A pesar del fin de la Guerra Civil española, el horror para miles de republicanos aún continuaba. Era 1940, en plena II Guerra Mundial, cuando empezaron a llegar los primeros republicanos a los campos de concentración nazi tras ser capturados luchando junto al Ejército francés. En total, 9.328 españoles, de los que 7.532 acabaron en el campo de Mauthausen. Solo sobrevivieron 2.716. Estos no eran presos normales, eran los deportados españoles sin patria. El régimen franquista no les quería reconocer como compatriotas, hecho que llevó a los españoles a portar en el pecho un triángulo invertido de color azul con una “S”, de spanier –españoles–: eran los apátridas españoles, a pesar de la contradicción del gesto. Francisco Boix fue uno de ellos. Este catalán era fotógrafo antes del campo de concentración y lo fue también dentro. Su historia es la del hombre que logró salvar el mayor número de negativos que pudo para demostrar las masacres que allí se cometían, gesto más tarde clave durante los juicios de Nuremberg o de Dachau.
Su apasionante relato se conoció por primera vez en Els catalans als camps nazis, de Montserrat Roig. Ahora, ha sido llevada al cine de la mano de la directora Mar Targarona, con Mario Casas en el papel de Francesc Boix. El fotógrafo de Mauthausen (estreno el 26 de octubre) no es una superproducción a la americana, pero tiene apariencia como tal. Rodada entre Barcelona y Budapest, la cinta narra un tipo de historia que no acostumbramos a ver en una gran pantalla. “Yo reconozco que no sabía que había españoles en los campos de concentración”, afirma Targarona. Y no es la única. «¿De verdad queréis que se olvide lo que está pasando? Nadie lo creerá si no lo ve», suelta en un momento de la película el personaje de Mario Casas. “A lo mejor falta labor didáctica” para que “se dé a conocer estas historias”. Por eso, asegura, esta película es “didactismo desde el principio”.
“Remover el pasado”, “reabrir viejas heridas”. Son algunos de los alegatos pronunciados por los detractores de este tipo de películas. Es por ello que muchos profesionales audiovisuales no se atreven luego con estos proyectos. Sobre esta reticencia, Mar Targarona afirma que “depende a quién le preguntes”. “Algunos exhibidores nos han dicho que estas historias no interesaban. O hay gente ahora diciendo ‘no voy a ir porque este tema no me interesa’. Lo normal. Lo que pasa es que al final te tienes que lanzar y decir ‘a mí si me interesa y supongo que habrá más gente como yo’».
El heroísmo de Boix le llegó a través de sus guionistas y pronto le pareció “lo suficientemente interesante para contarla”. Eso es lo que más deseaba, hacer realidad de lo que aún nadie había hablado: la existencia de españoles en Mauthausen; las mujeres que eran obligadas a prostituirse en un prostíbulo dentro del campo; las gaswagen, furgonetas con las que asfixiaban a los presos; o que los torturaban con música que eran obligados a cantar. Son algunos de los temas que trata la directora en El fotógrafo de Mauthausen. “Son cosas que cuento que me parecen interesantes y terribles. La gente lo debe saber, sobre todo, para que no se vuelva a repetir”.
No obstante, son aún muchas las historias que quedan en el tintero. “Millones”, apuntilla la cineasta. Una de ellas es el papel de la mujer. En la película lo podemos ver “muy poquito” a través de Dolores, una prostituta española interpretada por Macarena Gómez. También queda pendiente, afirma, “el papel de los homosexuales, que ha sido muy silenciado”. Sin olvidar, sostiene, el de la población gitana, una historia “que se debería contar”, porque “cada caso es distinto”.
En la película también aparece, entre otros, el preso español Antonio García, del que se omite cualquier referencia directa: “Les hemos cambiado el nombre a todos para que no haya susceptibilidades, ya que ningún personaje está representado al 100%”, asegura Targarona. La historia de García la ha decidido contar un autor inglés, David Wingeate Pike, en el libro Dos fotógrafos en Mauthausen (Ediciones del Viento), que saldrá publicado en los próximos días en nuestro país. En él, la historia de Boix es distinta. En sus páginas recoge las supuestas graves críticas que vertió Antonio García contra su compañero de cautiverio, al que acusó de mantener estrechas relaciones con los guardias y los SS de campo, así como de haberse apoderado de las 200 copias que él había guardado. Esta otra versión ya la concocía Mar Targarona, quien afirma que a la hora de documentarse “todos hablaban muy bien de Francesc y de García no tanto. Esa es la realidad”. Boix, cuenta, “es un tipo muy reconocido” en Mauthausen, donde «le tienen mucho aprecio”. Y cierra el debate: «Por temas de la historia que no voy a entrar, Francesc Boix ha cogido una relevancia que García no ha conocido”.
El fascismo en nuestros días
Alemania tiene los campos de concentración como recordatorio de por vida para no olvidar lo que no hace mucho ocurrió. ¿Y aquí? “Bueno, tenemos el Valle de los Caídos, que me parece lo más horroroso del mundo”, espeta la directora. Ella no lo derribaría, pese a todo. “Que se quede, para que no haya desmemoria. Para que no nos olvidemos. Es tan horrendo que se autocritica a sí mismo. Entiendo a los que no quieren estar ahí. Yo no quiero. Ya fui de pequeña, que me llevó el colegio, y me pareció horrendo. También fui de mayor, y me parece un horror”.
Lo que no quiere Mar Targarona es caer en errores del pasado. Sin embargo, la actualidad le lleva la contraria. “A mí me preocupa mucho que pueda volver a pasar. Escucho frases muy preocupantes ahora”. Se refiere a la pronunciada por el ministro italiano Matteo Salvini el pasado mes de junio, quien calificó de “carne humana” a los barcos con inmigrantes. “Me parece sumamente nazi y asqueroso. Salvini me da auténtico miedo».
También ha sido el año del #MeToo, movimiento por el que las mujeres han roto el miedo a denunciar las situaciones de acoso y agresión sufridas en el mundo del cine. Para Targarona “está bien que estas cosas se sepan». «Yo no sabía que había tantas personas en esa situación”, dice. Ella, asegura, no ha sufrido este tipo de actos, aunque “a lo mejor alguna vez alguno se ha querido pasar un poco, pero nada”, concluye.