no nos llamen la atención la infinidad de artículos que han escrito un montón de compañeras al respecto. Por ejemplo, este de Gabriela Wiener entre muchísimos otros que en algún momento seguro que han pasado por delante de nuestros ojos pero no han llamado nuestra atención tanto como el Sálvame. No nos han parecido trascendentes.
El feminismo ya ha puesto sobre la mesa de manera ineludible cómo recae sobre las mujeres la salvaguarda del honor y la moral colectiva, del que este artículo es un ejemplo escandaloso. Y haría muchas más puntualizaciones como la vergüenza de afirmar, apoyándose en el estudio de una universidad que “los jóvenes que crecieron viendo los canales de Mediaset durante su etapa de formación “son cognitivamente menos sofisticados y menos cívicos”. Menos que quién, pregunto. No sé qué edad tiene el autor, pero Abascal y yo crecimos viendo la misma televisión, que era la única que había, y los resultados han sido bastante dispares. Y esa televisión no fue Mediaset precisamente.
Para acabar, ya que hablamos de fascismo y de violencia simbólica, podríamos preguntarnos cómo contribuimos a la desaparición de esas mujeres de los espacios de palabra pública, qué tipo de análisis reciben (recibimos) desde una izquierda que debería ser su espacio natural, y qué espacios de representación les quedan en el debate público más allá de la mierda de Mediaset o de tener que pasar por el filtro de escribir artículos refinados que al final ni siquiera se leen.