La modernidad nunca fue tan antigua. Una empresa con más de 10.000 trabajadores, repartidos en 59 fábricas por 41 países de todos los continentes, anuncia que va a dejar sin el sustento para vivir a 128 trabajadores porque los más de 44 millones de euros que facturan anualmente son insuficientes. Y a estos solo les queda encerrarse en un palacio de Dios, en este caso, la Catedral de Oviedo, para que alguien les preste atención. Los templos del neofeudalismo del postcapitalismo están en la City de Londres y en Wall Street de Nueva York. Pero sus vasallos, ante el abandono de las supuestas instituciones democráticas que deberían defenderles, tienen que volver a encerrarse en las catedrales por si el resplandor de las centenarias vidrieras atraen el interés de las cámaras y de la ciudadanía.
En septiembre, la multinacional con sede en Reino Unido Vesuvius, dedicada a la elaboración de productos refractarios para la siderurgia, anunció el cierre de sus factorías de Langreo (Asturias), con 111 empleados, y Miranda del Ebro (Burgos), con 17.
Vesivius aterrizó en Asturias a finales de los años 80 tras recibir fondos públicos procedentes de los planes de reindustrialización. En 2009, anunció su cierre ante una supuesta crisis del sector del metal por las deslocalizaciones a Europa del Este, y el gobierno del Principado volvió a inyectar más de 1,3 millones de euros para garantizar su permanencia. La empresa prescindió de 20 operarios y, según informaciones publicadas por El Comercio, seis meses después la empresa recibió un aumento de la carga de trabajo y contrató a 16 trabajadores eventuales.
Negocio redondo el de este neoliberalismo que sacraliza la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas: Vesuvius se lucraba con una inyección de fondos públicos a la vez que se deshacía de los trabajadores con mejores condiciones laborales para sustituirlos por mano de obra barata, prescindible, despojada de esos derechos que costaron sudor, lágrimas, represión y muerte. La estrategia de Vesuvius no era una excepción sino la regla, el modus operandi que ha instalado una industria transnacional que chantajea así a los países del Norte Global a cambio de no trasladarse en su totalidad al Sur Global. No hay fronteras para el despojo.
Una década después, Vesuvius vuelve a amenazar con su partida a otros países donde los aquí ya menguados derechos laborales son una entelequia. Y sus 128 trabajadores, la mayoría hombres, son plenamente conscientes de que fuera de sus fábricas –en territorios tan empobrecidos, abandonados y menospreciados como Asturias y Burgos–, solo les espera el desempleo y la nada.
Así que, como llevan haciendo sus padres, madres y abuelos –trabajadores de la minería, de los astilleros y de otras industrias desde que en los años 80 comenzase la desindustrialización–, se han lanzado a las calles a defender su pan y el de sus hijos e hijas, y su derecho a permanecer en su tierra. Y lo hacen llenando las calles de la ciudad del olor a pólvora, ese que tanto teme el alcalde de Oviedo ante la inminencia de los Premios Princesas de Asturias; y quemando neumáticos a las puertas de sus expoliadores, para ver si su humo es visto desde los ventanales de los despachos de los que fueron elegidos democráticamente para defenderles; y encerrándose en una catedral para ver si así esta tierra deja de una vez por todas de ser un valle de lágrimas y alguien se da cuenta de que aquí no hay más Dios que el capitalismo caníbal, que le quita el pan de la boca a sus hijos para dárselo a los ahítos mercaderes.
Mientras, los partidos progresistas y de izquierdas nos fuerzan a pagar unas nuevas elecciones después de mostrarse incapaces de alcanzar un acuerdo para formar un gobierno que nos sacara de tanta inmundicia y desesperanza, después de una década de crisis-estafa en la que ni uno solo de los padres y madres de familia que han sido desahuciados de sus hogares haya cogido un arma, ni quemado un neumático o un cubo de basura. Razones sobradas tenían, y desde luego no se merecían este espectáculo, este desprecio. Nadie se lo merecía.
Ojalá todas las portadas de los periódicos del país hubiesen abierto el 25 de septiembre con la imagen del trabajador de la planta de Vesuvius de Miranda del Ebro que murió de un infarto tras asistir a una protesta en Oviedo por su puesto de trabajo. Ojalá estos trabajadores mereciesen un 1% de la atención que recibirán los Premios Princesa de Asturias la próxima semana: ellos, que representan a ese 99% de la población cada vez más pisoteado, humillado, arrinconado. Ellos, que son la vanguardia de la lucha contra el sistema hegemónico que han implantado las políticas austericidas: el precariado. Ellos y ellas, que podrían inspirar con su lucha a todas esas personas que teniendo un trabajo no pueden pagar ni siquiera un alquiler; y a todas aquellas que por no tener no tienen ni iglesia o catedral en la que refugiarse, ni Dios al que rezar, ni partido político al que votar.